Revista Cine
El Último Desafío (The Last Stand, EU, 2013) representa un debut y, al mismo tiempo, un regreso. En los dos casos -el debut y el retorno-, se agradece. El debut –en Hollywood, aclaro- es el del cineasta sudcoreano prácticamente desconocido en nuestro país Jee-woon Kim, quien con El Último Desafío dirige ya su séptimo largometraje –por desgracia, sólo su buen filme de horror melodramático Dos Hermanas (2003) se ha estrenado comercialmente en México. El retorno es el del exgobernador de California Arnold Schwarzenegger quien, más allá de algunos cameos, no protagonizaba una película desde Daño Colateral (Davis, 2002). La buena noticia es que el exGovernator regresa con este derivativo pero bien realizado western crepuscular que retoma la premisa de Río Bravo (Hawks, 1959) para aderezarla con algunas brillantes secuencias de acción y un torcido humor slapstick. El narco ¿sinaloense? Gabriel Cortéz (el español Eduardo Noriega), “el más cruel jefe mafioso desde Pablo Escobar”, se escapa de la custodia de un desesperado pero inútil agente del FBI (Forest Whitaker), y se dirige, vía Arizona, hacia México. Para cruzar a nuestro país, sus compinches han construido un puente en cierta barranca que divide al pueblito de Sommerton con la frontera mexicana. Todo parece miel sobre hojuelas: Cortes viaja en su “batimóvil” y nadie lo puede alcanzar, pero no cuenta con que en el pueblo macuarro ya mencionado hay un avejentado sheriff llamado Owen (Schwarzenegger) que no dejará que escape de la justicia ese malandrín que, dice el tal Owen con acento austríaco, “nos hace ver mal a todos los inmigrantes”. La película es un muy disfrutable palomazo: cual “Duke” de pocas palabras, el sheriff Owen echará mano de un ayudante latino (Luis Guzmán, muy gracioso), una joven cuica de no malos bigotes (Jaimie Alexander), su exnovio borrachales y veterano de guerra (Rodrigo Santoro), y un locochón coleccionista de armas (Johnny Knoxville) para enfrentarse a un ejército comandado por el villanazo Peter Stormare, quien luego dejará el camino libre para el “mano-a-mano” entre el viejo sheriff cansado y el dinámico narco-junior mexicano. Por supuesto, la cinta ha sido hecha para lucimiento de Schwarzenegger, el icono de acción y estrella de cine, pero también la figura política republicana: así, el ethos en el que se mueve su sheriff Owen es el de un pueblito tradicional y conservador en el que viven orgullosos portadores de armas –uno de los mejores gags de la cinta tiene que ver con una venerable viejita-, voraces comedores de tocino que no le temen al colesterol, y granjeros trabajadores y de pocas pulgas (como Harry Dean Stanton) que están dispuestos a defender su propiedad y seguridad escopeta en mano, como lo dice la segunda enmienda constitucional gringa. Acaso sin proponérselo, pero El Último Desafío es uno de los más graciosos –en más de un sentido- alegato en favor de la posesión de armas que se haya hecho en los últimos años en Hollywood. Más allá de sus ideas libertarianas/republicanas, quedan también algunos momentos mágicos de cine puro debido al genio espacial y humor chocarrero de Kim: la fuga por el cielo de Cortez resuelta con elegancia visual, el top-shot de los autos del sheriff y del narco en reposo en medio de un maizal, el duelo en plena carretera en el que el Corvette ZR1 de Cortez despacha a dos autos llenos de agentes del FBI y, por último, el gag más hilarante y violento que he visto en mucho tiempo. En él, un malandrín se da cuenta del tipo de arma que está usando el orate interpretado por Knoxville, se asusta en serio (“Oh, shit”), corre por su vida y… bueno, vea usted la escena. Que Dios me perdone, pero solté una carcajada. Vergüenza me debería de dar. Pero no me da nadita, qué remedio.