Revista Cultura y Ocio

El último domicilio

Publicado el 20 junio 2016 por Icastico

Serían las 2 de la madrugada cuando los ancianos sintieron ruidos en el interior de la vivienda. Para ser exactos fue ella quien primero se percató. Despertó de un codazo al marido: ¡Pepe, Pepe, hay alguien en casa! No sabían con exactitud de donde provenían ni a qué podrían corresponder, si se trataba de un objeto en movimiento desprendido de su sitio, si de una persona o un animal. Las dos últimas hipótesis valdrían. Vivían en un entresuelo al que se podía acceder con cierta facilidad, si alguna ventana quedaba abierta. Esto último no se debía descartar; había sido un caluroso día de verano y cualquiera de los dos podría haberse olvidado de cerrar alguna de las cuatro que daban a la calle, que normalmente abrían en la temporada estival. Pero no era momento de dudar, ni tampoco de recordar. No era tiempo de pesquisas y posibles reproches. Solo de actuar.

Lo que ya era evidente es que provenían de alguna habitación. Descompuestos y aterrados, salieron a oscuras de la suya. El pánico les impidió encender ninguna luz, sin saber muy bien por qué tomaron esta decisión, quizás para que, fuese quien fuese, no los sorprendiera con aquella cara de muertos vivientes, sin capacidad de reacción ni resistencia, paralizados. La tiniebla era, de este modo, una buena aliada. Aferrados con dureza el uno a la otra hasta el extremo de hacerse daño – las manos parecían auténticas tenazas – arrastraban los pies inconscientemente, se diría, por las baldosas de un largo pasillo, en dirección a la cocina, lugar libre de sospechas ruidosas. Ella fue directa a un cajón y, tanteando, extrajo al tacto un cuchillo grande, el que más confianza le inspiraba en aquella situación. Se lo entregó al marido. Ambos se dirigieron a la estancia que creían invadida y que resultó ser el salón; en su breve peregrinación concluyeron descartar las demás. Justo en el momento en que Pepe entreabría la puerta, una figura se abalanzó hacia el portador del “arma” y este, reaccionando instintivamente, encadenó una serie de movimientos a ciegas, todos los que las fuerzas de su edad y condición física le permitieron. En sus acometidas notó distintos grados de resistencia del cuerpo a la entrada del filo del voraz cuchillo. El invasor salió veloz, atropellando al viejo en su huida y saltando a la calle por una ventana.

Cuando el resuello desapareció, la pareja prendió la luz y contempló el escenario. Un denso reguero de sangre marcaba con nitidez la trayectoria de la retirada. No quisieron averiguar el paradero del presunto delincuente. Limpiaron todo minuciosamente dejándolo impoluto. Como autómatas. Baldosa a baldosa, junta a junta. En ellas se agarraba con determinación el viscoso plasma haciendo dificultosa su total eliminación. Allí no había ocurrido lo ocurrido, tal vez eso querían creer, o quizás pretendían acabar exhaustos por la tarea. Así pasó. Se olvidaron de las urgencias propias de un suceso de tal naturaleza. Llamar a la Policía, para empezar. Fue esta la que acabó aporreando la puerta de la vivienda horas más tarde. Comenzaban 5 años de pesadilla.

Ellos, los agentes, hicieron el recorrido inverso del rastro sanguíneo. En su final eran apenas unas cuantas gotas dispersas. El camino estaba bien marcado. Trayectoria diagonal de aproximadamente 50 metros. Partía de una las ventanas de la ya siniestra casa y salpicaba algunos coches. En un Citröen C3 blanco quedó tatuada una huella. Cinco dedos de una mano ensangrentada. Palma bien marcada. Las señales cruzaban la calle. El trazo se debilitaba, delatando una vida en retirada. Llegaban hasta un muro viejo de piedra de un metro de altura que separaba lo rural de lo urbano, como quien dice, de esos que se ven en los pueblos. Tras el tabique, en la hierba, yacía un cuerpo. La investigación determinó que correspondía a un chico de 17 años. El cadáver llevaba un pesado manojo de llaves. Tras los interrogatorios se supo que era aficionado a coleccionar todas aquellas que ya no tenían utilidad. Entre ellas se encontró la llave del domicilio asaltado. Nadie sabe si la utilizó. Un guante de látex en cada mano, presentando dos cortes el de la izquierda. Todos los detalles engendraron un misterio alimentado por un sin fin de dudas nunca resueltas, hijas a su vez de un millar de versiones.

(Soy un chico normal. Buen estudiante, buenas notas. Llevo una vida anodina. Lo mismo siempre. Un día participé en un juego de rol. A partir de ahí fue la diversión preferida con mis amigos. Me adjudicaron el papel de delincuente, algo que nunca hice. Mi representación consiste en entrar en una casa y sacar un objeto sin valor que demuestre haber estado en la vivienda elegida, algún elemento inconfundible. En el domicilio de Gómez tropecé con unas botellas. Los desperté. No tuve tiempo para explicarme. Mientras me desangro grabo esto en mi móvil. Espero que alguien lo encuentre, para no causar problemas)

Podrá continuar…

Asesinato joven en Pontedeume
rastro

(Relato mio, corresponde a la actividad 4 del taller de escritura. Puedes verlo aquí)


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista