El último tren para Legión
Hará como unos cuarenta años, según el calendario estelar vigente, nos dio a un amigo, Antonio, y al suscribiente por marchar a pasar el fin de semana en el precioso lugar de Tolibia de Arriba, Real Encartación del Curueño; para tal efecto marchamos en el primer tren de la mañana que nos transportó hasta Valdepiélago, estación del norte.
Cantando las canciones marineras por entonces triunfantes marchamos por las Hoces de Valdeteja hasta las Tolibias. El día iba a peor, y nosotros cargados como burros con las mochilas y el material de espeleología, pero conseguimos llegar a la de Arriba ya bien pasado el mediodía. Nuestro afán era subir hasta Arintero por la Collada Valdemaría, de exploración, pero el tema estaba en dónde pernoctar pues el frío arreciaba.El caso es que como estaba comenzando a nevar y consultados los sabios del lugar, reunidos en el teleclub echando la partida, decidieron que no nos dejaban continuar nuestra labor exploradora pues nos exponíamos a quedar congelados durmiendo en el atrio del templo del Apóstol Santiago, Patrón de todas las Españas. Que nos quedábamos en el teleclub y según viniera el domingo ya se vería. Que en ocasiones templa y llueve y se marcha la nieve así como llegó.
El que mejor pontificaba al respecto era un pastor de La Braña, gran conocedor del terreno, ciertamente, y más nos asustaba la imaginación con las manadas de lobos que normalmente recorrían el territorio, y aún peor en las fechas pasados Los Santos. Que allí estaríamos más seguros y refugiados. Que la sima u oquedad (güjero) de la cual había comentado a mi compadre El Buji seguiría allí el domingo siguiente y todos los continuantes, que estuviéramos tranquilos.Los compadres del pastor no las tenían todas consigo por el tema de los rebaños de ovejas que habían dejado en el monte hasta fechas tan tardías en vez de embarcarlas para Extremadura. Pero el figura de La Braña insistía en que no corrían peligro alguno, que había comprado una docena de perros Doberman. Y a esos no había quien les entrara, ¡nos podían matar a nosotros dos! Aseguraba, el figura.Así que escuchando música de nueva ola, ola, esperamos a que se hiciera de noche, se terminaran las partidas de cartas y se pirasen los naturales del lugar pudiendo así pernoctar los foráneos, en el frío suelo de cemento del “discoteco” del teleclub. Algún güisqui nos tuvimos que tomar de extranjis a altas horas de la madrugada, más que nada porque nos sentíamos congelar.Tras la noche más oscura viene la amanecida, y con ella la torcida, esto es: el resultado de los güisquis que nos habíamos tomado, que teníamos el cuello como torcido hacia un lado y la cabeza ¿pesada? Es que no estábamos acostumbrados a bebidas más fuertes que una caña de cerveza o un trago de vino de la bota. El caso es que vinieron a abrir el teleclub, ya ni se sabe a qué hora; había una helada que se nos helaban los mocos y la nieve en las calles nos llegaba por la rodilla.De subir a Arintero y el Pico de Las Vallinas nada de nada, para otro día, nos aconsejaron los tolibianos, que nos tenían más que conocidos de andar por la Cueva de Lendreras y buscando simas por el monte. Que bajáramos a la carretera que se podía cerrar el día y caer otra manta de nieve, que lo había dado el hombre del tiempo por la radio. Pertrechos a cuestas y pitando hacia la carretera.Al llegar a Tolibia de Abajo pensamos que se celebraba deceso, por las caras de los paisanos, ¿tocaban las campanas? En fin, en el bar del pueblo nos enteramos de la movida. El figura, de madrugada, había subido a La Braña, a ver cómo estaban los rebaños tras la nevada. Las ovejas mayormente bien, faltaba algún corderín, pero de los perros solo había encontrado algunos cachos.
¿Y eso? Preguntamos infantiles. Pues que habían bajado los lobos esa noche, seguramente habían pasado de la zona de Vegamián, y se habían cepillado a los Doberman. Tan solo habían encontrado algunos huesos, el hocico de uno, el rabo de otro, lo más grande. Los lobos, buscando carne en las merinas se encontraron rivales en los perros adiestrados y los destrozaron. Se los comieron allí mismo, en el rincón donde los mataban. Son lobos, no figuras.Tuvimos la gran suerte de que uno de los parroquianos: Egüen, me reconoció, era el presidente de mi club de fútbol y yo el peor portero que jamás se vio en este planeta, y buscó a un pariente que tenía un hijo con un cuatro latas en perfecto estado de funcionamiento, y le convenció, pasada la hora del vermú, que nos bajara hasta la Estación de La Vecilla; que volvía a cerrarse el cielo y caminando nos quedaríamos atrapados en las hoces por la nevada y los aludes. Y así obró.Confirmado que pasaban los trenes de Cistierna a León con el jefe de estación, aunque a saber a qué hora, nos introdujimos en la discoteca sensacional que había justo nada más pasar las vías. ¡Discoteca de La Vecilla! ¿Usted la conoció? Ni en Ibiza…confortable, tirando a lujosa; bueno, igual es que después de haber dormido en el suelo del teleclub aquello nos parecía Jauja.Ni nos cobraron entrada al ser los primeros clientes en introducirnos en ella, y en el guardarropa nos dejaron guardar las mochilas y anoraks. Y fue llegando el ganao, rocines y yeguas bravas; el caso es fui a topar con un chaval de Reyero, compañero de la Escuela de Minas, que tenía un primo de Armada que conocía a un guaje de Camposolillo que tenía una prima de Lillo, ¡uff!. No quedaría elegante el no presentarla.¡Y cómo estaba la rubia!
El caso es por fin y para no entrar en honduras, que la chica que llevaba el guardarropas me avisó a tiempo para no perder el último tren para Legión. Y algún día cercano iría por La Puebla que tenía yo que subir, esto, ¿El Susarón? Así me tuve que despedir, a la carrera.Pasados unos años y ya olvidada la etapa de cuevero me sorprendió la noticia de que Beny, una amiga de mi hermana, con unos amigos habían entrado en la sima del figura y encontraron ¡a los hombres de Arintero! Me alegré mucho por los exploradores, sinceramente; hay momentos en la vida en que tienes que pasar página, y yo dejé de andar buscando cuevas y pasé a ¿subir El Susarón? La moraleja de este relato es que estén siempre atentos a tomar el último tren para Legión, y las rubias…Dios dirá.
Por cierto, ¿cómo se llamaba la buena moza? Problemas de amnesia.
Daniel Paniagua Díez