Gracián Martínez se murió de la misma manera que solía concluir sus poemas: de repente, en silencio, sin despedida. Se murió mientras dormía y se le quedaron los labios a medio ronquido. Los que le vieron cuentan que parecía que estaba soplando las velas de una tarta de cumpleaños.
Solamente un periódico le dedicó una esquela, simple, de las baratas, en la que se podía leer: Gracián Martínez, poeta, descanse en paz. Seis palabras para despedir al poeta, apenas un verso.