Como soy un buen cristiano, traigo un nuevo relato corto e inédito por si apetece una tapa de literatura novedosa y basada en los ingredientes de siempre, los tradicionales, los que siempre se mezclan. ¿De qué va el relato? Del universo.

«esperando a que asomara y se arrastrara afuera primero sus antenas ondulantes como pajas de heno» Egar Lee Masters Spoon River
Con unos amigos habíamos alquilado una casa rural de esas donde la mayor parte del tiempo se invierte en preparar una comida tras otra. Llegada la mañana del domingo hicimos una excursión al río. Fue en primavera, una cualquiera, rutilante, esplendorosa. La naturaleza prepara los frutos para la ofrenda de invierno. Llegamos al río. Grandes rocas pulidas que fueron movidas por gigantes de otras eras estrangulaban el curso de agua limpia hasta llegar a un salto que a sus pies creaba una poza que replicaba con esmero el color del cielo. Luego el riachuelo seguía su curso en llano, entre grupos de cañas altas que como guardianes lo custodiaban. Como la profundidad era poca decidimos seguir adelante desde el interior del río. Saltamos adentro. Los niños, entre asustados y excitados, reían al observar las nubes de barro que levantaban sus pies bajo el agua. Hasta que uno gritó. Un ser extraño, la viva fisonomía de un alienígena. Se había movido hacia atrás a una velocidad de vértigo. Habían más, habían muchos. El cauce, tranquilo en aquel tramo, era una colonia de cangrejos de río, rojo brillante si la luz se reflejaba en sus caparazones de grueso esmalte. Nuestras pisadas provocaban que los cangrejos se propulsaran hacia atrás como si estuvieran montando un cohete de vuelo corto. Avanzábamos y los saltos subacuáticos se repetían dejando bajo el agua estelas de fango en suspensión. Éramos los kraken mitológicos, los seres inimaginables de otra esfera que invadíamos sus dominios. Algo que, cuando nos marcháramos, no entenderían. Aquel tramo de río moría en otra pequeña cascada. Y ese espacio, entre salto y salto, justo ese espacio y nada más, en el que asomaban unos inalcanzables abedules de hoja lejana, en el que a veces los rayos del sol barrían los secretos del fondo del cauce ancho de corriente mansa sobre el que volaba una solitaria golondrina o se posaba, durante el suspiro de una eternidad, una libélula larvada con vidrio nervudo de catedral, donde en alguna ocasión asomaba el zorro para lamer el agua, todo aquello y sus cuatro estaciones con lluvia, niebla y días soleados, el corto tramo de río entre saltos, para la discreta colonia de cangrejos todo aquello era el completo, perfecto, inconmovible y entero universo, que nosotros nos disponíamos a abandonar en tres o cuatro pequeños saltos.
Igor Kutuzov, octubre de 2014.
El Universo