Revista Ciencia

El universo como experimentación

Publicado el 30 julio 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

Matrix tut 2

El artículo anterior terminaba citando al astronauta Edgar Mitchell y su metanoia en el viaje de regreso de la Luna, de cuyos efectos resultó el libro El camino del explorador. La palabra “metanoia” no se refiere tanto a un cambio de conducta como de mente, un matiz que marca la diferencia entre acceder a un conocimiento y sumergirse en una experiencia, que no es lo mismo, por otro lado, que contemplarla, aunque sea en primera persona: normalmente, lo que hacemos cuando decimos que hemos tenido una experiencia se reduce a que el sujeto, yo, se contempla a sí mismo como alguien que experimenta, pero es incapaz de ir más allá de la separación dual e identificarse con el acto que disuelve a ambos.

Be water my friend y tal…

Cantidad que otorga acumulación frente a cualidad siempre transformativa. Por mucho que sepamos, los grandes cambios sólo son posibles cuando se quiebra el aspecto consciente de la mente, sometido al espacio-tiempo, ya sea en su versión lógica como en su variante emocional, cada una de ellas defendida por unos y otros, por tales y cuales incapaces de trascender el pensamiento de la dualidad. Esa imposibilidad responde a un paso previo que exige una humildad inversamente proporcional al miedo que la reprime: renunciar a toda creencia, sobre todo las que más agradan, pues éstas son las que mejor saben arrullar y adormecer.

Desde el principio supe, pues, que debía sospechar de todo lo que oía, de todo lo que sabía y aun de todo lo que creía saber. Llegué a conocer los efectos de mi propio sistema de creencias y el poderoso influjo que tienen, en general, los sistemas de creencias adoptados por las culturas; necesitaba reexaminar con nuevos ojos todo lo aceptado. Cuando volví de la Luna, veía tal vez con un poco más de claridad que nuestra forma tradicional de comprensión de las cosas resultaba inadecuada para explicar la experiencia moderna; precisábamos algo nuevo en nuestra vida, nuevas nociones acerca de la realidad y de la verdad. La mayoría de las personas había reunido el cuerpo de ideas que componen nuestro sistema de creencias a partir de autoridades externas, en lugar de hacerlo a través de su propia búsqueda y de sus ideas originales. Nuestras creencias estaban entonces, y siguen estando, en crisis.

Mitchell abandonó las estancias del pragmatismo que se conforma con las cosas finitas y renuncia a saber de potenciales que sublimen al ser humano –paradójico desde que el pragmatismo se justifica por querer ensalzar al ser humano— pero no pudo refugiarse en su polo opuesto, que suele ser lo más reconfortante cuando se te rompen los esquemas, ese sentimiento espiritual que se proyecta en entidades salvadoras externas, llámense dioses, ángeles de luz o comandantes al mando de una flota intergaláctica que, en cualquiera de los casos y con sus propios medios adjuntos, mágicos, técnicos o ambos, van a venir a reconfortarnos cuales chicas de la cruz roja en una de esas pelis de época.

Y no pudo porque, según dicen, una vez experimentada la sensación de totalidad, aunque sea por unos segundos, ya no hay lugar para mentiras duales.

La separación produce dolor y, al contrario, la reunión proporciona un extraordinario sentimiento de felicidad. Esto es aplicable no sólo al ámbito físico de cuerpos animados que se quieren mogollón, sino también a las grandes religiones que prometen el éxtasis tras la unificación, ya sea mediante fusión etérica o como recreación familiar por la que los hijos vuelven al padre, e igualmente a la psicología de la vida diaria en que la persona se reconcilia con sus recuerdos ocultos y reprimidos para superar el dolor.

En cualquier caso, subyace la superación de la fragmentación y la búsqueda del sentimiento de totalidad, la integración de lo que se concibe como ajeno, ya sea en el exterior como en el interior de uno mismo. Una búsqueda que roza lo instintivo, si es que no lo es.

Al igual que les ocurrió a los científicos que en la década de 1920 frecuentaban la compañía de Niels Bohr en Copenhague…

…Se me ocurrió que los principios de complementariedad e incertidumbre se aplican también a la perfección y de la misma manera a los dos medios a través de los cuales cada uno de nosotros observa: la experiencia sensorial o externa y la subjetiva interna. Estos dos modelos son complementarios, por cuanto se precisa de ambos para completar nuestra idea de la realidad. Sin embargo, tienen características distintas y no son igualmente válidos para todas las observaciones.

Investigación científica y experiencia mística representan ambas polaridades, como ya reconocieron los padres de la mecánica cuántica. Aspectos incompatibles del conocimiento pero ambos necesarios para explicar la existencia. Tal es el argumento de complementariedad. Sin la primera, el humano deja de serlo y se convierte en el vago sueño de sí mismo. Libre de todo condicionamiento material pero esclavo de la fantasía. Sin la experiencia mística, en cambio, la totalidad se queda sin asiento.

Si bien Platón y Aristóteles fueron los primeros en plantear la bifurcación de los caminos que separan el sentimiento interno del externo, fue Santo Tomás de Aquino y posteriormente Descartes quienes perpetuaron y acentuaron esa división en dos reinos separados: mente y materia. Sin embargo, la mente y la materia no son reinos separados, son más bien dos aspectos inseparables de una única realidad en evolución.

Pero a principios del siglo XX, la ciencia ingresó en el reino de lo inefable y lo interconectado. Y ahora, aún en estado de shock y en completo trance psicótico, cada vez que se pellizca para despertarse, lejos de descubrirse en un mal sueño se descubre confirmando que la materia, considerada hasta ahora como lo único real, resulta estar hecha de nada. Una abstracción mental, una función de onda. Al tener que recurrir a indeterminaciones y potencialidades, la razón se ha visto hablando nuevamente como un teólogo de hábito pardo o un presocrático de túnica blanca y ribetes dorados. Será duro de aceptar y habrá que llevar con entereza esta faceta de rey Midas al revés, que todo lo que toca se disuelve en polvo de hadas.

Cuando estudiaba la evolución histórica del proceso de pensamiento, me resultó irónico que en el mundo científico cometamos a menudo el mismo error de los antiguos chamanes. Los chamanes percibían una visión interna, consideraban su significado evidente y literal, y suponían que las visiones internas y el mundo externo eran una sola misma cosa. También el científico moderno observa el mundo físico externo, crea una imagen interna (en general con ayuda de la matemática) y supone, tras cierta validación experimental, que la matemática está de hecho inserta en la realidad externa.

[...] En ambos casos, existe una sutil aunque importante diferencia entre reconocer que se le ha dado un significado a la información derivada de la naturaleza y creer que descubrimos una verdad externa inherente a la naturaleza. Esta distinción sólo se aclara si examinamos críticamente los procesos de la mente y vemos cómo utiliza la información para formar creencias y mapas.

La información como base de todo y su interpretación como asunto humano. La percepción de aquella parece ser algo común al universo, desde el momento en que unas partículas en el interior de una nebulosa comienzan a bailar en espiral unas alrededor de las otras para burlarse de la entropía. Si una mota de polvo de estrellas puede aprender, la naturaleza es un proceso de aprendizaje.

Pongámonos místicos… No hay sujeto y predicado, no hay quién actúa y quién sufre la acción, porque todo es flujo indivisible. Sólo hay la acción en sí en sus diferentes manifestaciones. Sólo “verbo”.

Pongámonos científicos… Allá por la década de 1970, el Nobel Ilya Prigogine le dijo al personal que contemplara el universo como si fuera un organismo del que todo forma parte: fluctuación, evolución e inestabilidad. La teoría del caos, la fractalidad, la teoría de las catástrofes, no se fijan en el resultado, porque nada puede ser determinado, sus fórmulas describen un proceso pero son incapaces de establecer la forma que resultará: la ciencia es una ”narración”.

Si el universo es fundamentalmente un organismo, no es necesario que el orden esté presente a priori. Sólo tienen que existir los medios para aprender a estructurarlo a través del ensayo y el error. El universo no necesita saber cómo crear orden, sólo debe tener la capacidad de aprender a crear orden. La no localidad da un indicio de cómo se mantiene el orden, y aprender sugiere el atributo que llamamos “conciencia”. Combinaciones muy simples de energía cuantizada se dan forma a sí mismas, convirtiéndose en moléculas, y cuando se combinan con otras moléculas, producen estructuras extraordinarias: desde cristales de hielo hasta la doble cadena del ADN. Si en el macromundo la casualidad fuese el impulso básico, los procesos se desviarían, en lugar de converger hacia un mayor orden.

[...]

Si el universo aprende y en él prevalecen el ensayo y el error, las acciones exitosas se acumularán y continuarán, mientras que las desafortunadas fracasarán y se disiparán. […] Una vez que se origina la existencia de los objetos físicos y continúa la autoorganización hacia estructuras aún más complejas, algunos procesos continuarán con éxito, mientras que otros desaparecerán. Los que continúan con éxito son los que rotulamos y delineamos con las leyes de la física, la química y la biología, y con los valores culturales. Podemos decir que sobrevivieron. Vivimos entre ellos diariamente. Por la misma razón, los procesos desafortunados dejan pocas pruebas, o ninguna en absoluto, de su existencia anterior.

Éxito y fracaso son los posibles resultados de cualquier proceso. Acorde con el argumento de complementariedad, la conciencia sólo puede experimentar uno u otro resultado, no los dos a la vez, pero los dos están ahí, en el mundo de las funciones de onda: éxito y fracaso, vida y muerte, bien y mal, placer y dolor. Complementariedades con distinto nombre según el nivel de conciencia, es decir, según la capacidad de interpretación.

Siempre que les sea posible, elegirán resultados que reflejen el éxito; no obstante, todos los sistemas aprenderán de las experiencias de fracaso, muerte, mal y dolor. La experiencia de los sistemas conscientes dará forma al significado que se les asigne a sus experiencias.

A Occidente le está saliendo, con su ciencia de aceleradores y sondas espaciales, lo mismito que a unos tipos con taparrabos que habitaban el Oriente hace cinco mil años les salió de comer setas o algo así: que la unión de los opuestos da lugar a un nuevo estado que es el resultado de trascender el conflicto.

Eso es bueno. Confirma el proceso en diferentes niveles de la espiral.

fractal

El universo se reinventa a cada paso como un ciclo de presiones atmosféricas que no se sabe en qué acabará. De los átomos de una nebulosa hasta el neocórtex de los humanos, sólo cabe identificar la acción de aprender mediante un proceso de aciertos y errores. La memoria de los aciertos parece llamarse instinto en los organismos vivos.

Resulta fácil aceptar el proceso instintivo en términos de comportamientos animales y físicos. Sin embargo, el hombre contemporáneo no termina de asimilar la realidad de la psique y su pertenencia a este mismo proceso evolutivo. Pero el neocórtex, en cuanto que almacén de culturas, parece mostrar que lo mental también está sometido a la evolución y a su almacenamiento como herencia colectiva.

La conducta programada o instintiva permite enfrentar cualquier situación habitual, esto es, rutinaria y para la que existen ya respuestas cuyo éxito ha sido confirmado por la evolución. Pero los patrones de conducta fijos no funcionan muy bien ante un cambio. Surge entonces el inevitable ensayo ante lo desconocido, donde el error es una posibilidad más.

Con cada unión de opuestos, se produce una ampliación de la conciencia y ello conlleva una nueva fase de conflicto a otro nivel. En términos junguianos, una nueva expulsión del paraíso para enfrentarse a territorios hostiles donde sudar la gota gorda. La imagen de pérdida del jardín del Edén está justificada en una nueva aparición de los complementos vida-muerte, éxito-error, en igualdad de condiciones, a la espera de que nuestras acciones colapsen la función de onda o le toquen la moral a los dioses al ver que se les roba el fuego. Nuevamente.

Habría que cuestionarse esa perspectiva egocéntrica de que el futuro nos depara la felicidad, que una edad de oro es inevitable o que el progreso nos llevará a buen puerto

…la naturaleza no se ha jugado todo a una sola carta. Si los humanos asumimos la responsabilidad por nuestras vidas y el destino de nuestra civilización y sobrevivimos apenas, o en abundancia, o nos convertimos en un fracaso cósmico –como es posible que ocurra si no desarrollamos una mayor conciencia—, ello depende principalmente de nosotros. Sin duda otras flores han surgido en el universo, por si resultamos ser una hierba mala. En el universo que está aprendiendo debe de haber procesos fallidos; que el nuestro sea un éxito o un fracaso depende de nuestra propia decisión colectiva.

Si el universo no es una máquina de relojería, entonces ni dios sabe en qué terminará el asunto. Y si hay un multiverso que todo lo materializa, éste no ha de ser el universo que prospere. 

Es posible llevar al extremo la idea del pensamiento positivo y flotar toda la vida en una bruma bucólica; pero la vida tiene aflicciones y traumas, sinsabores y pesares, y nada se gana con ignorar sus desventuras. La fórmula más eficaz para abordar los aspectos negativos de vivir es la del místico avezado que practica el desapego emocional respecto de todas las vicisitudes cotidianas, manteniendo una serena vigilancia tanto sobre el éxito como sobre el fracaso, en igual medida. Ese control le permite controlar su vida. Comprende que todos estamos envueltos en un juego cósmico en apariencia eterno que consiste en crear un universo mediante ensayo y error.

Eso de evolucionar puede salir bien.

O acabar con unos cuantos millones de años de experimentos.

Un mal paso y…

Vuelta a fluir.

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