Emilio Torres, Guerrita y el Algabeño en el palco de La Maestranza.
La presidencia de las corridas de toros no es solamente ese palco con la banderilla recubierta de una colgadura tras la que toman asiento una serie de señores, muy serios, que miran hacia los ámbitos de la Plaza con ojos escrutadores y dilatados por la emoción de lo que será el festejo cuando dé comienzo.
El presidente de las corridas de toros o novillos es la encarnación, la representación de la autoridad, y su misión, desde el alto altar donde se acomoda, es la cumplir y hacer cumplir el Reglamento taurino a todo aquello a lo que pueda ser aplicado, y me refiero a los artículos que tratan del ganado y de sus condiciones legales y reglamentadas.
El presidente, que tiene junto a sí a un asesor técnico y a un subdelegado de Veterinaria, después de las faenas de la mañana y de la víspera (reconocimiento de las reses, sorteo, apartado, comprobación de las puyas, etc, etc.), por la tarde, a la hora en punto fijada para que el festejo dé principio, aparece en el palco presidencial y su primera mirada debe de ser, sin duda ninguna para el tenderete de pañuelos, que durante la lidia, tendrá que manejar sabia y oportunamente para los cambios de suerte, para la concesión de las orejas, para las banderillas de fuego o para que el toro o novillo pase a los corrales... por lo que sea.
De la labor del presidente se trata en el capítulo XI, artículo 60 del vigente Reglamento Oficial para la celebración de espectáculos taurinos y de cuanto se relaciona con los mismos; pero ¡no se asuste nadie!, no copiaré integramente todo lo que en él se dice y sólo me contentaré con estas breves líneas: `A la hora en punto anunciada para dar principio el espectáculo el presidente hará flamear el pañuelo blanco que será la orden de comenzarlo. A continuación entregará al delegado de la autoridad la llave del armario de las garrochas y de las banderillas para que sean facilitadas a los lidiadores, y terminando el paseo de las cuadrillas, arrojará la llave de los toriles, que será recogida por el alguacilillo, a caballo, debiendo dicho funcionario auxiliar, cruzando el ruedo, dejar aquella en poder del encargado de abrir la puerta.
En la presidencia ayudarán al presidente el asesor y el veterinario, y por el callejón los delegados taurinos y los alguacilillos, aunque justo es decir, que de estos últimos, uno sobre todo, actúa por su cuenta y no de muy buenos modos.
En los presentes momentos, cuando ya ha tomado carta de naturaleza lo de la depauperación del ganado de lidia, no es fácil, ni mucho menos, el presidir una corrida.
Declaro sinceramente que me agradaría mucho presenciar un festejo taurino desde el palco presidencial, lugar en el que las corridas no se deben ver igual que de un tendido o de una escalerilla, que también es una localidad nueva con la que cuenta la Plaza Monumental, aunque justo es decir que no es localidad que se venda, sino que se ocupa simplemente para desesperación de los que al lado de una escalerilla tenemos nuestro asiento.
Como yo soy asiduo espectador de las faenas del sorteo y apartado, he aprendido a averiguar con horas de anticipación lo que puede ser la corrida, y para ello sólo tengo que mirar la cara del presidente, y ver cómo mira y remira, en el corral el ganado que se va a lidiar.
Juzgo que la preocupación más grande y más amarga de los presidentes será aquella de preguntarse para sus adentros: `¿Se equivocará el público?´, `¿Tendré que enfrentarme a él para que comprenda lo que se ha legislado en el Reglamento?´`¿Tendré que enfrentarme con él para no darle gusto en alguna de sus exageraciones?´
Esta es, a mi manera de ver, la más horrible preocupación de los presidentes de corridas de toros o novillos, de esos que ocupan el alto sitial, ese palco que no existe en las plazas solamente para que ante ellos saluden las cuadrillas, bien destocándose o simplemente llevándose la mano a la derecha al borde de la montera, del castoreño o de las chulescas gorrillas de los monosabios, areneros y mulilleros.
Chavito
El Ruedo