Revista Arte

El valor de la imagen universal, de la más completa e intemporal, o del sentido más auténtico de Arte.

Por Artepoesia
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Pocas pinturas pueden hacernos detener y mirar, mirar y mirar, y comprender así que en ellas estará ya la obra completa, no ya la perfecta, que es otra cosa, no, sino la completa, la que lo tiene todo, la que, mirándola, nos llevará a sentir que no es necesario -casi- mirar ya nada más creado por el hombre, ni antes ni después... para entender el Arte. Y esta sensación se siente observando una de las tres obras del Tríptico La batalla de San Romano, del pintor gótico-renacentista Paolo Uccello (1397-1475). Y llega a tanto ese sentimiento, porque es un sentimiento, casi una emoción primitiva, que no hará falta saber, verdaderamente, nada de la batalla ni de la fecha ni de la historia ni de los protagonistas... para entenderla del todo. ¿Entender, el qué? Porque, cuando un cuadro hay que explicarlo mucho poco será el mérito artístico de su creador. Es más, si no sabemos nada de la historia que describe, más sabremos -entenderemos- de la propia obra de Arte. 
Fijémonos aquí, por ejemplo, en el impactante gesto del enfrentamiento entre los dos caballeros. En concreto en el del bello caballo blanco y la silla azul, protagonista que será aquí descabalgado por la lanza decidida del otro, del vencedor de la batalla. Sin embargo, ¡qué maravilloso plano de su caballo blanco y qué momento más glorioso aquí, por su gesto ahora tan bellamente plástico, ese que su personaje -Bernardino della Ciarda, jefe del ejército sienés- mostrará ante el desafortunado empuje de la lanza florentina enemiga! Y el tríptico fue encargado por los vencedores, por los florentinos, y su pintor, Uccello, era también florentino, pero no un propagandista sino un artista... universal. Incluso la cabeza de un soldado sienés, situada detrás del hermoso caballo blanco, confundirá al pronto, parecerá la del jinete lanceado antes de ser derribado. Tal es la irrealidad de la obra... Pero, no es lo único extraordinario aquí; extraordinario no ya por la genialidad artística, que sí lo es, sino por ser fuera de lo ordinario, en un lienzo, para describir una batalla real.
Para este pintor prerrenacentista, es decir, que se sitúa él muy poco antes del Renacimiento -que es así un precursor de este periodo fundamental- lo más importante es la perspectiva. Por entonces era lo novedoso, lo técnicamente decisivo para afrontar un Arte pictórico que comenzaba a latir con fuerza. Pero, sin embargo, no la utilizará -la perspectiva- como era habitual entonces: para establecer varios escenarios temporales diferentes en un mismo lienzo. No, para Uccello la perspectiva es necesaria para dar profundidad a un único momento temporal. Y en un único momento temporal pueden pasar muchas más cosas de las que, objetivamente, precise mostrarse de una historia, de un tema o de una batalla... Y aquí, en el más maravilloso universo de los tres momentos temporales pintados en su tríptico, El descabalgamiento de Bernardino della Ciarda en la batalla de San Romano -en la Galería de los Uffizi-, el pintor florentino nos refleja en la mitad superior de la obra cosas que para nada tienen que ver con una batalla, ¡por muy importante que esta haya sido!
Un paisaje labrado, unas frutas apetitosas y colgadas de un árbol, unos cazadores con sus galgos y las liebres o conejos corriendo por los campos. Pero, no hay límites aquí, nada hace que las cosas no se puedan mezclar, que no sean compartidas por el universo limitado del cuadro. Las lanzas, las alabardas, las armaduras de los jinetes escorados o los plumajes de sus yelmos, todo eso confundido con los árboles, el paisaje profundo o las inexistentes flores del campo. La irrealidad vestida de realidad gracias a la perspectiva y a la dinámica de los gestos gloriosos, heroicos o gallardos. La lanza vinculadora y poderosa es ahí lo más real de todo. El resto es infantil, es ridículo incluso, grotesco o fantasioso. Pero, sin embargo, hay ahí más cosas, cosas muy visuales, modernas incluso para un lienzo tan arcaico, cosas que le dan, además, un estudiado diseño gráfico. Las lanzas rotas y partidas en el suelo dibujarán una perfecta silueta ortogonal: son líneas paralelas que se cruzan rectangularmente, algo imposible de ser así de real en la vida...o en los lienzos de batallas alarmadas.
Y, además, en este lienzo gótico-renacentista, estarán todas las tendencias y todos los periodos artísticos de la historia. Es como si a un ordenador, hoy en día, le hubiesemos introducido todos los datos iconográficos de todas las tendencias artísticas y le hubieramos hecho componer así un compendio de todo en un único lienzo: del Renacimiento, del Barroco, del Rococó, del Neoclasicismo, del Romanticismo, del Realismo, del Impresionismo, del Cubismo, del Simbolismo, del Surrealismo, del... Estará todo aquí. Aunque sea, en algunos casos, mostrado ya por muy pequeñas cosas, otras por algo más, y algunas de ellas por grandes cosas. Como las lanzas del barroco velazqueño; como los caballos y las imágenes dinámicas de Rubens; como el oscuro paisaje incongruente -parece de noche y es de día- del Romanticismo; como los paisajes lejanos e importantes de los lienzos realistas; como los árboles, sus frutos y el momento impresionista; como las metáforas visuales de las obras simbolistas; como los objetos regulares y geométricos del Cubismo; o como el surrealismo de los gestos contrastados aquí de unas imágenes con otras.
El poeta español José María Álvarez (1942) compuso para su obra El botín del mundo, del año 1994, su verso inspirado en este tríptico de La Batalla de San Romano:  
"No estás aquí", dijiste,
con esa desmedida pretensión
tan femenina (¡Que no escape, que no se me escape!), y

encendiste con rabia
un cigarrillo, y te apartaste como
para mostrar disgusto (pero
tampoco mucho, no
vaya a
recelar; lo suficiente para
que sepa lo importante
que es que yo me abra
de piernas). Y, bueno, sí, llevabas
razón: No estaba
allí. Escuché tus suspiros, notaba
tus piernas enredadas como lianas en mis lomos,
el golpear de nuestros cuerpos en la cama, la uña inmensa
de la lujuria arañando
dentro de mi vientre, y tus besos en mi garganta, y,
sí, sin
duda, oí
el crujido del vacío al helarse. Pero
lo siento, querida, yo no estaba
allí. Yo estaba
contemplando una pintura
de Uccello, recreándome en mi memoria, y
cuando volví a aquel lecho
y te besé -"¿Y dónde voy a estar?" te
dije-, de la fogosidad de mis abrazos
-y esto no es poner en duda tus encantos-
un cincuenta por ciento, me imagino,
era de Uccello, de la plenitud
que me había invadido recordando
la belleza sin par de esa batalla.
Del poeta español José María Álvarez, (Cartagena, 1942).
(Tabla de temple al huevo del pintor Paolo Uccello, Niccoló Mauruzi da Tolentino desmonta a Bernardino della Ciarda en la Batalla de San Romano, del Tríptico de La Batalla de San Romano, 1440-60, Galería de los Uffizi, Florencia; Detalles del mismo cuadro, Paolo Uccello, 1440-60, Galería de los Uffizi.)

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