Me aconsejaron dos o tres a la semana. Los especialistas indican que hacerlo con una frecuencia generosa tiene repercusiones positivas; por el contrario, la obligación impuesta termina generando desazón y desgana. En cualquier caso, cuando la cosa mengua, se recurre a eso de la calidad frente a la cantidad y, aunque no me atrevería a poner ningún distintivo de calidad a lo que hago, me propuse uno semanal pensando que no faltaría a la cita, pero a veces no hay manera.
En ocasiones, sentarse delante del ordenador para teclear unos párrafos resulta complicado. ¿Fatiga? ¿Cansancio? ¿Aburrimiento de escribir siempre lo mismo sobre los temas de siempre? En esas estamos, esperando que surja la palabra primera que lleve a otras y éstas a completar un par de párrafos. ¿Quién pidió un punto de apoyo para mover el mundo? Pues eso, que cuando me pongo a escribir, reclamo como Arquímedes la palabra que lleve a otras, aunque no pretenda mover mundos ni agitar conciencias.
La palabra. Posiblemente los indicadores más valiosos del sistema democrático sean los derechos individuales y colectivos, la igualdad con la discriminación positiva que comporta, el papel de la oposición y la palabra. De entre éstos, y otros que puedan considerarse, la palabra debe ser el arma más poderosa cuando todos desean controlarla para, llegado el caso, manipularla o vaciarla de contenido. Con ella se hacen discursos y redactan leyes. Se usa para convencer pero también para seducir y engañar. La palabra, como dijo Álex Grijelmo, es como el cuchillo, sirve para matar y también para cortar el pan. Políticos, informadores y empresarios recurren a la palabra para no llamar a las cosas por su nombre, para mostrar una realidad más edulcorada y acorde con sus intereses.
Las palabras que usamos nos moldean, definen y aclaran quienes somos, qué y cómo pensamos. Hablar bien es un aval de ciudadanía, una garantía y escudo que nos protege de la demagogia y la falsedad además de advertirnos de los peligros del enmascaramiento y la tergiversación de los poderosos y cantamañanas de turno.
Ahora, cuando los partidos políticos apuestan por abrirse a la sociedad y escuchar a los ciudadanos, ¡cuidado con los faroles!, me propongo dar mi voto a aquella formación política que prometa una reforma educativa para mejorar el lenguaje de los ciudadanos. Cansado de grandes programas y soluciones milagrosas, me conformo con algo tan simple y difícil a la vez, como trabajar para dar la principal herramienta democrática a la ciudadanía. La palabra es libertad y entendimiento: sólo desde su conocimiento se puede hacer frente a la demagogia y al engaño.
La palabra contra el olvido, La verdad es una gran mentira, La propaganda, El árbol de la mentira, Obsesión por la opinión pública, Medios críticos en busca de una sociedad crítica, Vendo mi voto, Gandhi y Bismarck, palabras e imagen política.