Imagina que estás traduciendo una novela al español y te encuentras con un personaje que habla de Oprah Winfrey. ¿Cómo lo harías? Obviamente siempre puedes agarrarte a que es un nombre propio y no tocarlo. Pero el lector español poco interesado en presentadoras americanas va a quedarse a medias. Puedes buscar un personaje autóctono similar: encontrarás a una Ana Rosa Quintana o una María Teresa Campos. Puede ser una opción. También puedes recurrir al socorrido pie de página, pero ningún editor te lo recomendaría.
Lo mismo ocurre si ese mismo personaje se declara fan de la salsa Gloucester. ¿Cómo lo resolverías? Puedes evitar la traducción, enumerar la interminable lista de ingredientes del condimento o elegir “salsa inglesa” como hacen en la wikipedia.
Lo cierto es que no hay respuestas correctas y la traducción de este tipo de referencias supone un reto para los traductores editoriales. A nadie se le oculta que el traductor bilingüe tendrá ventajas sobre el que no lo es. Pero incluso a él le resultará complicado resolver estas cuestiones.
La mejor opción para solucionar estos problemas es recurrir al original. Tendrás que aprender inglés y pasarte los veranos en algún campamento de Estados Unidos o Inglaterra. Pero habrá merecido la pena si consigues leer a Tolkien o Stephen King en el inglés original.
Aprender inglés desde niños nos ayuda a la hora de leer autores ingleses. Pero con la inmersión lingüística logramos además conocer esos referente británicos y americanos que son prácticamente intraducibles.
Otro obstáculo con el que se encuentran los traductores son las palabras de slang. En muchos libros he leído “¿dónde demonios está …?” (del inglés “Where the hell is…?) pero jamás se lo he escuchado a un español, que siempre elegiría una expresión más contundente.
Traducciones con fecha de caducidad
La lectura del original, que obliga al lector a haberse formado en un programa de inglés de calidad, permite evitar la caducidad de las traducciones.
Aconsejan los editores refrescar las traducciones cada 30 años. Es lógico, nosotros no hablamos igual que nuestras abuelas y nos parecen obsoletas palabras como “cataplasma”, “empellón” o “cachivache”. Los idiomas evolucionan: se ven afectados por neologismos, algunos términos caen en desuso y otros toman el relevo. Los lectores políglotas no se tropezarán esas traducciones.
Quienes lean el original evitarán también las versiones. Hay una serie de transcripciones que se hicieron en España de los escritores de las “lost generation” que no merecen el nombre de traducción. Cosas de la censura. Pongamos un ejemplo: Trópico de Cáncer. El tribunal supremo de Pensilvania lo calificó como “un pozo negro, una cloaca a cielo abierto, una reunión viscosa de todo lo que está podrido en los escombros de la depravación humana”. Al pasarlo al español realizaron más una adaptación edulcorada del texto de Henry Miller que una fiel traducción.
Así, aprender inglés desde niño o adolescente, resulta una herramienta imprescindible para poder disfrutar de las novelas (y no digamos la poesía) del original con todos sus matices. La inmersión cultural, los summer camps y las escuelas de inglés te ayudarán a conseguirlo.
Entonces, ¿cómo traducirías tú Oprah Winfrey o salsa Gloucester al español?
Con este post invitado de María de Lara, traductora y alma mater de lara-go, iniciamos una serie de colaboraciones con autores, editores, traductores y otros profesionales editoriales que nos van a contar qué papel desempañan en el proceso editorial y el valor que su trabajo y dedicación aporta a los proyectos editoriales.