Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias. (…)
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin esperar a que Ítaca te enriquezca. (…)
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Extracto de Ítaca, de Constantino Cavafis
Hay dos clases de personas: las que clasifican a la humanidad con frases como “hay dos clases de personas”, y los que callan, porque conocen la magnitud inabarcable de la sociedad. Olvidemos la frase con la que empieza este texto: no hay dos clases de seres humanos, ni cuatro, ni doscientos, hay tantos como vidas marcadas por un tiempo, una sociedad o unas circunstancias siempre cambiantes. La miopía xenófoba se cura con gafas de ver de cerca, viajando al corazón de otros corazones.
Cuando viajamos, habitualmente cometemos el error de comparar o criminalizar las nuevas vivencias, como si el vago sedentarismo fuera un implacable e infalible juez: “el tiempo es malo”, “la gente es antipática”, “donde esté un buen jamón…”. Pocas veces pensamos que nuestro tiempo, sentido del humor o comida son partes no escogidas de una rutina vital. Lo conocido gusta y enamora; rechazar lo obligatorio (por falta de alternativas y costumbre) sería un ejercicio de masoquismo. Nos encanta lo nuestro, porque como diría cualquier sabio de barra de bar “es lo que hay, y no tenemos más huevos”.
Viajar sirve para conocer otras culturas, pero su mayor utilidad es el conocimiento de uno mismo. Se puede ser turista o viajero. El primero busca lo que ya tiene, en su propio idioma, pero más accesible y anónimo. El turista busca barras libres de comida, sexo o mar. Los paisajes que más disfruta son los de su propio vientre moreno y aceitoso. El viajero se diferencia del turista en que vive aventuras escapando de su vida para visitar la de otros. El viajero se desplaza como vive, sin prisas. El disfrute del viaje –se tome de forma física o existencialista- es el viaje en sí mismo.
Mint 57 es una fábrica de viajeros (no sabemos si llamarla “agencia de viajes”, por atípica). Nos pidieron que echáramos un vistazo a su nueva web y nos gustó la página, pero sobre todo la filosofía sostenida en cuatro puntos:
- Existe una manera más respetuosa de explorar el mundo.
- Más experiencias auténticas, y menos plantar bandera.
- Hacer una pausa para saborear las pequeñas cosas.
- Lo que tú quieras, como quieras.
- Descubrimientos que inspiran.