Revista Juvenil
Hoy en nuestra sección de libros les traigo la reseña del libro “El viaje” el primer libro de la trilogía Tierra de Magia de la escritora Amanda Hocking. Wendy Everly siempre fue una chica problemática, lo que llevo a su madre a querer matarla en su sexto cumpleaños. Desde entonces, ha vivido una vida de cambios constantes. Pero al conocer a Finn, su compañero de clase, descubrió a donde ella realmente pertenecía. Pero, ¿era realmente aquel mundo el lugar al que pertenecía? El argumento oficial: Cuando Wendy Everly tenía seis años su madre intentó matarla, convencida de que era un monstruo. Once años después, Wendy descubre que quizá su madre tenía razón... Con la ayuda de un misterioso chico llamado Finn Holmes, Wendy empieza una nueva vida en un mundo del que no está segura de querer formar parte. Un lugar que nunca imaginó que existiera en el que aprenderá el significado real del amor y el honor. «—Eres una changeling […]. Un changeling es un niño cambiado en secreto por otro. En ese momento mi habitación se inundó de una extraña y onírica atmósfera. Recordé a mi madre y lo mucho que me había gritado. Siempre había sabido que aquél no era mi lugar, pero jamás había querido aceptarlo de una manera consciente. Y ahora, de repente, Finn estaba confirmando mis sospechas. Todas las horripilantes cosas que había dicho mi madre eran verdad.»
Les dejo las primeras paginas del libro:
Prólogo Once Años Atrás
Algunas cosas de ese día destacan más que otras: era mi sexto cumpleaños, y mi madre blandía un cuchillo. No un cuchillo pequeño, sino uno de los grandes, tipo carnicero, que brillaba en la luz como en una mala película de terror. Siendo honestos, tal vez el cuchillo no brillaba. Tal vez mi memoria le añadió eso como algún tonto efecto especial. No puedo estar segura. Lo que sí sé es que mi mamá quería matarme. He tratado de recordar los días y años antes de ese momento, para ver si hubo algo que debí haber notado de mamá. Desafortunadamente, todo antes de eso es bastante confuso. Cuando le pregunto a mi hermano mayor, Matt, acerca de ello, siempre responde vagamente con cosas como “Ella está desquiciada, Wendy. Eso es lo que pasó”. Él tiene siete años más que yo, así que sé que debe tener una mejor idea de lo que pasó, de cómo mamá era en verdad, pero nunca quiere hablar de eso. La cruel verdad es que actualmente no tengo recuerdo alguno de mamá antes de ese día. Ni uno. Puedo recordar las Navidades y los cumpleaños, e incluso puedo recordar a mi papá, quien murió cuando yo tenía cinco años, pero no a ella. Los psicólogos han insistido en que sólo es mi forma de procesar el trauma, pero me gustaría poder recordar. Incluso si todo fuera malo. Especialmente si fue todo malo. Seré la primera en admitir que era una malcriada en crecimiento. Mi tía Maggie da fe de ello, pero de una manera sutil, y siempre termina con un abrazo y un sentimiento tranquilizador de que me ama sin importar nada. Matt ni siquiera bromea al respecto. Cuando sea que alguien hace un comentario acerca de mi mal comportamiento de cuando era niña, él sólo frunce los labios e insiste en que era una niñita curiosa y normal. Definitivamente no lo era, pero no soy la única reprimiendo cosas, supongo. Vivíamos en los Hamptons en ese momento, y mi madre era una mujer que se daba la gran vida. Celia no estaba allí ese día, y en retrospectiva,
diría que ese fue el detonante. Celia era la tercera nana que tenía, lo cual es una prueba más de lo indisciplinada que era de niña. Matt tuvo la misma nana toda su vida hasta que nací y probé que era demasiado para ella. Celia y yo nos la llevábamos bastante bien pero ella había tenido una emergencia y se había ido la noche anterior. Eso significa que mi madre estaba a cargo de mí, por una sola vez de las pocas veces en su vida, y había una fiesta ese día. De acuerdo, mentí cuando dije que no tenía ningún recuerdo de mi mamá. La recuerdo muy claramente gritándole a mi hermano y a mi padre, o a la niñera, o a mi tía, o a cualquier persona en cualquier lugar cada vez que se veía obligada a interactuar conmigo. Era como si no pudiera soportar verme. Por lo que pasó, probablemente no podía. Mi tía Maggie había llegado un poco más temprano para ayudar a preparar la fiesta, y ella finalmente había logrado levantar a mi madre. Yo todavía estaba en mi pijama, con manchas de chocolate con leche de soja en la cara, y ella se ofreció a arreglarme. Hasta el día de hoy, no tengo idea de cómo es que mamá tomó el relevo. Eso era algo que ella no haría normalmente, y nadie puede recordar por qué decidió hacerse cargo de mí. El baño fue un terrible suplicio. Yo era una niña anormalmente sucia, y tuvo que restregar mi piel, lo que sólo me hizo llorar enfadada. Mi pelo era lo peor. Estaba en un constante estado de caos enmarañado, sin importar cuánto ella lo peinara, pero eso no le impidió dejar de intentarlo. Yo estaba sentada en el taburete frente a su tocador, sus manos me sujetaban firmemente para que no pudiera escaparme. Ella me había dejado llevar la bata de felpa de gran tamaño cuando salí del baño, y me hizo sentir grande de alguna manera. Tenía el cabello aún húmedo mientras ella pasaba el cepillo por de él, y yo gritaba a morir con lágrimas corriendo por mis mejillas. Ella tenía un espejo triple en su tocador, por lo que podía verla desde tres ángulos diferentes mientras me cepillaba el cabello. Sus mejillas estaban rojas por el esfuerzo, y no tenía aliento. Su cabello había sido recogido en una especie de moño cutre, así que no sé cómo podía quejarse de mi cabello. Seguía usando la bata de mi padre de seda roja, de la misma manera en que lo había hecho todos los días desde que él murió.
Por fin mi mamá consiguió dejar mi cabello a su gusto, poniendo broches con arcos rosas en ellos. Eligió un vestido de color rosa con plisados para combinar, y recuerdo que protesté como una loca al respecto. Odiaba los vestidos, pero ella me atrapó y me obligó a ponérmelo. Por último, me puso calcetines de encaje con brillantes zapatos blancos, y me dejó ir para que ella se pudiera arreglar. La cosa era que yo ni siquiera quería esa fiesta. Me gustaban los regalos y todo eso, pero no tenía amigos. La gente que venía a la fiesta eran los amigos de mi mamá y sus pretenciosos hijos. Ella había planeado una fiesta de té de princesas. Yo quería dinosaurios, y quería estar afuera corriendo en los alrededores. Para el momento en que los invitados comenzaron a llegar, ya me había quitado los zapatos y las medias y había arrancado los broches de mi cabello. Mamá bajó a la mitad de la apertura de los regalos, luciendo casi tan igual como lo había hecho cuando me fui. Su cabello había sido arreglado, y se había puesto un labial rojo que sólo la hacía lucir más pálida. Todavía estaba usando la bata de mi papá, pero le añadió un collar y unos tacones, como si eso de repente hubiese hecho adecuado al atuendo. Nadie comentó nada al respecto, pero probablemente estaban muy ocupados viéndome con absoluto horror. Me había quejado de cada regalo que recibí, y había roto o tirado una porción de ellos. Todos eran muñecas estúpidas, ponis o alguna otra cosa con la que nunca jugaba. Cuando mamá entró a la sala, se deslizó sigilosamente entre los invitados hacia donde yo estaba sentada al final de una larga mesa, donde acababa de estropear una caja envuelta de osos rosados. Contenía otra muñeca de porcelana, y antes de que pudiera terminar mi diatriba con ella, sentí una fuerte bofetada en la cara. —No eres mi hija —dijo mamá, su voz sonaba fría y sin emoción. Mi mejilla punzaba dolorosamente donde me había golpeado, y yo sólo la miré boquiabierta. Maggie rápidamente volvió a poner la fiesta en marcha, pero la idea debió haberse quedado metida en la mente de mi madre el resto de la tarde. Creo que cuando lo dijo, lo hizo en la forma en que lo hacían todos los padres cuando sus hijos hacían algo que no entendían. Pero cuanto más pensaba ella en el asunto, más sentido debió haber cobrado para ella.
Después de una tarde de rabietas similares de parte mía, y de muchas escenas que me involucran a mí o a otro niño llorando, alguien decidió que era hora de la torta. Mamá parecía estar tardándose demasiado en la cocina, y por alguna razón, Maggie me dejó que fuera por ella. Ni siquiera sé por qué mamá fue la única en ir a buscar el pastel, en lugar de Maggie o la criada, que eran mucho más maternales. En el centro del desayunador en la cocina, había una enorme tarta de chocolate cubierta de flores de color rosa con un número seis grande en el centro. Mamá estaba al otro lado, con un cuchillo gigantesco que utilizaba para cortar y servir el pastel en platos pequeños. Las horquillas estaban empezando a desprenderse de su pelo, y tenía una mirada frenética. —¿Chocolate? —Arrugué la nariz mientras mamá intentaba poner pedazos perfectos en los platitos con mucho cuidado. —Sí, Wendy, te gusta el chocolate —informó mamá. —¡No, no me gusta! —protesté, cruzándome de brazos—. ¡Odio el chocolate! ¡No voy a comer eso y no me vas a obligar! Aunque sí me encantaba el chocolate de leche de soja, por lo general despreciaba todos los otros chocolates, y la mayoría de los dulces y golosinas en realidad. Mamá pudo haber sabido eso, pero quizás pudo ser un simple descuido de su parte. —¡Wendy! —Mamá cerró sus ojos como si tuviese una terrible migraña. El cuchillo apuntaba en mi dirección, con algo de azúcar glaseada en la punta. Para ese momento, no me sentía asustada. Si lo hubiese estado, tal vez todo hubiese sido diferente. En vez de eso simplemente sentí que estaba teniendo otra de mis rabietas. —¡No, no, no! ¡Es mi cumpleaños y no quiero chocolate! ―grité y pataleé tan duro como pude. —¿No quieres chocolate? ―Mamá me miró, sus ojos azules anchos e incrédulos. También había un nuevo tipo de locura que brillaba en sus ojos, y allí es cuando mi miedo comenzó a hacer efecto tardíamente—. ¿Qué hay pasa contigo, Wendy? ¿Qué clase de niña eres? ¿Eres siquiera una niña? Yo sólo la veía mientras ella rodeaba el desayunador viniendo hacia mí. El cuchillo todavía estaba en su mano, señalando hacia el techo, pero lucia más amenazante de lo que lo había hecho hace unos segundos atrás. —Ciertamente tú no eres mi hija. ¿Qué eres, Wendy? —Se agachó y agarró mis hombros con fuerza, hundiendo sus dedos en mí como garras. Cuando empezó a sacudirme, gritó y salpicó saliva en mi cara—. ¿Qué eres realmente? ¿Qué quieres? ¡¿Qué quieres de mí?! Me las arreglé para zafarme de ella y di varios pasos hacia atrás. Debería haber gritado o huido, pero no entendía lo que estaba pasando. Mi mamá lucía completamente maniática. Su bata se había abierto, revelando sus delgadas clavículas y la ropa interior negra que llevaba debajo. Dio un paso hacia mí, esta vez me señaló con el cuchillo intencionadamente. —¡Estaba embarazada, Wendy! ¿Dónde está mi niño? ¿Quién eres y qué has hecho con mi niño? —Había lágrimas formándose en sus ojos, y yo sólo sacudí la cabeza—. Probablemente lo mataste ¿no? Eso sería tan típico de ti, Wendy. ¡Eso es justo como eres! Se abalanzó sobre mí, gritando que le dijera qué era yo y qué había hecho con su verdadero bebé. Me quité fuera de su camino justo a tiempo, pero ella me acorraló en una esquina. Una vez que estuve presionada contra de los armarios de cocina, no tuve a dónde ir, y ella no parecía estar dándose por vencida. —¡Mamá! —le gritó Matt desde el otro lado de la habitación. Los ojos de ella parpadearon en una especie de reconocimiento, el sonido del hijo que ella realmente amaba, pero no retrocedió de donde estaba parada. En realidad, se dio cuenta de que estaba quedándose sin tiempo, así que levantó el cuchillo. Matt saltó sobre ella, pero no antes de que la navaja del cuchillo atravesara mi vestido y apuñalara mi estómago. Mi corte no fue mucho peor que una herida leve, pero sangraba profusamente y yo sollozaba histéricamente. Mamá seguía luchando contra Matt, negándose a soltar el cuchillo. —¡Ella mató a tu hermano, Mathew! —insistía mamá, mirándolo con sus frenéticos ojos—. ¡Ella es un monstruo! ¡Tiene que ser detenida, Mathew! ¡Tiene que ser detenida! Descarga el libro aquí: Clic para descargar El viaje