Veréis josmíos, andaba yo por aquí preparada desde hace días para escribir una receta. Mareando la perdiz, básicamente, relegando el momento de ponerme a escribir porque se anteponían cosas tan graves e importantes como entregar varios trabajos, poner la lavadora y mirar intensamente a la pared. Hace muchos meses que la pared que está detrás de la pantalla del ordenador y yo somos íntimas amigas. Tiene algún agujero y una mancha rebelde que me observa con regodeo y satisfacción, la muy perra. Sabe que por mucho que me siente durante horas al teclado y suspire, no voy a escribir nada porque he perdido mi mojo.
Por eso todos los días me levanto y me digo que hoy sí que voy a sacar algo, yes I can, pero luego el mundo se confabula (oh pérfido destino) para que no me dé tiempo, o para que ya sea muy tarde y entonces quién va a leer a estas horas, o yo qué sé. Hasta que ayer me di cuenta de que no puedo escribir la puñetera receta aquí simplemente porque hace un año que no lo hago. Efectivamente, la última entrada recetil de este blog es del 23 de diciembre de 2014, cáspita, cuando puse el cóctel de gambas neoviejuno.
360 días después es un poco difícil volver como si nada, y quizás tecleándolo aquí pueda entender yo misma el porqué. 2015 ha sido el primer año en el que me he dedicado profesionalmente a escribir sobre cocina y me ha resultado extremadamente complicado. Lo de extremadamente suena un poco como a batalla de Rambo en Vietnam, pero yo soy de natural agobiada y tiendo a ahogarme en un sorbo de agua, entendedme. Que no os vendan motos de emprendedores ni entrepreneurship ni mierdas, ser autónomo es un asco a no ser que te salgan miles de encargos y las declaraciones trimestrales te quitan años de vida. A lo largo de este año he tenido la inmensa suerte de colaborar como documentalista en el programa de Robin Food y de empezar a escribir regularmente en El Comidista. Mikel, Mònica y David no saben cuánto les quiero por haberme ayudado a tener una base sobre la que plantar mi bandera de autónoma in-de-nait para que mi santa madre pueda decir por ahí que su hija es periodista.
También colaboré en un proyecto muy bonico que espero que vea pronto la luz, y un día en una librería una señora me preguntó a ver si yo era yo y me dio un achuchón y casi lloro. Por la sorpresa y porque me pilló mirando libros viejos, que es un escenario muy romántico y como de película de calidad. Pensándolo ahora, si aquí he escrito menos no ha sido porque tuviera menos tiempo libre (que es lo que yo le decía a la mancha de la pared), sino porque éste es mi espacio personal y desde hace tiempo tengo un nudo de ésos pretos que no te dejan tragar bien. La incertidumbre de no tener trabajo fijo ni suficiente, que tantos de vosotros seguro que compartís, maldita sea, se suma a otros problemas personales e intransferibles para hacer que no disfrute ni duerma como solía. Básicamente, tengo ansiedad.
Como este blog es mi casa, tengo derecho a ir en zapatillas y pijama viejo en vez de arreglarme para salir. Es decir, que aquí puedo contar lo que necesite destapar en vez de limitarme a poner la dichosa receta, que por cierto, no tiene la culpa de este drama y está buenísima. En esta sesión de terapia gratuita puedo aprovechar además para ciscarme en toda la gente que te ofrece trabajo a cambio de "visibilidad", "visitas", "prestigio" y porras en vinagre. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves en llamas más allá de Orión y medios serios (de esos buenos que salen en papel) que se resisten a decir la palabra "gratis" a pesar de que les preguntes tres veces por las condiciones antes de aceptar el encargo.
¿Qué diría un fontanero si le pidieran que arreglara unas tuberías gratis y "ya si tal si nos gusta como quedan pues igual te llamaríamos otra vez pero no es fijo"? Dependiendo del grado de desesperación vital del fontanero, igual dice que sí, pero luego acabará recibiendo más llamadas iguales porque al primero se lo hizo sin cobrar y todo el mundo quiere el mismo chollo.
A lo largo de este año me han ofrecido pagos en especies tan diversas como enlaces, reputación, "ver tu nombre escrito en papel" y hasta una especie de indemnización en diferido a lo "trabaja tres meses y luego si funciona pues al final del año próximo te daríamos un porcentaje". Yeah. En esas ocasiones la mancha de la pared se ríe de mí y me susurra cosas que haga cosas malas y delictivas.
En fin, tecleado todo esto parece que respiro mejor e incluso me está entrando algo de espíritu navideño a pesar del inmundo calor que hace. Mientras me imbuyo de fuerzas para sacar adelante la receta y otras muchas cosas que tengo en la recámara, podéis leer mi última colaboración en Zouk Magazine acerca del viaje del blóguer y los peligros que acechan en los recodos del camino.
También me podéis mandar achuchones y gifs de gaticos, que siempre vienen bien.