Es la israelí una de esas (numerosas) cinematografías cuyo acceso a los mercados internacionales, pese a no provenir de un país “débil”, es enormemente limitado. No es fácil, ni habitual, el poder disfrutar de films de ese origen en nuestras pantallas, con lo cual ya sería ése motivo suficiente para congratularse de que este próximo viernes —y aunque con el número limitado de copias que es costumbre en estos casos— llegue a los cines españoles una propuesta como “El viaje del director derecursos humanos”, que, no nos engañemos, se beneficia claramente de la circunstancia de que la película precedente de su director, Eran Riklis, “Los limoneros”, alcanzara cierta repercusión en los circuitos cinéfilos. A diferencia de esta última, cuyo tono dramático y trasfondo político la dotaban de una densidad considerable, “El viaje...”, aun cuando también presenta una componente política evidente (cabe suponer que difícilmente evitable en un contexto social como el israelí), aporta un cierto contrapunto de comedia amable en el planteo de algunas situaciones —que nos remiten de manera clara a un film como “Guantanamera”, de Gutiérrez Alea, con ese “ataúd viajero” de largo alcance...—, gracias a la cual su carga emocional se hace algo más liviana.
Pero, aun con tales contrapuntos, o matices, esta última cinta de Riklis tiene todo el aspecto de una propuesta destinada a hacer reflexionar a su público, utilizando la fórmula argumental, no por poco novedosa menos eficaz, del “doble viaje”: el físico, o geográfico (nuestro protagonista, el director de marras, viajará desde su país de origen, Israel, hasta Rumanía, impelido por un incidente episódico que se erige en punto de arranque de la trama) y el introspectivo, ese mítico “viaje interior”, que será el que recorrerá ese mismo personaje principal a la búsqueda de un sí mismo un tanto desorientado; viaje al hilo del cual habremos de sufrir con sus cuitas, cuestionarnos nuestras premisas a la par que él se cuestiona las suyas, y gozar con la catarsis que el (previsible) reencuentro final suele traer consigo. Es el mismo mecanismo que un film tan hermosamente sencillo como “Un tipo genial” (“Local hero”) nos mostraba, y que, salvando las distancias, habremos de encontrar en éste. ¿Para bien? En la medida en que Eran Riklis haya sabido desplegar su relato con talento y mesura, así debería ser. Y ojalá que así sea...
* Apuntes sobre el cine que viene LVII.-