Revista Opinión

El viaje que lo cambió todo

Publicado el 22 julio 2013 por Vigilis @vigilis
El acontecimiento más importante de la historia universal es el descubrimiento de América. Hasta tal punto es importante que antes del descubrimiento no se puede hablar de una historia universal propiamente dicha, salvo si hablamos de la historia universal como historia de la cristiandad (que era la historia a la que se referían los historiadores medievales: historias que comenzaban con Adán y Eva).
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Ante esta afirmación se puede argumentar que la historia del África colonial, de los pueblos precolombinos y demás sociedades que no estaban en contacto con las principales ideas que funcionaban en la isla-mundo comunicadas por la ruta de la seda, forman parte del compendio de historia universal desde hace miles de años. El caso es que estas sociedades no participan en la forma de ver el mundo ni en su actual configuración. La idea es que el primero en saber realmente cómo es el mundo y establecer sus límites, es el primero en crear marcos conceptuales que responden a ese conocimiento.
La filosofía española de los primeros siglos de la conquista será determinante en el esquema de pensamiento que pasará a ser imitado en todo el mundo y que sienta los cimientos y los muros de carga (junto con la herencia previa, esencialmente clásica) de lo que conocemos como civilización occidental. Esta civilización occidental es la única existente, debido a que es la única imitada. Dicho de otra manera: los hotentotes pueden tener un rico conocimiento, valioso para su entorno, pero este conocimiento no tiene valor universal y además, de forma positiva no se ve imitado en todo el planeta. Lo que sabemos de los hotentotes lo incorporamos a la historia universal solamente desde una óptica previa en la que ya existe una historia universal, un marco conceptual del relato de los hechos del hombre en todo el planeta. Que haya academias de baile flamenco en Tokio o que los chinos escuchen rock, es la historia de un triunfo que comenzó una mañana de agosto del año 1492.
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Que la Tierra es redonda era un conocimiento común y vulgar que estaba a pie de calle desde época de los griegos clásicos. Lamento que cuando me contaron que Colón descubrió América haya tenido que estudiar cosas como "monasterio de La Rábida", "Capitulaciones de Santa Fe", y fechas de viajes. Saber datos está bien, pero tiene un alcance limitado: si se aprenden de memoria, pronto se olvidan. Sin embargo, las historias son más difíciles de olvidar. Historietas bien contadas azuzan el ánimo del oyente y provocan un interés por descubrir más cosas (y una vez que se leen varias cosas sobre el mismo tema, por pura repetición los datos se quedan solos en la cabeza). Como decía, todo el mundo sabía que la Tierra es redonda. El más antiguo globo terráqueo que conocemos, se lo debemos a un tal Martin de Bohemia, que trabajaba en la corte de Portugal. Es un globo terráqueo de madera, bien grandote, realizado con paciencia y cuidado allá por 1491.
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Este globo muestra el conocimiento actualizado de los cosmógrafos justo antes de la salida del puerto de Palos. Recibe el nombre de Erdapfel (manzana de tierra en castellano, patata en austríaco) y muestra unas distancias más cortas que las reales y un océano Atlántico en el que no está América, pero aparecen otras cosas. Destaco Antilia y la isla de San Brandán, cada una tiene su historia muy interesante. Se pierden en la noche de los tiempos los relatos medievales que nos hablan de viajes más allá del Finisterre y de navegantes que se encuentran con columnas de cristal flotando, etc. Además son islas míticas que según se iban descubriendo islas de la Macaronesia se iban llenando de más misticismo todavía. En el archipiélago de las Canarias tenemos a San Borondón, que aparece y desaparece. Antilia los medievales la relacionan con la Atlántida, etc.

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Detalle del Erdapfel. Aquí lo importante es quedarse con que las distancias están equivocadas. La distancia entre Cipango y España es en realidad tres veces mayor.

Hay que decir que cada legua que los turcos ganaban a Constantinopla, era una legua que en occidente los portugueses navegaban hacia el sur. Cuanto más dificil se ponía el comercio en el Mediterráneo, tanto más esfuerzos se hacía por bajar la costa africana. Los cosmógrafos sabían que en algún momento circunnavegarían África para poder llegar a la India. Los portugueses pasan el cabo Bojador en 1434, y regresan con esclavos de Gambia pero también con un par de recomendaciones para los fabricantes de barcos.
Resulta que hasta ese momento los barcos —que por aquel entonces eran carabelas de vela latina o triangular por influencia de los moros. En otras partes de Europa seguían usando las medievales cocas— navegaban al ladito de la costa. Eran barcos pequeños, sin suficientes provisiones ni gobernabilidad como para estar muchos días en mar abierto. Lo que aprendieron los marinos lusos era que justo al lado del cabo, la navegación era complicada, pero mar adentro los vientos eran mejores. Necesitaban por tanto barcos más grandes para tener más provisiones e igual de maniobrables que las carabelas 1.0. Así, los astilleros sacan al mercado la carabela 2.0. Esta nueva carabela ya tiene una cubierta y dos grandes velas cuadradas (manteniendo una tercera vela latina en popa para maniobrar). Será este el instrumento con el que los portugueses colonizan sus partes de la Macaronesia. Los castellanos a su vez se asientan ya de forma definitiva en las Canarias un poco después (en Castilla la gente ocupó gran parte del siglo XV en guerras civiles y en finiquitar el asunto de los ismaelitas).

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Macaronesia. El cabo Bojador es lo que hay debajo de Fuerteventura. Gambia está donde pone Senegal.

Estos años de ampliación del conocimiento geográfico vienen marcados por tanto por dos factores principales: el primero, la amenaza turca: cada vez es más difícil el comercio con oriente y cada vez más sabios bizantinos se establecen en Italia, incorporando sus novedades a las que operaban en occidente. El segundo factor es la idea que se tenía del mundo, los textos de Marino de Tiro y de Ptolomeo eran la base que muchos cosmógrafos usaban para colegir, entre distancias calculadas y relatos de marineros, la presencia de las costas de Cipango hacia poniente. Las mejoras en la construcción naval y la incorporación de la aguja de marear (hasta ese momento usada en minería subterránea) y del astrolabio, indican la presencia de un esfuerzo multidisciplinar y paulatino que apuntaba a que más temprano que tarde alguien pondría rumbo al oeste.
Cristóforo Colombo tenía esta idea muy clara. Navegando ya desde muy joven, estaba al pie de las novedades en cosmografía y además se movía en ambientes marineros. A su conocimiento científico le añadía el saber popular tabernero. Relatos de islas más allá de la puesta de sol, sargazos que llegaban flotando, aves en medio del mar... Colombo también tenía bastante claro que quería ser rico y que un medio para conseguirlo era descubrir una ruta occidental a las indias.  No tuvo reparos en casarse con la hija del gobernador de Porto Santo (en Madeira) para ver si conseguía financiación para su empresa. No la consiguió pero pudo llegar al Sillicon Valley de la época que era la Escuela de Sagres, en el cabo San Vicente. Esta escuela había sido fundada por Enrique el Navegante, infante de Portugal, cuyo hermano le concedió el 20% de los ingresos obtenidos por las nuevas rutas africanas. Claro, Enrique el Navegante que también quería ser rico, atrajo a los mejores cosmógrafos, astrónomos y navegantes del mundo. A mediados del XV, para entrar en ingeniería naval en Portugal, la media de Selectividad era altísima.
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En esas estaba nuestro Colombo, tratando de conseguir dinero para su start-up. En buena hora llega a la corte lisboeta. Hay que recordar que en aquel tiempo la navegación estaba de moda, los ricos hablaban de barcos, los listos hablaban de rutas marinas y los curas hablaban de evangelizar nuevas tierras. Pero en Lisboa no debió sentar muy bien que llegara un advenedizo y propusiera una ruta diferente al resto de rutas. Había costado mucho dinero montar escalas en los cabos africanos y ahora un listo podía echar a perder tan magras inversiones, aranceles y derechos de paso que eran fuente de ingresos de la aristocracia navegante portuguesa. Daba igual que gente de fama como Toscanelli corroborase la posibilidad de la nueva ruta a la India y que la inversión requerida fuera reducida respecto al retorno que podía dar. La Junta de Matemáticos le denegó el viaje y, ya que el plan tenía mucho sentido y parecía una apuesta segura, de espaldas a Colombo mandó armar una nave que envió a Poniente. Esta nave regresó al cabo de unas semanas sin noticia de nuevas costas. Esto sentó como un tiro a Colombo: aquellos traicioneros de la Junta usaron su plan pero no sabían navegar como él. Agarró el pontevedrés (o genovés, qué más da) tres maletas y se fue a Estados Unidos, perdón, a Castilla.
Sus amigos le decían que parte de la culpa de este rechazo la tuvo él mismo. Colombo no hizo ningún curso de marketing y exageraba mucho cuando hablaba de las riquezas y maravillas de oriente. Si quería vender el plan a los Reyes Católicos, tenía que bajar el tono. Se debió de tomar muy en serio el consejo, ya que el primer lugar al que va es a un monasterio y la primera gran amistad que hace en España es la de un fraile, Juan de Marchena. Con paciencia y tras cambiarse el apellido a Colón, entabla un círculo en el que intima con Martín Alonso Pinzón quien le deja muy claro que lo único que le hace falta es el dinero. No demasiado dinero pues el viaje aparenta ser corto, pero sí lo bastante como para que haga falta algo más que un par de armadores onubenses. Es sorprendente lo lógico que resulta su plan de viaje para todo el que le escucha. Quien ha manejado alguna vez mapas, sabe fehacientemente que la nueva ruta de Colón tiene sentido. Los reyes se acercan a Córdoba y Colón se entrevista con ellos dejando el histrionismo a un lado. No habla tanto de maravillas y riquezas, como de la lógica que tiene el viaje. No menciona tanto las montañas de oro y marfil como de una ruta segura para las especias. Como los reyes no saben de navegación, dejan el análisis técnico a una junta de cosmógrafos y geógrafos que coordina el confesor de la reina, Hernando de Talavera. Al convento de San Esteban en la Universidad de Salamanca envían los powerpoints de Colón. A ver cómo es posible ese viaje si san Agustín dice que no hay antípodas (en realidad, consideraciones patrísticas al margen, parece que en la Universidad de Salamanca tenían más claro el tamaño del planeta y por lo tanto, sus dudas eran más que razonables).

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Convento de San Esteban, Salamanca.

Entre unas cosas y otras Colón pasa siete años en España. Hasta tiene tiempo de tener un hijo en Córdoba. Finalmente le dicen que su empresa está muy bien pero que antes deben terminar la guerra de Granada, y que no van a dedicar dinero a ese viaje. Colón resopla y dice que vale, que hasta ahí ha llegado, que se va con sus planos a Francia. Al oír eso, sale el ministro de economía de Fernando el Católico, un tal Luis de Sant-Ángel de debajo de una piedra y le dice que de Francia nada, que acaban de ganar la guerra a Granada y que él sabe de dónde sacar el dinero si consigue otros patrocinadores. En abril de 1492, se reúne Colón con los reyes en Santa Fe y firman un acuerdo muy ventajoso para el marino.
Esa primavera, ya está Martín Alonso calafateando y pintando sus carabelas (a una la llaman Pintá o Pintada y a otra la llaman La Niña porque es una pequeña carabela 1.0 (a la que en Canarias le cambiarán el aparejo), propiedad de Juan Niño). Entra en escena otro piloto y armador llamado Juan de la Cosa. De La Cosa aporta una nao llamada La Gallega, que rebautizan como Santa María porque en Palos hay mucha devoción por la madre de Dios. La nao es un tipo de barco de mayor tonelaje que las carabelas, con una cofa en el palo mayor y un francobordo más elevado (esperan oleaje). El acuerdo del viaje con los Reyes Católicos otorga diversas mercedes a los participantes y les cuesta poco a Colón y a Pinzón reclutar tres tripulaciones. Los marineros creen que el viaje será corto, Colón cree que el viaje será sólo un poco más largo que esos marineros y en realidad el viaje resultará bastante más largo de lo que piensa el propio Colón.

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No están a escala: la Santa María tiene casi 30 metros de eslora y las carabelas poco más de 20.

El 3 de agosto parten de Palos, hacen parada técnica en la Gomera en septiembre y no verán San Salvador (llamada Guahaní por los taínos) hasta el 11 de octubre. Lo que es el viaje atlántico por mares desconocidos dura 35 días. Hasta ese momento nadie había pasado nunca antes más de diez días en un barco. Es muy curioso que la tripulación proteste por el viaje el 10 de octubre. También es curioso lo que recoge Bartolomé de las Casas del diario de a bordo: cómo Colón apunta las distancias recorridas en su cuaderno y les dice otras distancias menores a los marineros (para que no se alterasen, ya que iban muy rápidos), cómo ven caer una bola de fuego desde el cielo y cómo durante todo el viaje están muy pendientes de las aves que encuentran y de los sargazos que hallan flotando.
Pero lo más sorprendente de todo es lo que encuentran al llegar a tierra: gente moza, desnuda y con la cara pintada que no se parecen en nada a los cortesanos del "Gran Can" del que habló Marco Polo. Con esas personas sí que alucinaron todos.
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Nota: el primer saludo que escucharon los indios de la expedición colombina bien pudiera ser en árabe. Colón llevaba un traductor —un judío converso llamado Luis de Torres— que hablaba árabe y hebreo para poder hablar con el "Gran Can". El idioma que esperaban les sirviese para hablar con los orientales era el árabe, pues sabían que hasta allá llegaban mercaderes que dominaban esa lengua.
Otra nota: los indios llegan a decir que ya se habían encontrado a barbudos antes, lo que me lleva a pensar en viajeros del tiempo o en alienígenas barbudos.
Qué bien hablaba antes la gente:


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