Revista Cine

El viejo del puente. Ernest Hemingway.

Publicado el 20 mayo 2019 por Meg @CazaEstrellas
"Yo no tengo bando, dijo. Tengo setenta y seis años. Llevo andados doce kilómetros y creo que ya no puedo seguir".
El viejo del puente. Ernest Hemingway.
Hoy hablo de uno de esos cuentos para adultos que tanto me gustan. Hay detractores de esta fórmula narrativa, ya lo sabemos. Para muchos lectores un relato es insuficiente, afirman que su brevedad no permite adentrarse en la historia y yo lo respeto, aunque no lo comparta y no llegue a entenderlo, porque hay auténticos maestros en el género y hoy os hablo de uno de ellos: Ernest Hemingway.
"El viejo del puente" se incluye en su volumen de "Cuentos", pero a raíz del aniversario del comienzo de la Guerra Civil, Libros del Zorro Rojo lo ha publicado de forma independiente en una preciosa edición ilustrada en tapa dura, y es que los relatos de Hemingway son auténticas joyas y bien merecen una valoración individual. 
Nos situamos en el referido conflicto bélico. Conocemos a un soldado republicano que debe cruzar un puente para comprobar hasta dónde ha avanzado el enemigo. Por el lugar transitan carros, camiones, mujeres, hombres y niños, pero hay un anciano con la ropa cubierta de polvo allí sentado, sin moverse. El soldado se acerca a preguntarle de dónde viene, qué hace allí parado cuando debería huir con los demás. El viejo responde, casi ausente, que es de San Carlos, que allí vivía con sus animales:  dos cabras, un gato y cuatro pares de palomos.
Así se inicia un diálogo cargado de simbolismo donde menos es más, donde con pocas palabras el protagonista despierta nuestra compasión. No entiende de bandos, no entiende la sinrazón de la guerra, no entiende por qué debe abandonar a sus animales, que son su vida.  Su soledad y su desaliento invaden y conmueven al lector.
El viejo del puente. Ernest Hemingway.
Decía Hemingway que la prosa es arquitectura, no decoración de interiores, y desde luego predica con el ejemplo, apostando por la complejidad de lo simple y ofreciendo esta preciosa metáfora antibelicista. Ser corresponsal de guerra dejó huella tanto en su vida personal como en su obra, y aquí hay una buena muestra de ello.
Como decía al comienzo, el relato se acompaña de las maravillosas y realistas ilustraciones de Pere Ginard (1974), así como de un epílogo de Ian Gibson donde contextualiza la historia y nos acerca un poco más a este maravilloso escritor. La edición no puede ser más completa. Sublime.

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