Revista Cultura y Ocio

El viejo pesquero

Por Revistaletralibre
El viejo pesquero

Por Nuria de Espinosa nuriadeespinosa

La situación no permitía muchas alternativas. Pero Germán intuía que el fin de sus viajes se acercaba. Llevaban una semana en alta mar y transportaban una buena pesca, pero la injusta naturaleza los sorprendió muy cerca de la costa del Cabo de Finisterre en el momento en que se desató una feroz tormenta. El crepúsculo vespertino anunciaba la caída de la tarde cuya irregular brisa parecía fundirse en la espuma que las olas elevaban para chocar contra la proa del pesquero.

—Tú que estás allá arriba Merino, dime si ves alguna luz a lo lejos, —preguntó Germán.

—No veo nada.

—Fíjate bien en el horizonte, ¿seguro que no se divisa nada?

—Nada —respondió de nuevo.

La sombra de la oscuridad se expandía más allá de lo que sus ojos alcanzaban a ver. La luna, perezosa, apenas emanaba un pequeño reflejo sobre el agua del océano. Las nubes sin embargo cubrían el cielo. Horas antes, fue Germán quien daba fortaleza a Merino para que no se derrumbara. Tan solo ellos dos, de los seis pescadores que componían la tribulación, habían conseguido atarse con fuerza al mástil, aferrándose a la vida, cuando la tormenta les sorprendió en plena mar. El viejo barco de pesca resistió la embestida de las olas de puro milagro. El motor, anegado, quedó inutilizado. Navegaban a la deriva esperando que algún otro barco navegase cerca de ellos y lograse distinguirlos. Apenas había pasado media hora desde que una segunda sacudida golpease el barco con tanta brutalidad que Germán sintió que su cuerpo se partía en dos y estaba seguro de que su lesión era grave. Intentaba que Merino no se diera cuenta del dolor, cada vez más intenso que tenía en la espalda. A ratos, el cuerpo le temblaba, tenía escalofríos, las piernas apenas las sentía y un sudor tan gélido como el hielo revelaba el avance de la fiebre. Una gruesa capa de nubarrones continuaba amenazante en el cielo.

—¿Te duele mucho, verdad?

Germán abrió los ojos de par en par ante la pregunta de Merino. — ¿Tan evidente es?—respondió.

—Sí, —agregó Merino, con el rostro cabizbajo. Quería evitar que su buen amigo se percatase de la congoja que lo invadía.

—Solo necesito descansar, el calor es asfixiante—añadió.

—No veo que te lo impide viejo amigo. Descansa, yo permaneceré alerta por si diviso algún barco.

Germán cerró nuevamente los ojos, pero no respondió. La negrura de la noche, en poco tiempo sería completa. Merino permanecía alerta sin perder de vista el horizonte, hasta que por fin, le pareció vislumbrar una diminuta luz en la lejanía.

—Creo que veo algo Germán. Allí a lo lejos—dijo señalando hacía la luz— ¡Germán despierta! —gritó—. Te digo que veo algo. Le miró el rostro y permaneció un momento en silencio, observando la cara descolorida y cadavérica de Germán.

—Me prometiste que nos salvaríamos, me lo prometiste—gritó de nuevo zarandeándolo—lo prometiste, no puedes dejarme solo ¿entiendes? No puedes, tú no, tú no…

—Si continúas moviéndome de esa forma, no podré hacer nada para evitarlo. —respondió Germán casi sin aliento.

—¡Por Dios, Germán! Me has dado un susto de muerte.

—Estoy muy mal amigo mío, no sé si lograré resistir.

—Aguanta, tienes que aguantar, he lanzado la señal de auxilio.

Germán intentó decir algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Su rostro pálido, bañado en sudor, evidenciaba su agonía. El cielo empezó a despejarse. Las nubes parecían tener prisa por marcharse y las primeras estrellas comenzaban a deslumbrar.

—Tengo sed, —murmuró Germán con voz quebrada por el dolor—tengo sed, mucha sed; y sueño, mucho sueño.

—Haz un último esfuerzo, ¿no la oyes? Es la sirena de un barco Ya vienen Germán.

—Sí, ya lo veo… allí, está mi compadre—dijo Germán con el último aliento.

Merino permaneció en silencio unos minutos sollozando. A continuación, miró a su viejo amigo y dijo:

Lo siento Germán, lo siento. Te he fallado, pero te has ido como tú siempre quisiste; en tu querido pesquero, y ahora, cumpliré la promesa que nos hicimos hace más de veinte años. Se limpió las lágrimas que aún resbalaban por sus mejillas y metió el cuerpo de Germán dentro de un saco; después introdujo varios objetos de hierro forjado para que lo llevasen directamente al fondo del mar, lo ató con fuerza y lo lanzó por la borda.

—Adiós, viejo amigo. Me ayudaste a ser un gran pescador y espero morir como tú: siendo un gran hombre.


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