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El volapié, por Dominguín

Por Antoniodiaz
El volapié, por DominguínDibujo de Enrique Martín. Toros Grada Seis
Hablar de la estocada, del volapié, es a estas alturas tanto como querer remontarse a una época demasiado lejana, intentando salvar de una zancada gigantesca ese abismo que el tiempo tendió en nuestra fiesta entre el ayer y hoy. Tal tema -sobre el que he recibido el honroso encargo de discernir, torpemente, por supuesto- es algo como adentrarse, no en un campo vivo, floreciente, sino en sombríos recovecos de pura arqueología. Quedan, si, unos grupos exiguos de aficionados, que en el rincón de alguna peña taurina, bajo una luz amarillenta y apagada de viejas litografías de toros, se atreven a hablar timidamente. cuan si fraguaran una conspiración, de la suerte suprema, y de tarde en tarde, barajan los nombres de Costillares y Frascuelo, y echan mano de la definición sobre el volapié que Montes hiciera en su Tauromaquia. Frente a este bando -toses, canas, quintaesencia del pretérito taurino- se presenta en decisiva oposición, todo ímpetu y juventud, ese otro bando más nutrido y audaz -nueva generación con carnet de Reserva de Localidades-. que se ríe de la tradición y de las zarandajas del pasado. Y, lo que es peor, trata de inculcar a su caduco adversario los principios de una Tauromaquia no escrita aún, pero latente, peleona, en la que como meta de sus aspiraciones ofrecen esa sentencia de que `el toreo es arte´... No quiere brusquedades en la Fiesta Nacional y opinan que lo importante en ella no es matar ( `para eso está le guerra´, dicen). Sus argumentaciones y la defensa de ellas las llevan hasta no tener el rubor en abrazar la causa de las chicuelinas, de las chocolatinas, y de esos varios subproductos del toreo, en fin, que con las familias de las `inas´tienen parentesco.
Afirman que volver la vista atrás es limitar la Fiesta, y sustentan el criterio de que los vientos de la rosa del toreo deben purificar lo que de mustio y agotado creen ver en él... Saltando por encima de preceptos que hasta ahora se antojaban inmutables, dando de lado a elementales reglas escolásticas, hablan de innovaciones para lograr una variedad mayor en el espectáculo. Pero no limitan sus aspiraciones a modificar el toreo. Quieren también modificar el toro. Y camino de ello se anda. Se cortan las puntas de los cuernos y... se cortan las patas. (Este último corte, obligada consecuencia del primero, claro). Entregados a esta tarea, no sería dificil que alguien propusiera cortar a cercén a los toros un cuerno entero, para llegar a lo que pudiera llamarse `centración´del peligro. Con ello quedaría `unificada´ la emoción y las suertes resultarían más vistosas.
¡Que qué es el volapié! Arqueología pura, como decía. Algo así como un soneto que por maravilloso que sea ni hace enteramente feliz al público ni rico a su autor. Trance viril, hermoso, pleno de gallardía, según los viejos; faena tosca, ruda, según los jóvenes. Verso antiguo de leyenda o romance, de muy difícil rima con los tiempos actuales, en los que lo puramente externo del arte deslumbra a los espectadores, pese a las gafas de color; y no les deja sentir en su sensibilidad, viciada por la epidemiología de la estética, la línea, la clase, esa sacudida de emoción recóndita que en otros tiempos operaba el fulgor de una espada que, cara a cara, frente a frente -con dos pitones que valían por cuatro-, iba apagándose al atravesar las negruras de los morrillos ...
Domingo González
`Dominguín´
El Ruedo

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