Desde que Galileo Galilei revolucionó las bases del sentido común con su teoría heliocéntrica, nos hemos acostumbrado a desconfiar de lo que percibimos con los sentidos. Veo cada mañana salir el sol y avanzar sobre mi cabeza hasta ponerse por el lado opuesto. Observo que la Tierra permanece firme bajo mis pies, pero la ciencia me demuestra que es el sol el que permanece quieto y que es nuestro planeta el que gira a su alrededor.
El espectador de la realidad desconfía de lo que ve por sí mismo, hasta que los medios de comunicación le dicen lo que está viendo.
El espectador de la realidad observa como en el Congreso todos los Diputados votan conforme al criterio del jefe del Grupo Parlamentario. Pero la Constitución dice que los Diputados no pueden estar sujetos a mandato imperativo.
El espectador de la realidad observa en cada proceso electoral que las personas que se ofrecen como sus representantes políticos han sido designadas por las cúpulas de los partidos políticos y que además debe votar una de las listas en bloque sin posibilidad de alterar el orden. Pero los medios de comunicación hablan de soberanía popular e incluso se refieren a las elecciones como la fiesta de la democracia.
El espectador de la realidad observa que la justicia no es independiente, que está al servicio de los partidos políticos que son en definitiva los que proveen los puestos de los altos tribunales. Unos Magistrados que deben su cargo y su oropel al partido que los nombra no puede llamarse independiente, pero la prensa, la radio, la televisión e incluso los textos legales dicen que la justicia es independiente y eso es lo cuenta y vale para espectador iluso.
El espectador de la realidad huele la podredumbre de los profesionales de la política, hemos llegado a un estado de degradación que ya no cabe más mierda bajo la alfombra. Pero los medios de comunicación siguen celebrando el modelo nacido de la Transición. El modelo nacido bajo el consenso de unos personajes cobardes y traidores se presenta como la Inmaculada Transición que puso fin a las dos Españas, mientras la España de todos se destruye con la rapiña de los nacionalismos periféricos y la inmoralidad del Estado de Partidos.
El espectador de la realidad observa que España presenta la tasa de desempleo más elevada de toda la Unión Europea. Que los comedores sociales no dan abasto. Que todos los indicadores económicos anuncian el colapso económico del sistema. Que los consejeros de los bancos se enriquecen descaradamente blindando su futuro con jubilaciones multimillonarias. Que los jóvenes, aunque sobradamente preparados, de antaño son los maduros, aunque sobradamente hipotecados, de hogaño. Que los responsables de la crisis económica y financiera son premiados con dinero público que deben salir del esfuerzo colectivo de los españoles. Pero ante este panorama los políticos anuncian y los medios de comunicación amplifican que la crisis económica será pasajera, que ya se observan brotes verdes y que la recuperación económica se conseguirá con planes de E-ngaño y con subidas de impuestos.
En este conciliábulo de religiosos del trinque y la mangancia, el espectador sigue desconfiando de lo que ve por sí mismo y sigue creyendo con fe de ermitaño que esto es democracia. El Tribunal de la Historia, que es insobornable, no condenará a los desconfiados como condenó el Tribunal de la Inquisición a Galileo por decir que la Tierra se mueve. Pero España necesita con urgencia un Tribunal de la Decencia que condene a la hoguera a los que nos han engañado durante treinta años con el milagro de la Inmaculada Transición. Yo prefiero ser condenado por impío a ser tenido por ignorante.