El sueño de Ícaro también ha sido el mío durante muchos, muchos años.
Siendo un adolescente coincidí con un tal Tom Cruise en cuanto a gustos, y fue cuando le vi volar en aquella película de 1986, en un espectacular Grumman F14 Tomcat, cuando me di cuenta de que aquello me tiraba mucho. ¡Qué envidia...! Me aficioné a los aviones y comencé a leer bastante al respecto. Llegué a hacer (y casi memorizar) una colección que se llamaba "Aviones de Guerra", de 10 volúmenes, donde se entremezclaba tecnología y algo de Historia de todo tipo de artilugios voladores. La cosa quedó simplemente en eso, una pasión trasnochada, ya que por aquel entonces ni siquiera admitían en el ejército a pilotos pequeñitos y miopes como yo (ni siquiera operados).
Mira por donde, hace no mucho tiempo y gracias a una empresa que conocimos por internet, nos echamos adelante, y mi chica y yo decidimos probar el sabor de la altura y la ingravidez a través de un bautismo de parapente.
Tras muchas cancelaciones (casi siempre debidas a la meteorología, un factor clave a tener en cuenta en este tipo de actividades, donde la seguridad es primordial) finalmente nos citaron en uno de los dos lugares donde esta empresa suele desarrollar sus vuelos, que son La Muela, en Guadalajara, y Cabañas de la Sagra, en Toledo. En nuestro caso parecía que las mejores condiciones estaban en Toledo y para allá que nos fuimos. Nos dio tiempo a parar en el pueblo a tomar un café; un pueblo pequeño, que sería hasta agradable, si no fuese por la cementera que desluce su aspecto a la entrada del mismo.
Ya con el reloj en la mano, salimos de la carretera y seguimos un camino de cabras (casi literal...) y lleno de baches, que se iba estrechando por momentos y comenzaba a subir por la ladera de una meseta de unos 200m de altitud. Tal es así, que pronto pudimos comprobar que era necesario mirar previamente hacia arriba para ver si algún coche había iniciado el descenso y no coincidir con él, ya que ni maniobrando era posible que cupiesen dos vehículos que no fuesen dos motos.
Una vez arriba, nos presentamos a los monitores. Vimos toda la organización y los primeros despegues de la gente presente allí y que, como nosotros, estaban nerviosos como flanes. Tuvimos que esperar un poco, pero valió la pena. El vuelo se realizaba con un instructor que te "llevaba en su regazo" literalmente, con una suerte de "sillita", controlando ellos el manejo del parapente, mientras que los tripulantes, palo de selfie en mano y con una cámara en su extremo, grababan el vuelo y los detalles del mismo desde una perspectiva inigualable.
Mi chica fue la primera en sentarse en el regazo de uno de los instructores. A pesar de los nervios, casi antes de darme cuenta ya estaba volando por encima de mi y saludándome con la manita.
No pasaron ni 5 minutos cuando me tocó a mi.
Así que me puse mi casco y mi arnés, me fui con mi instructor y enchufaron mi cámara de vídeo. Mi profe era jovencito y no muy corpulento, por lo que para la carrera de despegue tuve que ayudarle un poco. No me di ni cuenta de que dejaba de pisar el suelo cuando miré hacia abajo y vi la caída espectacular desde nuestra posición, ya fuera de la meseta y sin tierra de por medio. ¡Menos mal que no tengo vértigo! Allí estaba yo, en parapente por tierras toledanas. Me lo pasé genial e incluso me crucé con mi chica volando en un momento dado, con los consabidos saluditos
Pero mi aventura no hizo más que empezar...Al igual que en la navegación en velero por el mar (y además, curiosamente, a la tela del parapente también se le llama vela), en este deporte, tan malo es el exceso de viento, como su ausencia. De repente, el viento cayó y fuimos perdiendo altura poco a poco pero irremediablemente, hasta que mi profe me comunicó que debíamos tomar tierra. La verdad es que para no haber aterrizado nunca, nos salió de lujo porque las dos personas deben de estar un poco coordinadas para correr y frenar al mismo tiempo. Me dio un poco de pena que por culpa de Eolo no hubiese durado más el vuelo, ya que fueron apenas unos minutos...
Pero parece que los dioses me leyeron el pensamiento. La furgoneta de los organizadores nos bajó a buscar al poco tiempo, y me comentaron que íbamos a repetir de nuevo el proceso. ¡Genial! Dicho y hecho, subimos por el tortuoso camino, ya con el sol cayendo en el horizonte y despegamos casi en tiempo récord. Pude disfrutar de un segundo vuelo cruzándonos con gente montada en ala delta y que sufrieron más que nosotros el problema de la sustentación por falta de viento, aunque cuando volaban era también muy bonito verlos. La puesta de sol hizo aún más especial este nuevo intento. El segundo aterrizaje, aunque no tan perfecto como el primero, no desmereció nada en absoluto.
Tras dejarnos un montón de información, darnos nuestros CDs con nuestras "selfie-pelis" y dejarles nuestros detalles en Facebook para poder ver las fotos que los organizadores iban a colgar, pudimos terminar de ver la puesta del sol desde una posición cuando menos privilegiada por la altura. Nos despedimos de los monis, que resultaron ser una familia entera y volvimos a casita, no sin antes volver a bajar por el retorcido caminillo (cuyos baches provocaron daños en el coche, como pudimos comprobar al día siguiente...).
Al menos nunca podré decir que no he volado como una gaviota
Fotos: Álvaro Gordo / Inma LuqueMás info en... CursosParapente.com
- En este enlace encontraréis algunas fotos más que hicieron nuestros amigos desde tierra, mientras nosotros volábamos
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