Las elecciones europeas han mordido en el discurso de los dos grandes partidos. Las urnas han tocado hueso y el mejor ejemplo está en como el Partido Popular, vencedor en la noche del domingo, guardó en la nevera el champán por miedo a que no tuviese burbujas. Y es que las cosas no están para que los dos partidos mayoritarios saquen pecho. El PP ha perdido ocho eurodiputados desde 2009. El PSOE, continuando por la senda de la decadencia, ha perdido nueve y se le han esfumado más de dos millones y medio de votantes en los últimos cinco años. Entre los dos partidos no llegan al 50% de los votos (en 2009 acaparaban el 82%) y han perdido alrededor de cinco millones de papeletas con su nombre. Cinco millones de votos perdidos en cinco años. Millón por año. Parece que hicieron bien en no sacar el champán al balcón.
Hasta hace unos días se decía que España era un caso atípico en la política europea. A pesar de la crisis, de los recortes y del desempleo, los partidos que se habían adueñado de la vida política desde los ochenta, turnándose en el gobierno, mantenían el tipo. Con un Partido Socialista en coma, el Partido Popular consiguió hacerse con la mayoría absoluta hace tan solo dos años y medio. En mitad de la crisis. Los recortes eran el pan de cada día y el desempleo ya estaba desbocado. Aun así; mayoría absoluta. Detrás de esa realidad se encuentra que, en suma, entre el PP y PSOE, contaron con 27 diputados menos que en 2008 y que los partidos pequeños consiguieron arañar votos de forma lenta pero precisa. Aunque no hay comparación contundente entre las elecciones generales y las europeas (solo hay que ver la participación en una y en otra: 68,94% frente a 45,58%), si se pueden tomar las elecciones generales de 2011 como antecedente de la escalada de los partidos minoritarios y de la pérdida de votantes de los dos partidos mayoritarios si los contásemos como una única entidad.
Un aspecto que hay que destacar es lo poco acertadas que han estado las encuestas. Puede que la campaña electoral haya hecho cambiar de papeleta a los votantes que estaban decididos. A los votantes fieles. Es decir, puede que la campaña haya servido para algo más que para comentar las meteduras de pata del político de turno. O puede que los indecisos, que se estimaba que eran alrededor del 20%, se hayan decantado por los partidos minoritarios dejando las papeletas del PP y PSOE sobre la mesa. IU consigue cuatro eurodiputados más que en 2009 y UPyD sube hasta los cuatro (1 en 2009). Lo más sorprendente es la entrada de Podemos que, consiguiendo cinco eurodiputados, se queda a tan solo 300.000 votos de Izquierda Unida. No es de extrañar que, como comentaban ayer en la Cadenar Ser, un representante de IU expresase “lo poco que les cuesta a algunos”. El fenómeno de Podemos es digno de estudio y lo trataremos en esta página. Una campaña electoral diferente y, sobre todo. el uso que Pablo Iglesias ha hecho de la televisión, como tertuliano en varios programas, de internet, como presentador de La Tuerka, y de las redes sociales, han hecho que su mensaje político llegue al ciudadano con facilidad. Los medios de comunicación han sido claves en la irrupción de un partido creado hace cuatro meses.
Vía: elmundo.es
La situación ha cambiado lo suficiente en estos cinco años como para no preguntarse qué sucederá en el futuro: si el castigo a los grandes partidos es temporal o si será llevado hasta las generales de dentro de año y medio. De momento solo podemos hablar de los datos de las elecciones de ayer; el resto es especular. Los partidos pequeños tienen en suma diecisiete eurodiputados más que hace cinco años. Tanto populares como socialistas no han sabido ver que algo se estaba moviendo y que tal movimiento podría ser llevado hasta las urnas. La verdadera jornada de reflexión comienza ahora y no está delimitada por el día y la noche. Al PP, aunque pueda parecer contradictorio, le puede pasar factura la mayoría absoluta. El PSOE, en un “la vida sigue igual”, corre el riesgo de morir por inanición.
Las elecciones europeas, por otra parte, abren, o simplemente profundizan, muchos interrogantes. Nacionalmente, los resultados de Cataluña, País Vasco y Andalucía, son bastante significativos de cara a los debates que sembrarán la prensa en los próximos meses. Dándonos una vuelta por los países de nuestro entorno, percibimos como aumenta el euroescepticismo y como en algunos países, véase Francia, se está corriendo el riesgo de recuperar ideales que parecía que se habían ido para no volver. Los partidos extremistas están recogiendo los votos del descontento y es un problema que hay que mira con lupa. Una de las grandes incertidumbres que salen de estas elecciones es lo que sucederá con estas formaciones que están más cercanas a ideas de los años treinta que a los principios democráticos que se extendieron mayoritariamente desde la posguerra. Sería un problema, y un enorme retroceso, que el descontento con la situación actual hiciese renacer, como está haciendo en países como Francia y Grecia, sentimientos colectivos que parecían olvidados.
Por último, y probablemente lo más importante debido al carácter de las elecciones, y en línea con la subida del euroescepticismo y con lo plasmado en los últimos eurobarómetros, la participación electoral sigue siendo escasa y no se percibe un sentimiento de pertenencia. Vemos los resultados, como en cierto sentido también lo hemos hecho aquí, más en términos nacionales que europeos y la ciudadanía sigue asemejando la Unión Europea como una institución en la que se toman decisiones lejos, muy lejos de sus casas, y que afectan en cierta manera a su día a día. Y esto, no nos engañemos, no es una percepción puntual, es un fallo de funcionamiento que la UE ha ido arrastrando mientras nuevos países se iban incorporando. Una unión sin sentimiento general de pertenencia siempre será débil.