Revista Cultura y Ocio

Eleusis: un culto de dos mil años

Por Leandro Tejerina @LeandroTeje

… y (Démeter) mostró los ritos orgiásticos a todos, a Triptólemo y a Polixeno, y también a Diocles, los ritos sacros que no se pueden transgredir ni aprender, ni siquiera proferir, porque un gran respeto hacia los dioses entrecorta la voz. Dichoso, entre los habitantes de la tierra, el que ha visto estas cosas; pero el no iniciado en los ritos sacros, el que no ha tenido esta suerte, no tendrá igual destino, una vez muerto, en las húmedas y mohosas tinieblas inferiores.

Himno homérico a Démeter, 476-482

La cita es parte de la fuente textual más antigua que se conoce acerca de los misterios de Eleusis: El Himno homérico a Démeter relata al mismo tiempo el mito de las llamadas “dos diosas” –Démeter y Perséfone– y la fundación misma de los misterios, práctica religiosa originada en Grecia durante el siglo XV a. C. que se extendería hasta la consolidación del cristianismo hacia fines del siglo IV d. C. Casi dos mil años de historia.

Según Píndaro, el conocimiento mistérico adquirido en Eleusis era el mismo principio y fin de la vida: “Dichoso el que entra bajo la tierra, después de haber visto estas cosas; conoce el fin de la vida, y conoce su principio, el que le dio Zeus” (Fr. 137).

Se acepta que los primeros habitantes de Eleusis fueron los tracios. La colonia se habría establecido hacia los años 1580 – 1500 a. C. El primer santuario (una cámara con dos columnas interiores para soportar el techo) data del siglo XV a. C. Resulta sencillo entender lo lejos que estamos de saber en qué consistían las ceremonias originales del culto; se infiere con naturalidad que hayan habido modificaciones a lo largo de los años. Sin embargo, resulta imposible una aproximación histórica al significado de estos misterios sin tener en cuenta el mito a partir de los que se desarrollaron.

El mito de las dos diosas

El mito cuenta que Perséfone, hija de Démeter, fue raptada por Hades mientras juntaba flores en la llanura de Nisa. Su madre la buscó durante nueve días hasta que Helios le reveló la idea de Zeus: casar a Perséfone con el señor del inframundo. Llena de odio, la diosa decidió no regresar al Olimpo y se retiró junto al Pozo de las Vírgenes, en Eleusis. Allí permaneció sentada bajo la apariencia de una anciana hasta que fue encontrada por la hija del rey Keleo. Luego de conversar con ella, Démeter aceptó la invitación de entrar al palacio como nodriza del hijo recién nacido de la reina. Pero una vez en el interior, en vez de cuidar del niño intentó convertirlo en una nueva divinidad. Por las noches lo frotaba con ambrosía y lo revolvía en el fuego “como un tizón”.  Hasta que una noche la reina entró asustada en la habitación y descubrió el ritual. Interrumpido el proceso, el niño ya no podrá salvar su vida. La diosa entonces, abandonando su falsa apariencia, se muestra en toda su magnificencia y se lamenta: “Humanos ignorantes e insensatos, no sabéis distinguir vuestra suerte de vuestra desgracia”. Y antes de retirarse ordena que se levante un templo con un altar en su honor donde ella misma enseñará sus ritos a los humanos.

Una vez construido el santuario, Démeter se refugia en su interior y provoca una gran sequía. Interrogada por enviados de Zeus, asegura que no volverá al Olimpo y que no permitirá crecer la vegetación hasta no ver de nuevo a su hija. Finalmente, Zeus logra convencer a Hades de regresar a Perséfone. Pero antes de devolverla, el dios le hace tragar por la fuerza una semilla de granada para asegurar su regreso al inframundo (nadie que hubiere probado los manjares del inframundo podría retornar a con los vivos). Perséfone debería volver cada año con su esposo y permanecer cuatro meses junto a él.

En este punto volvemos a la cita del Himno homérico a Demeter: Una vez devuelta Perséfone, Démeter accede a regresar al Olimpo y la tierra recupera espontáneamente su verdor. Pero antes, la diosa enseñó sus ritos “(…), a Triptólemo y a Polixeno, y también a Diocles,(…).” Es la fundación mítica de los misterios.

Placa votiva Eleusis

Placa votiva con representaciones de los misterios de Eleusis (Museo Arqueológico Nacional de Atenas)

Primeras conclusiones antiwikipedianas

Dos cosas son importantes en el mito en cuanto a la fundación de los misterios: la primera, es la fundación a consecuencia del encuentro entre las dos diosas; la segunda, la fundación a consecuencia de no haber podido hacer inmortal a Demofón, el hijo de la reina Metaneira. Según Mircea Eliade, el intento de deificación del niño nada tiene que ver con los mitos recurrentes sobre la pérdida de la inmortalidad original del hombre en algún momento de la historia primordial (siempre como consecuencia de un error trágico o “pecado”): “Demofón no es un personaje primordial, sino el hijo menor de un rey. La decisión de Deméter al tratar de hacerlo inmortal puede interpretarse como el deseo de «adoptar» un niño para consolarse por la pérdida de Perséfone y a la vez como una venganza contra Zeus y los olímpicos. Deméter pretendía transformar a un hombre en dios” (Historia de las creencias y las ideas religiosas I, Barcelona, Paidós, 1999, p. 375).

Consuelo y venganza: dos temas muy humanos que podrían haber acercado a la gente al culto por un sentimiento de afinidad con la diosa y sus desventuras. Pero es importante destacar que el mito no alude en ningún momento “(…) a la eventual generalización de esta técnica de inmortalización, es decir, a la instauración de unos ritos iniciáticos capaces de transformar a los hombres en dioses con ayuda del fuego” (Ibíd. P. 375). Mediante la iniciación se modificaba la condición humana, pero no en el sentido de la transmutación fallida de Demofón. Según los pocos textos antiguos que se conservan, el cambio tenía que ver con la vida post-mortem. Podemos agregar a los fragmentos ya citados del Himno homérico a Démeter y de Píndaro un tercero de Sófocles: “Tríplemente dichosos aquellos de entre los mortales que, habiendo visto estos misterios, entran en el Hades; sólo a ellos, allí, se les concede la vida, mientras que para los otros, allí, todo son males” (Fr. 837). El sentido del cambio operado en los iniciados es todavía un enigma, pero un documento mencionado por Walter Burkert resulta sugerente por lo emotivo: “Una inscripción funeraria de Roma, que data del siglo III o IV d. C., (…) Es para un niño que murió a los siete años. Por la piadosa atención de sus padres, ya había sido hecho sacerdote de «todos los dioses: primero de Bona Dea, luego de la Madre de los dioses y de Dioniso Kathegemos. Para ellos realicé los misterios siempre de manera augusta. Ahora he dejado la dulce y augusta luz de Helios. Por lo tanto vosotros, mystai o amigos de cualquier tipo de vida, olvidad todos los augustos misterios de la vida, uno tras otro; pues nadie puede deshacer el hilo hilado por los Hados. Pues yo, Antonio el augusto, (sólo) viví siete años y doce días» (…) Deberíamos aceptar la desilusión de los desconsolados padres: los misterios no ayudan contra la muerte, olvidaos de ellos; exemplum docet” (Cultos mistéricos antiguos, p. 50). Si bien sólo se trata de un documento más entre muchos, según el autor no es un caso aislado: “No había ninguna fe dogmática en vencer a la muerte en los misterios (en general, no sólo en Eleusis), como no había ninguna devaluación de la vida. No había ningún evangelio ni revelación que inmunizara a los creyentes contra los desastres de esta vida. Los misterios, (…), fueron en alguna medida una forma experimental de religión. Como tal, podían en ocasiones defraudar las esperanzas de los creyentes” (Ibíd. P. 51).

Otro punto importante a desmentir a partir del mito: Según la tradición, Démeter encargó a Triptólemo que enseñara la agricultura a los griegos. Se asocia frecuentemente el origen de la agricultura a los misterios de Eleusis. Perséfone, al ser la deidad de la vegetación, habría provocado la gran sequía con su descenso al Hades. Ahora bien, según el mito la sequía ocurre mucho después, como expresión de la cólera de Démeter, y justamente en el momento en que se retira al santuario recién construido (ver la versión errada en Wikipedia). Walter Otto supone que el relato original hablaba de la pérdida de la vida vegetal pero no del trigo, que no se conocía con anterioridad al rapto de Perséfone. “Numerosos textos y monumentos figurativos atestiguan que el trigo fue un don otorgado por Deméter después del drama de Perséfone. Podemos, en consecuencia, descifrar a través de estos datos el mito arcaico que explica la creación de los cereales por la «muerte» de una divinidad. Pero, por participar de la condición de inmortales que corresponde a los olímpicos, Perséfone no podía «morir», como ocurre, por el contrario, en el caso de las divinidades del tipo dema (ver “Hainuwele y los dema” en el capítulo VI de Mito y realidad) o los dioses de la vegetación. Los viejos conjuntos mítico-rituales, prolongados y desarrollados en los Misterios de Eleusis, proclamaban la estrecha relación de orden místico existente entre el hierosgamos, la muerte violenta, la agricultura y la esperanza de una existencia bienaventurada más allá de la muerte” (Mircea Eliade, Op. Cit. Págs. 376 – 377). Concluye Eliade que “En última instancia, el rapto —es decir, la «muerte» simbólica— de Perséfone tuvo consecuencias decisivas para los hombres. En adelante, una diosa olímpica y benévola habitaría temporalmente en el reino de los muertos. Gracias a ella quedaba anulada la distancia infranqueable entre el Hades y el Olimpo. Mediadora entre los dos mundos divinos, podía intervenir en el destino de los mortales. Utilizando una expresión favorita de la teología cristiana, se podría decir: felix culpa! La fracasada inmortalización de Demofón provocó la epifanía resplandeciente de Deméter y la instauración de sus Misterios” (Ibíd. P. 377).

En resumen, eran dos los dones que Démeter concedía a los iniciados en Eleusis: En su aspecto más práctico, los ritos aseguraban la provisión de trigo y riqueza en general; en su aspecto más existencial, la promesa de una vida privilegiada más allá de la tumba para quienes hubieren “visto” los misterios. Burkert menciona un epitafio perteneciente a un hierofante del siglo II d. C., que asegura con total simplicidad que lo que había “mostrado” en vida el hierofante (en las noches sagradas) era “que la muerte no sólo no es un mal, sino un bien”. Y cita luego las palabras de Cicerón: lo que se mostraba en Eleusis era “cómo vivir en la alegría, y cómo morir con las mejores esperanzas” (De legibus 2. 36). El contenido de la promesa nunca fue explicitado, pero según el autor parece serio.

Démeter y Perséfone

Démeter y Perséfone, Bajorrelieve de Fársalo, Tesalia, siglo V a.C. (Museo del Louvre)

Ceremonias públicas y secretas

Las primeras etapas de la iniciación no exigían el secreto. Existen variados testimonios literarios y de artes figurativas (vasos y bajorrelieves con escenas eleusinas) que permiten conocer estos primeros momentos. Se trata de los “pequeños misterios”. Los “grandes misterios” (télete), en cambio, se desconocen por completo. Un tercer momento, la epopteia, era la etapa final de los misterios, cuyos secretos permanecieron asimismo en secreto.

  1. Los pequeños misterios se celebraban una vez al año, en el mes de Anthesterion. Las ceremonias se realizaban en un suburbio de Atenas, Agras. Comprendían ayunos, purificaciones y sacrificios dirigidos por un mistagogo.
  2. Los grandes misterios también se celebraban una vez al año, pero en el mes de Boedromion (Septiembre-Octubre).  Justo antes de la siembra del trigo. Duraban ocho días, y podían participar quienes tuvieran “las manos puras” (aquellos que hubieran participado de las ceremonias preliminares de Agras, en primavera) y que hablaran griego (mujeres y esclavos incluidos). El primer día se celebraba la fiesta en el Eleusinión de Atenas, donde habían sido llevados en la víspera los objetos sagrados (hiera) desde Eleusis. El segundo día se realizaba una procesión hacia el mar. Cada iniciado, acompañado de su tutor, debía llevar en brazos un lechón y lavarlo en el mar para sacrificarlo a su regreso en Atenas. Al día siguiente, el Arconte y su esposa efectuaban el gran sacrificio, en reunión con los representantes del templo de Atenas y del resto de las ciudades. El quinto día terminaban las ceremonias públicas. Al alba se iniciaba la procesión que partía de Atenas hacia Eleusis. Al caer la tarde, la procesión atravesaba un puente sobre el Kefisio, donde unos enmascarados cumplían la función de insultar a las personas socialmente más importantes mientras pasaban. Al anochecer, los peregrinos ingresaban con sus antorchas encendidas al patio exterior del santuario y dedicaban una parte de la noche a cantar y danzar en honor de las diosas. Al día siguiente se hacía ayuno y se realizaban sacrificios. Los ritos secretos que venían a continuación (télete) se desconocen. Tenían lugar en el telesterion. Según Séneca e Hipólito, los mystes imitaban la búsqueda de Perséfone por Démeter con sus teas encendidas. También se cree que algunas ceremonias incluían legomena: fórmulas litúrgicas e invocaciones que hacían necesario el conocimiento del griego (de ahí el segundo requisito que mencionáramos antes). Nada se sabe de ellas, ni de los ritos que tenían lugar el segundo día de estancia en Eleusis.
  3. La epopteia, momento culminante de la iniciación, permanece en el desconocimiento absoluto. Probablemente tuviera lugar durante la noche y sólo era accesible a los iniciados con un año cumplido en los misterios. El octavo día se ocupaba en ritos y libaciones por los muertos. Al noveno y último día, los mystes regresaban a Atenas.

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Triptólemo y Coré, copa ática del Pintor de Aberdeen, c. 460 – 470 a. C. (Museo del Louvre)

La presencia de Dionisos y el testimonio de Proclo. Consideraciones finales

Dos puntos más merecen nuestra atención antes de terminar la exposición: La figura de Dionisos en relación a Eleusis y el testimonio de Proclo acerca de la epoteia. El primero resulta importante por la tradicional y recurrente asociación del dios con las dos diosas; el segundo, por el sentido último de la epopteia como momento clave y culminante de la iniciación y su significado.

Existe un testimonio literario (el único, en realidad) que vincula a Dionisos con Eleusis. Es el siguiente: “… Tal vez cuando al que se sienta al lado de Démeter, la de broncíneos platillos, al dios de ondulante cabellera, Dionisos, ensalzaste…?” (Píndaro, Ístmicas, 7, 3-5). Giorgio Colli apoya la tesis de Foucart según la cual Dionisos habría presidido nada menos que la epopteia, mientras que Démeter sería la divinidad predominante en la fase anterior. Esto explicaría la ausencia del dios en la documentación del culto eleusino, dado el estricto secreto que debía guardarse acerca de este momento, el de supremo grado contemplativo en la iniciación.

Diágoras de Melos fue famoso por violar el secreto y contarlo por las calles a todo el mundo. Lo hizo parecer vil e irrelevante. Y no fue el único. Un gnóstico naaseno citado por Hipólito (Ref. 5.8.39 s.) también lo hizo: “Los atenienses, al celebrar los misterios eleusinos, enseñan a los epoptai el gran, el admirable, el más perfecto secreto epóptico, en silencio, una espiga de trigo segada”. Y “El hierofante, por la noche en Eleusis, celebrando los grandes e indecibles misterios bajo un gran fuego, grita en voz alta, diciendo: La señora ha tenido un hijo sagrado, Brimó ha tenido a Brimós” (Walter Burkert, Op. Cit., p. 111). Ninguno de los testimonios consigue transmitir una experiencia auténtica separados de su contexto. La participación en los misterios y la experiencia iniciática era una vivencia especialísima. Se ha afirmado que según Aristóteles en la etapa final de los misterios ya no había “aprendizaje” (mathein) sino “vivencia” (pathein) y cambio en el estado mental (diatethenai). En términos religiosos, los misterios facilitaban un encuentro directo con lo divino; en términos psicológicos, una experiencia de “lo otro” completamente alejada de la cotidianeidad (“Salí del salón del misterio sintiéndome como un extranjero para mí mismo”, Sópatro, Reth. Gr. VIII, 114 s.). “¿Quién puede decir cómo es la experiencia sin haber experimentado días y días de festejos, purificaciones, agotamiento, aprensión y excitación?”, se pregunta Bukert (Ídem.) a propósito de las violaciones aludidas del secreto.

Todas las hipótesis basadas en documentos más o menos aceptables acerca de la experiencia epóptica en Eleusis se encuentran explicadas en el capítulo “La experiencia extraordinaria” del libro de Burkert. Sin embargo, vale la pena terminar con el testimonio que incluye de Proclo (In Remp. II 108, 17-30 Kroll). En época de Proclo, director de la Academia durante el siglo V d. C., los sacrificios paganos habían sido prohibidos por ley, y Eleusis había sido destruido quince años antes de que él naciera. Pero conocía a la hija de Nestorio, el hierofante eleusino, y la admiraba como guardiana de las tradiciones más augustas. Esto lo hace merecedor de confianza en cuanto a la documentación de la tradición auténtica eleusina. El pasaje es el siguiente: “Provocan la simpatía de las almas con el ritual [dromena] de una manera que nos resulta ininteligible, y divina, de modo que algunos de los iniciados son afectados por el pánico, y quedan llenos de temor divino; otros se asimilan a los símbolos sagrados, dejan su propia identidad, se relacionan con los dioses, y experimentan la posesión divina”. La propia disparidad de reacciones descritas en los iniciados otorga fuerza al testimonio: no se trata de especulación sino de la descripción de algo que se ha observado. Una correspondencia entre almas y rituales que no se da infaliblemente, pero que cuando se produce logra transformar la comprensión de la realidad toda. Citando a Eurípides (Bacantes 75), concluye Burkert: “Ignorantes del ritual e incapaces de reproducirlo, no podemos recrear esa experiencia, pero podemos reconocer lo que allí había: una oportunidad de «unirse al thiasos con la propia alma», thiaseuesthai psychan, y esto significaba felicidad” (Op. Cit., p. 139).

Fuentes


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