Entre los rascacielos de la gran metrópolis sudamericana, por los circuitos del diseño, la gastronomía y el arte. La intensidad de una urbe inigualable.
Con sendas dosis de vértigo y glamour, se sube al helicóptero a las nueve de la noche. Es un viernes estrellado, sin viento, con luna llena: el escenario perfecto para recorrer San Pablo a la altura de sus rascacielos vidriados. Hasta el estadio del Morumbí se encuentra totalmente iluminado gracias a un partido de fútbol en juego, ofreciendo una postal imprevista, maravillosa. Y uno no puede más que decir “Obrigada”, aunque sea con el pensamiento.
La gran metrópolis de Brasil intimida y desconcierta al ser más equilibrado. Entonces nos explican que para ganar en seguridad y tiempo, es habitual el uso del helicóptero como medio de transporte. Aun para ir a cenar, como es nuestro caso, para lo cual aterrizamos sobre el mismísimo techo del restaurante.
Diez minutos después del despegue, llegamos al sofisticado Buddha Bar, ubicado en Villa Daslu, en un edificio que alberga tiendas exclusivas de joyas e indumentaria.
Absolutamente desmesurada, la ciudad ostenta números que no hacen más que recordar la grandeza paulista: cuenta con 18 millones de habitantes de 50 nacionalidades (a los que hay que sumarles los 11 millones de visitantes que recibe por año), 410 hoteles de las más prestigiosas cadenas internacionales, 12.500 restaurantes con 52 tipos de cocinas diferentes, 15.000 bares, 160 teatros, 110 museos, 260 salas de cine, 40 centros culturales y siete estadios de fútbol.
Y eso no es todo. En San Pablo se realizan 90.000 eventos al año, hay 77 shoppings y 240.000 tiendas, y se consumen 720 pizzas y 278 sushis ¡por minuto!
Todo es historia
Los orígenes de San Pablo se remontan al 25 de enero de 1554, cuando se celebró una misa en un colegio construido por jesuitas portugueses interesados en catequizar a los indígenas de la región. Aún se conservan vestigios de aquella construcción en el sitio llamado Pateo do Collegio (Patio del Colegio). Cabe destacar que durante 157 años el pueblo recibió el nombre de Piratininga y fue el punto de partida de numerosas expediciones que buscaban metales preciosos.
La modernización de San Pablo comenzó hacia fines del siglo XIX de la mano de los inmigrantes y con la cultura del café, que trajo riqueza y permitió su crecimiento. ¿Por qué? El cultivo de café en la región Sudeste impulsó la construcción de carreteras y la estación de tren para dar salida a los granos y las bolsas que iban con rumbo al puerto de Santos, mientras que los inmigrantes hacían el camino inverso, para servir de mano de obra en esa producción.
vía Elogio de la desmesura.
EL MIRADOR
Siempre a la vanguardia
Diana Pazos- Periodista.
Debo reconocer que viajé a San Pablo sin expectativa alguna. O mejor dicho, llevaba en la valija tantos vestidos como prejuicios: que dejaría atrás un caos para meterme en uno mayor, que el turismo de rascacielos no me iba a permitir descansar, que todo lo que tenía para admirar de la grandeza paulista ya lo había visto desde las ventanas de aviones que sólo habían hecho escala en el aeropuerto Guarulhos.
La primera sorpresa fue comprobar que no se podía abarcar San Pablo ni desde un mapa: cada zona de la ciudad, diferenciada con un color distinto, era ¡casi tan extensa como Buenos Aires! Sin embargo, la gran metrópolis desconcierta y seduce al mismo tiempo. Tiene infinitos -todos, de vanguardia- circuitos culturales, gastronómicos, tecnológicos, de diseño, al aire libre. Ni hablar de su calendario de eventos, que no deja afuera a nadie (São Paulo Fashion Week, la Bienal del Libro, el Carnaval, 24 horas de Cultura, el Gran Premio de Fórmula 1 y la Muestra de Cine, por nombrar sólo un puñado). Y aquí va, quizás, uno de los datos más curiosos: todo esto lo firma alguien que ama la playa.