No, Handke no es un escritor fácil. El autor austríaco (Griffen, Carintia, Austria, 1942) pertenece a esa saga de autores de expresión alemana que se plantean la literatura como un lugar de experimentación formal para la provocación y el autoconocimiento.
Handke es atrevido e innovador, de eso no hay ninguna duda. Es un experimentador nato. Pero, además, es un "habitante de la torre de marfil", tal como se definía en su ensayo autobiográfico en 1972 ( Ich bin ein Bewohner des Elfenbeinturms, Soy un habitante de la torre de marfil), que no ha sido traducida a ninguna de las lenguas de España. No es de extrañar, pues, que como tal tenga sus devotos y los más enfurecidos detractores. Pero eso ya lo saben los que le siguen tanto en la lengua original como en las múltiples traducciones que se han hecho de él al español. Son escasas las que tenemos en catalán, por lo que damos la bienvenida a ésta, tan magníficamente lograda de la mano de Marta Pera Cucurell.
Esta novela corta, que retoma el estilo más temprano del autor, no deja indiferente, como no lo hace ninguna de sus obras, y también, como todos sus textos, exige perseverancia, paciencia y capacidad de observación e imaginación por parte del lector. Porque La gran caiguda no cuenta una historia a la manera tradicional -nada es tradicional en Handke-, podría decirse que no narra ninguna historia; el lector no es el observador que sigue desde fuera unos acontecimientos, sino que se ve instalado en la mente de un sorprendente y peculiar protagonista y lo acompaña en su insólito peregrinaje, que éste denomina la "marcha de los obstáculos". No es que Handke recurra al monólogo interior de su personaje como técnica narrativa; el autor dota a su texto de una voz narradora absolutamente presente. Sin embargo esta voz se identifica incondicionalmente con el héroe -actor de profesión, antes alicatador-, al que a menudo se refiere con las palabras "mi actor".
Así, acompañamos al actor durante un día de su vida, un día en que se despierta en una cama que no es la suya, en una ciudad extranjera, en casa de una mujer con la que ha hecho el amor. La mujer ya no está en la casa, no sabremos nada de ella, sólo que los amantes deben volver a encontrarse por la noche. Todo lo leeremos desde una única sensibilidad, la del actor, que ha decidido retirarse de los escenarios porque "ya no había nada más para interpretar" y que se prepara para recibir el reconocimiento a su trabajo, en una celebración que alguien organiza en su honor, pero que, finalmente, rechazará. Varios detalles del relato -como el hecho de que uno de los personajes le diga "¡llevas el peso del mundo!", que remite a uno de los títulos de la obra de Handke (El peso del mundo, ed. Laia)- hacen pensar en la empatía entre Hanke y el actor.
En las horas que transcurren de la mañana hasta la tarde el actor da un largo paseo desde la casa donde ha dormido, en las afueras de una gran ciudad -que parece ser París sin que en ningún momento se mencione el nombre, en dirección al centro, un paseo que hay que interpretar como una alegoría del recorrido del protagonista-Handke hacia su propio interior, desde los márgenes hacia su núcleo. Enfrascado en su pensamiento, el protagonista atraviesa bosque y claros y se cruza con varios personajes -reales o imaginarios-: una prostituta, un indigente, un conocido de antes, un cura, un corredor matutino, el presidente del país (en alusión a Sarkozy, que le resulta despreciable), parejas, gente solitaria o apiñada: un grupo de adolescentes... Ellos van dirigiendo las cavilaciones del actor en una dirección determinada y despiertan en él sentimientos de agresividad o, al contrario, una imperiosa necesidad de ayudar. Una necesidad, sin embargo, que parece obedecer a un impulso inexplicable, que no remite a ninguna escala de valores. La voz narradora no es una voz omnisciente, sino que, en su empatía con el héroe, se plantea sus mismas dudas.
Como ya estamos acostumbrados con Handke, su capacidad de observación -de autoobservación- es altamente afinada, no se permite perspectiva, no se permite distancia, no deja ningún resquicio a la posible objetividad. Impera el sujeto y su percepción, la única: "en ese distrito intermedio, después de los solitarios venían los apiñados, arracimados aquí y allá, o tal vez sólo era su manera de percibirlo, el modo de verlo del actor". A través de sus pensamientos, y sólo a través de estos, conoceremos al sujeto-protagonista, valorador de la lentitud como herramienta sine qua non de la reflexión y dado a la ociosidad: "Si se encontraba corredores, ralentizaba aún más el paso "-resuenan ecos del romántico Eichendorff y su Aus dem Leben eines Taugenichts ( De la vida de un hombre errante o bien De la vida de un inútil, inútil en el sentido kantiano del término)-. El nuestro es un actor que "había rehusado interpretar el Fausto [...], y ahora tampoco estaría dispuesto a gastar la saliva necesaria para interpretar la eterna hiperactividad de este personaje para redimirse". El personaje se caracteriza por su agudísima capacidad sensorial: percibe un rumor, una brisa suave, un ligero olor, cualquier pequeña alteración en el paisaje es un incentivo para la cavilación, que siempre remite y gira en torno a sí mismo. La desconfianza de Handke hacia el móvil ético de la actuación humana parece absoluta: a su héroe no le conmueve el hambre que sufre la humanidad, ni las plagas o las guerras que asolan los países del sur. Y con esto parece participar de la tesis nietzscheana de La genealogía de la moral, parece querer desenmascarar la verdadera naturaleza humana y como hipócritas aquellos pretendidamente sensibles a la crueldad del mundo. Sin embargo de este escepticismo contundente y acre lo salva la ironía de que a menudo hace gala el pensamiento del actor-Handke. Refiriéndose a las guerras dice: "Las grandes [guerras] tenían lugar, sin que se pudiera ver el final, para nosotros, los de aquí, los occidentales, en los países del tercer mundo; las pequeñas, sin embargo, las teníamos dentro de casa, [...]. No, en el respectivo país propio era el tiempo de la guerra de vecinos, [...]. Motivos para estas guerras: ninguno, ni el ruido, ni otra lengua, ni otra religión, ni otro color de piel, sino simplemente el hecho primordial de no poder sufrir el olor del otro".
La gran caída nos deja muchas preguntas abiertas, no es un libro placentero; hace trabajar al lector duramente: ¿a qué remite el título? Es una de las grandes incógnitas que plantea el texto y que queda sin resolver, el gran reto que empuja a Handke a seguir escribiendo y a nosotros a seguir leyendo. En español - La gran caída- lo ha publicado Alianza Editorial, también en 2014, en traducción de Carmen Gauger .
Peter Handke, La gran caiguda
Traducción de Marta Pera Cucurell
Raig Verd Editorial, Barcelona, 2014, 171 pàgs.
Las nueve musas
Oviedo (España) 1956. Gestor cultural.