Media Columna de Jorge Morelli.
(Blog de Jorge Morelli).
ELOGIO DEL CONGRESO.
Todos los días se comete un grave error político y una injusticia al denunciar al Congreso por albergar narcotraficantes u organizar repartijas. La responsabilidad de quien comete un delito no es de la institución en que ocurre. El Congreso puede parecer un arca abierta, porque es una compleja y poderosa máquina de procesamiento. Pero decir que las personas o las leyes son malas no es decir nada, aunque fueran las más, porque las buenas pagan por todas. Las malas ideas son siempre el precio de las buenas y la libertad para proponerlas es la simiente de la que nacen todas.
El equipo humano que procesa todo ese atropellado caudal es un molino de dos rodillos, uno técnico y otro político. Los asesores políticos en los despachos, en las bancadas y en las comisiones son aves de paso. Los funcionarios técnicos –el servicio parlamentario- es el armazón permanente. Ellos son la columna vertebral del Congreso, un ejército formidable que ya quisiera tener cualquier empresa privada. Sé lo que digo. Con los años, he aprendido a conocerlos y respetarlos. Tres filtros ciernen los proyectos. Algunas bancadas -la fujimorista, por ejemplo- tienen uno previo. El segundo son las comisiones. El Pleno es el definitivo. El control de calidad tiene defectos, pero no es poco exigente. La mala ley es la excepción. Si algún reproche merece el Congreso es la sobreproducción de normas, no la lentitud. En esto, la crítica de la prensa del recuento anual de proyectos presentados para evaluar a los parlamentarios revela una ignorancia nociva y rayana en lo ridículo. De otra parte, la marcación diaria que el Congreso hace al poder Ejecutivo, al milímetro -el control político- peca igualmente por exceso, no por defecto. La retaliación llega luego con la denuncia de supuestos moralizadores contra parlamentarios por delitos reales o inventados que desacreditan al Congreso cavando con ello la tumba de la democracia.
Si los hombres fueran ángeles no necesitarían instituciones o leyes. Pero la falla de la institución no está donde se cree, sino en que el equilibrio de poderes está mal diseñado. Hay una falla en la arquitectura de nuestro sistema del gobierno, y ningún diálogo del gobierno con la oposición o consenso alguno en torno a una agenda política podrán paliar esa carencia por mucho tiempo. El Congreso interpela y censura ministros y puede vacar la Presidencia; insiste en las leyes observadas por el Ejecutivo y hace todo eso con demasiada facilidad. Esas fueron las reglas diseñadas expresamente para que en el Perú el Congreso –el “primer poder del Estado”- prevaleciera sobre el Ejecutivo. Con los años, el Ejecutivo aprendió el truco para sobreponerse a ellas: obtener del Congreso facultades delegadas para legislar y abusar de las mismas. No hay sino equidad en esto, sin embargo, porque es su única oportunidad de conseguir las leyes que cree necesitar para el gobierno. Bajo esas reglas, el precario equilibrio depende de que el oficialismo tenga siempre mayoría parlamentaria. Si la pierde, desaparece la gobernabilidad. Pero es el sistema de gobierno como tal el que tiene una arquitectura fallida. Así es nuestra democracia hasta la fecha.
El paliativo que se ha hallado hasta hoy ha sido peor que la enfermedad. En vez de corregir el desequilibrio, hemos creado un árbitro para que resuelva caso por caso. Es el Tribunal Constitucional, cuyas desventuras son el síntoma del mal que aqueja a la democracia. Con el tiempo, se ha convertido en un poder por encima de los demás. Hemos reinventado el absolutismo. Y de esto ni la prensa ni la opinión pública tienen aun noticia alguna.
Rediseñar el equilibrio de poderes es el reto para la democracia del siglo XXI. Pero ocurrirá solo cuando nuestro Congreso, injustamente vilipendiado a diario, tome un día conciencia de la raíz del mal que aqueja a esta democracia. Ese mismo día se reivindicará ante los ojos de los peruanos.
FUENTE: BLOG DE JORGE MORELLI. http://www.expreso.com.pe/blogs/jorge-morelli
