Revista Sociedad

Elogio universal de la escuela

Publicado el 28 noviembre 2012 por Calvodemora
Elogio universal de la escuela
En Gaza las escuelas siguen abiertas a pesar de las bombas. Es posible que incluso permanezcan abiertas en pleno bombardeo. Basta conque los alumnos y los maestros interrumpan la clase. Conque se tapen los oídos. Conque cierren los ojos. Hay algo verdaderamente admirable en privilegiar la vida cuando todo parece indicar lo contrario y la evidencia escribe la palabra muerte. En Gaza, en Siria, en Afganistán, en cien enclaves que ahora no nombro, la vida sigue su curso a pesar de las bombas y las escuelas abren y los alumnos acuden a diario, venciendo el miedo a no llegar, abriendo el corazón frente a la barbarie de sus mayores, esquivando el zumbido de las balas, representando un estado de las cosas que, en el fondo, solo produce una pena infinita y una impotencia absoluta.
De la experiencia sensible, de lo que nos circunda y afecta, extraemos lo útil, desechamos lo irrelevante, nos zafamos con fiereza de lo que nos duele y, en última instancia, nos indignamos contra lo que nos humilla. Posee el género humano ese raro apresto sentimental que lo hace buscar la belleza incluso cuando nada la propicia. Se pierden y se ganan batallas sacrificando el ideal de belleza que los pueblos atesoran. Quienes comprenden el valor de la educación aprecian el maravilloso ejemplo que dan las niñas de la fotografía, sorteando esos escombros para entrar en clase a diario. Aquí, en España, caen otras bombas. Son de las que no deflagran ni mutilan a quienes padecen su efecto. Son las bombas sutiles de la injusticia. Bombas ideológicas que sacan a unos cuantos profesores de la Complutentse (hoy) de sus aulas y los obligan (ay) a dar clase en la calle, aireando en la calle su indignación, sorteando el miedo a que un día todo cierre y los libros terminen apilados en una mala plaza, prendidos por un fuego enorme, convertidos en advertencia de un futuro apocalíptico. Mi tremendismo procede de las evidencias también. Se empiezan recortando en tizas, en plazas y en nóminas de maestros y se acaba aceptando que la calle es un lugar formidable para la docencia. Qué más da. No somos Gaza, aquí no hay escombros, pero el daño que le están haciendo a la Educación es gigantesco.
Las escuelas siguen abiertas a pesar de las precariedades que padecen. Es posible que incluso permanezcan abiertas cuando las vacíen más a fondo. No dudo que al paso que vamos el vaciado será más exhaustivo. Para dar clase solo hace falta alguien que hable y alguien que escuche. En realidad son dos los que hablan y dos los que escuchan. En ese diálogo maravilloso es en donde se forjan las costuras del traje que los países vestirán en los años venideros. Irán los países desnudos, con las vergüenzas a la vistas, retratados como lo que quisieron ser cuando apretaron en la herida en lugar de sanarla. Pese a todo, la escuela saldrá airosa. Insisto en su formidable salud. Está hecha de cimientos de una solidez incontestable. Abre sus puertas cuando ni siquiera las tiene. Se da en todo y se da de un modo ejemplar siempre. Es el bastión más precioso del progreso. Es uno de esos irrenunciables pilares sobre los que se construye la dignidad de los pueblos. El pueblo que no mima sus escuelas está abocado a reconstruírlas continuamente. Hoy, ya saben, unos cuantos profesores de la Complutense han enseñado en la calle.No me extrañaría que en breve me toque a mí y saque a mis alumnos al parque, aunque sea para que se nos vea y se nos escuche.Ojalá no tengamos que volver a levantar la escuela. Que solo haya que amueblarla. Que solo tengamos que enseñar quienes lo hacemos y no tengamos que ocuparnos del oficio de otros.

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