Revista Libros

Elsa lópez habla sobre `decir noche'

Por Elircourt
ELSA LÓPEZ HABLA SOBRE `DECIR NOCHE'
INTERVENCIÓN DE ELSA LÓPEZ (ESCRITORA, COLUMNISTA Y POETA) EN EL ATENEO DE LA LAGUNA, TENERIFE, DURANTE LA PRESENTACIÓN DE DECIR NOCHE
ELSA LÓPEZ HABLA SOBRE `DECIR NOCHE'Elsa López
PASEAR POR UN JARDIN DE ESTATUAS SIN OJOS
CON ELISA RODRÍGUEZ COURT

Sobre Decir noche ha escrito Rebeca García Nieto que “es un homenaje a la literatura. Escritores, lectores y, por supuesto, mirones que conciben los libros como una puerta de salida tienen cabida en este peculiar jardín de estatuas sin ojos en que uno entra y no desea volver a salir”.

Es cierto. El jardín de estatuas sin ojos que nos describe Elisa Rodríguez Court y en el que entramos de su mano no es un jardín cualquiera. Es un mundo por el que pasean escritores, sueños y fantasías. No es un jardín de ficción. Es un mundo de libertad de pensamientos, modos de ser y de escribir. Es un jardín donde las estatuas no tienen ojos; están ciegas como están ciegas las palabras. La autora de Decir noche se enfrenta a sus propios pensamientos y a la manera de pensar de los escritores que miran a los paseantes que entran en él. Lord Chandos es el gran protagonista. Y lo es Emily Dickinson. Son y no son. Están y no están.


¿Eres nadie también?
Entonces somos dos.

Lord Chandos, creado por Hugo von Hofmannsthal, representa a los escritores que han perdido la confianza en la palabra como una herramienta que pueden usar para nombrar lo que es la vida y las voces que hay en ella. Lord Chandos escribe cartas al filósofo Francis Bacon y camina por el jardín como sin saberse, absorto en su propio naufragio. Lord Chandos apuesta, como Wittgenstein, por el silencio.

De lo que no se puede hablar, hay que callar.

Dice Wittgenstein. Y esa es la razón para explicar que son muchos los escritores que se han quedado huérfanos de la palabra.

Elisa Rodríguez Court no cuenta historias de escritores huérfanos, silenciosos, para quienes las palabras no tienen capacidad para expresar lo que el escritor desea decirnos. Y así, nos va desgranando a lo largo de Decir noche momentos y autores donde aparecen esas extrañas mutilaciones literarias o donde se nos habla de ellas. Nos cuenta, por ejemplo, que Vila Matas en Bartleby y compañía narra que cuando se le preguntaba a Rulfo por qué había abandonado la escritura, respondía que su tío Celerino era el que le contaba las historias y a su muerte se había quedado sin palabras.

Lord Chandos que se concibe libre y para el que las palabras son demasiado pobres como para ser algo más que vagos conceptos incapaces de contener otra cosa que no sean trivialidades, escribe una carta que es un modelo para los escritores de cómo explicar la atracción que muchos autores sienten por la nada. Y escribe en una de sus cartas:

Me parece que atravieso una soledad sin fin, para ir no sé a dónde.


Sentado en un banco del jardín ha decidido (palabras textuales de la autora) “abandonar la escritura. ¿Cómo decir noche?, se pregunta. Convencido de que la palabra es incapaz de dar cuenta de la realidad caótica, se dedica, como ahora, a gozar de cada instante y de las cosas tal y como le vienen en su esencia indecible”. Lord Chandos se siente incapaz de distanciarse del mundo de lo real; se siente encerrado entre las estatuas sin posibilidad de escapatoria del estado contemplativo en el que está inmerso.

Frente a él o junto a él, Emily Dickinson escribe unos versos que Rodríguez Court utiliza para indicarnos la atracción que la escritora siente por las palabras y cómo se siente fascinada por lo que éstas ocultan como si las palabras guardaran secretos y misterios que sirven para desvelarnos la verdad de las cosas que nos rodean. Su poesía busca precisamente, defiende Rodríguez Court, arrancar la máscara a la máscara hasta llegar a la última, la muerte, contra la que se estrellan las palabras, los conocimientos y el lenguaje:

Una palabra muere

justo al ser pronunciada según dicen algunos.

Yo digo, en cambio, que justo empieza a vivir

en ese instante.

La carta de Lord Chandos encierra miedo al vacío literario (llega a confesarle a Bacon que después de publicar varios libros ha llegado a quedarse mudo), al vacío de las palabras, a que detrás de ellas no haya nada.

En el jardín de estatuas sin ojos, entran y salen escritores relacionados con Lord Chandos y con Elisa Rodríguez Court que los sigue, lee, analiza y comenta y, lo más interesante, los pone en relación; los hace hablar y declarar sus cuitas y pesares. Navegan por el mismo mar; naufragan por las mismas aguas y dicen padecer los mismos síntomas. El mal del vacío lingüístico, el dolor de saber que las palabras no van a ofrecernos nada porque nada contienen. Es así como aparecen Virginia Wolf o su voz diciendo a Lord Chandos cosas tales como que la fantasía contenga más verdad que el hecho, escritas en Una habitación propia; Enrique Vila Matas: "Donde no llega la memoria, llega la imaginación"; Gertrude Stein y Pablo Picasso, Flaubert, Goethe, Luis de Góngora, Neruda, José Hierro…

El jardín se ha ido llenando de las voces de poetas, pintores, novelistas, editores, filósofos… Todos dejan su mensaje, sus hermosas e inquietantes palabras que hablan de palabras y de lo que estas pretenden decir. Algunos, incluso, hablan de sus miedos, de sus más íntimas sensaciones, de sus enfermedades. Vila Matas llega a confesar en El mal de Montano que el narrador sufre un mal que consiste en estar enfermo de literatura.

¿De qué sufre Elisa Rodríguez Court? De lo mismo. Es ella el mismo Lord Chandos; ella está escribiendo en su propio jardín rodeada de libros, de palabras. Y confiesa que está fuera de esa habitación rodeada de libros subrayados, anotados, interlocutores válidos, presentes. Habla y siente a través de ellos. Recurre a Juan Ramón Jiménez para declarar:

Yo no soy yo.

Soy esta
que va a mi lado sin yo verla,
la que pasea por donde no estoy.

Y luego escribe que en su habitación, y rodeada de sus libros se siente ella misma:


“Yo buscándome en los otros, porque solo leyéndolos soy capaz de forjar la propia voz... Releo pasajes y frases que he ido subrayando, así como mis anotaciones en los márgenes de las páginas. Elijo un tema y busco algún nexo entre las ideas a fin de elaborar un texto propio… Mi habitación es una mesa y una silla. Un espacio robado a la intemperie bajo la que vive Lord Chandos atrapado entre las estatuas. Leo y escribo. Lo hago no a pesar de la soledad sino porque la soledad es mi compañía”.

Y hace su confesión:


“Confieso que soy una cazadora de escrituras…. Yo, Beatriz, la narradora de este jardín de estatuas sin ojos, saco provecho de los escritores y permanezco invisible a sus ojos. Robo citas e ideas de libros. También versos. Me apropio de palabras y las conservo como si fueran mías, a la espera de alguna ocasión para darles otra vida en mis textos.” Para terminar, abatida entre las estatuas, igual que Lord Chandos: “Alzo la cabeza, escucho a lo lejos el trino de un pájaro solitario y después nada”.

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