La abundante presencia en los medios de comunicación, a lo largo de la pasada semana, de Elsa Pataky —promoción obliga—, con motivo del estreno, el pasado viernes, del último film de Bigas Luna, “DiDi Hollywood”, ha vuelto a poner sobre el tapete de la actualidad, esa letanía, ya cansina, sobre los inconvenientes del atractivo físico, la dificultad que supone para el reconocimiento del talento y todas esas zarandajas que, no por mil veces repetidas, sus protagonistas dejan de esgrimir cada vez que surge la ocasión. Y ya está bien, amigos lectores, ya está bien.
El de la relación entre físico y talento siempre ha sido asunto controvertido, y que ha dado bastante juego en los territorios colindantes al artisteo, en general, y al cine, en particular: el mito, o el tópico, de la guapa tonta (del que, quizá, haya constituido Marilyn Monroe el ejemplo más señero —de su reciente reivindicación “intelectual” hablaremos más en extenso otro día...—) es tan antiguo, o casi, como este mismo invento del celuloide. Y esa queja amarga de actrices con un poderoso atractivo físico acerca de cómo dichos dones sepultaban sus facultades interpretativas (reales o presuntas), y de la que Elsa Pataky se ha hecho tan reiterado eco en estos últimos diás pasados, también es tan vieja como el propio cine. Pero la cuestión es que se trata de una queja “tramposa”.
Porque la del atractivo físico, amigos lectores, no es una condena perpetua e insoslayable, pese a que los lamentos de sus “sufridoras” parezcan darlo así a entender. Algo tan simple y elemental como dejar de asomar la esbelta osamenta por gimnasios y centros de belleza, y una ligerísima modificación en la dieta, durante, pongamos, un mes, o un mes y medio, acaba con el “problema” de manera tan sencilla como efectiva. Y, una vez liquidado el “problema”, hala, a exhibir el talento por platós y escenarios, sin riesgo de que unas curvas deslumbrantes o unas turgencias exageradas nos impidan apreciarlo en todo su brillo y esplendor.
Pero me temo que las cosas no son tan simples; y que ese talento camuflado o sepultado, probablemente, es más presunto (y pregonado) que real (y demostrado); al menos, a tenor de lo que de él se ha podido vislumbrar todavía. Y si más de ello hubiera , no hay nada que temer: la historia demuestra que no existen atributos, por muy “fermosos” y exhuberantes que fueren, capaces de tapar talento alguno. Reparen, si tienen alguna duda al respecto, en actrices como Sofia Loren o Meryl Streep. ¿Acaso son feas, o la madre natura las privó de méritos físicos más que estimables? Pues no. Y son dos actrices como la copa de un pino.
Quizá no estaría de más, por parte de todas esas actrices (no es Elsa Pataky la única que esgrime este discurso, aunque sí una de las más señaladas) un plus de consciencia de las propias limitaciones (artísticas), sin que ello suponga el cuestionar sus esfuerzos y su afán de superación (cuando lo hay, que no siempre es el caso...), y de gratitud por poder disfrutar de un estatus profesional al que acceden, precisamente, gracias a ese físico del que tanto parecen renegar. Tampoco pienso yo que tengan que pedir disculpas por ser tan hermosas, que no es culpa suya; pero, por favor, que no nos cuenten milongas pretendidamente dignificadoras de su nivel actoral. ¿Qué les parece a ustedes, amigos lectores...?
APUNTE DEL DÍA: este último fin de semana, no hubo cine, pero el anterior, sí. Y tocó una de dibujitos: "Gru: Mi villano favorito". La crítica de La Butaca, aquí, en este enlace.
* Varietés artísticas y culturales XXI.-