Que el Derecho va por detrás de la vida no es algo nuevo, y no puede sorprendernos. Pero el caso que acabo de leer es una vuelta de tuerca más en los absurdos que se plantean cada vez con más frecuencia en la Fecundación Artificial. Una reciente resolución judicial autorizó a una mujer a implantarse óvulos fertilizados in vitro (crioconservados) de su ex pareja. La pareja está separada desde 2006 y en actual trámite de divorcio. En ese marco, el hombre se negó a aceptar la paternidad que la resolución judicial le impone.
Los avances en Medicina suscitan cada vez más dilemas éticos. Y los resquicios que deja el Derecho muy difícilmente pueden ser solucionados por la bioética. Nos vemos acosados por un montón de eufemismos que tratan de imponernos una ilógica de barbarie, disfrazada de ética utilitarista, que beneficia sólo a los más poderosos: clínicas de FIVET, en manos de capitalistas, y algunos científicos que, en busca del honor y la gloria perdidos, son capaces de engañar a toda una sociedad acrítica. Así surgió hace unas décadas el término pre-embrión, para designar una realidad biológica, tan humana como usted y y como yo, querido lector, con la misma dotación genética, eso sí más indefenso y necesitado, por tanto, de protección.
Si el embrión no fuera persona, todos los óvulos congelados podrían ser automáticamente desechados o bien dados a los científicos para experimentación.
La verdad es que ahora ya no se habla de pre-embrión, pero en su lugar comienza a utilizarse con mucha frecuencia la denominación de óvulo fecundado. Pero lo único real, desde el punto de vista científico, es que todo embrión, ya esté en el útero materno o crioconservado en un tanque de nitrógeno líquido, es una persona hecha y derecha. Tiene una dotación genética que le hace un individuo de la especie humana, que tiene los mismos derechos que cualquier adulto, aunque algunos no quieran reconocerlos.