Revista Cultura y Ocio

Emmanuel Carrère: "El Reino", una exégesis

Publicado el 01 diciembre 2015 por Juancarlos53

Emmanuel Carrère: En el prólogo de este relato, Emmanuel Carrère (EC) dice que no escribe textos de ficción desde hace quince años, que está claramente instalado en la No ficción, aunque durante unos meses colaboró con Fabrice Gobert (guionista y director de cine francés) y unos jovencísimos productores en la ideación de una serie televisiva (" Les Revenants"); sin embargo molesto con la actitud de los jovencitos para quienes trabajaba decidió abandonar el proyecto. Considera que fue objeto de robo intelectual porque una noche, copiosa en comida y alcohol, contó a un auditorio del que formaba parte junto a otros el mismísimo Fabrice Gobert la historia sobre los primeros cristianos en la que venía trabajando desde hacía al menos cuatro años: La fábula sobre un hombre que, sin haberlo conocido, predica la palabra de un tal Jesús que fue crucificado, pero que resucitó al poco y -decía él- tal fenómeno era el anuncio de que algo grandioso iba a ocurrir. Sorprendentemente esta inverosímil historia consigue arrastrar tras ella a un sinnúmero de seguidores. Quien predica la doctrina de ese profeta crucificado es un romano de nombre Saúl que 16 años atrás cuando era un chiquillo -ahora en el año 50 después de Cristo ya es un hombre adulto- se encargó de recoger las prendas de vestir de los lapidadores que estaban enfrascados en apedrear al primer mártir de la Cristiandad, San Esteban.

Como se ve ya desde el mismo comienzo de la novela Carrère hace que la realidad interfiera, se mezcle con la historia que va a relatarnos, de manera que apenas podamos separar la una de la otra. Carrère ha tardado 7 años en escribir esta novela. Dice que la idea se le ocurrió a raíz de la investigación que llevó a cabo sobre la biografía de su abuelo Georges Zurabishvili de origen ruso que buscó refugio en la fe cristiana y cuya historia plasmó en "Una novela rusa". A esa novela siguió "De vidas ajenas", luego "Limónov", considerada por algunos su mejor obra, y ahora esta última.

Si en "Una novela rusa" el germen del relato estaba en unos cuadernos que el novelista descubrió de su abuelo ruso, en ésta la base está en la veintena de cuadernos de comentarios sobre el evangelio de San Juan que Emmanuel Carrère escribió de 1990 a 1993 a raíz de su conversión al cristianismo de mano de su madrina Jacqueline y a propuesta de su amigo Hervé.

Antes de pasar a presentarnos estos cuadernos el novelista parte de su posición religiosa actual, el escepticismo, el cual le lleva a considerar el Cristianismo como algo totalmente inverosímil digno de la imaginación de Philip K. Dick pues es ilógico de todo punto pensar que tras acabar nuestro paso por este mundo regresaremos a él igual que, -se dice-, le ocurrió al fundador de la secta si bien nadie fue testigo directo de ese fenómeno.

Entonces si esta creencia es de todo punto inverosímil ¿qué ha hecho que se convierta en uno de los pilares del mundo? Carrère entiende que es importante observar el proceso de extensión de la doctrina cristiana desde el momento de la desaparición del fundador. Y en eso consiste el relato de " El Reino" en intentar entender este fenómeno en principio totalmente incomprensible. El responsable del éxito de esta creencia es San Pablo, cuya trayectoria estudia Carrère a través de los relatos escritos por su discípulo Lucas, el tercero de los Evangelios y los " Hechos de los Apóstoles ". Este último texto es verdaderamente el que mejor explica la conversión, el paso de la Secta cristiana a Iglesia. Y el responsable de esta transformación, en conflicto constante con los verdaderos apóstoles de Cristo, los pescadores iletrados judíos, será Pablo, natural de Tarso, una provincia de la Siria romana. Pablo de Tarso reivindicará en no pocas ocasiones su condición de ciudadano romano lo que le servirá alguna vez para evitar la cárcel e incluso el patíbulo, pero que al final será la causa de que su caso llegue a las más altas instancias del Imperio y le lleve a la muerte.

Al igual que "Una novela rusa" le sirvió para superar una profunda depresión y liberarse de la castrante influencia de su madre Helène, esta obra le va a servir a Carrère para reconciliarse con el verdadero sentido de la religiosidad que no está en seguir unos postulados con frecuencia absurdos como si de un Partido político se tratase (constantemente el novelista compara la actividad de Pablo, Santiago y Pedro con la que realizaron en su momento Trotsky, Stalin o Lenin) sino en tomar el verdadero testimonio de Cristo que él encuentra simbolizado en el lavatorio de pies que el Maestro hace a sus discípulos, en esa humillación del poderoso ante los humildes, y no en la superestructura que el de Tarso ideó en enfrentamiento abierto con los cristianos judaizantes (Pedro, Santiago, Juan...)


Novela en construcción: el proceso de escritura

Si en esta obra hay algo que me ha gustado mucho es ver al escritor metido en harina, o sea, al hombre que ha de elegir qué decir, qué palabra usar, qué interpretación dar... Carrère escritor se deja ver en no pocas ocasiones, como cuando intenta comprender por qué Lucas decidió seguir a Pablo. Tras echar mano del proceso habitual que se lee en los " Hechos de los Apóstoles" de unos partidarios y otros que lo insultan, intenta entender que habría un tercer grupo que exigiría más explicaciones, y entre éstos estaría Lucas. Pero a renglón seguido el novelista francés sorprende con un " Quizá sucedió de este modo. O bien... Creo que tengo una idea mejor" y nos presenta un capítulo entero en el que imagina que Lucas médico se interesó en Pablo por la enfermedad que le hacía desagradable e impresentablñe ante los demás. Bueno, vale, puede ser; sí, quizás.

Al igual que imaginó el encuentro Pablo - Lucas, Carrère necesita imaginar un encuentro, una conversación entre Lucas y un testigo directo de la vida de Jesús porque si no ¿cómo podría Lucas utilizar frases dichas por Jesús y que no aparecen en otros evangelios anteriores al suyo?

Del mismo modo que hubo forzosamente un primer encuentro entre Lucas y Pablo, encuentro cuyos detalles he imaginado pero que no es imaginario, hubo forzosamente un encuentro entre Lucas y un testigo directo de la vida de Jesús. Llamo Filipo a este testigo porque al leer atentamente los Hechos me parece verosímil, e imagino la conmoción que este encuentro debió de causar en Lucas. (pág. 236)

Con explicaciones así EC bordea los límites de la ficción propiamente dicha.: " Estoy seguro de que hubo un momento en que Lucas se dice que esta historia debía narrarse, y que él iba a hacerlo ·. Y el escritor francés está convencido de ello porque él como autor lo ha experimentado en muchas ocasiones.

Dado que al autor de " El Reino" se le ubica -y él mismo lo hace- dentro de la corriente narrativa de la No-ficción, a veces se ve obligado, -más bien, diría yo, disfruta haciéndolo-, a reivindicar su profesión de creador de historias. Así cuando está intentando imaginar los últimos años de la vida de Pablo a partir de los textos de otros autores y del mismo Lucas, Emmanuel Carrère leemos que dice:

"Lo que digo a este respecto no es para denigrar al autor de esta biografía [se refiere a un sacerdote jesuíta que da fechas exactas sobre estos años fianles de Pablo], sino para recordarme que soy libre de inventar siempre que diga que estoy inventando, señalando tan escrupulosamente como Renan los grados de lo seguro, lo probable, lo posible y, justo antes de lo directamente excluido, lo imposible, territorio donde se desarrolla una gran parte de este libro." (pág. 336).

Me parece fantástica esta reivindicación de su papel de escribidor de historias, al tiempo que ahonda en la idea de que todo el Cristianismo no es más que una patraña, una fabulación, hermosa, pero fabulación al fin y al cabo.

También dentro de lo que he denominado proceso de escritura habría que incluir las fuentes de las que Carrère se vale para construir este relato que en gran medida no es más que una exégesis del Evangelio de Lucas y de los " Hechos de los apóstoles". El novelista no deja de nombrar sus fuentes como si quisiera dejar bien sentado que está haciendo una reflexión fundamentada y no un texto de ficción, o sea, que no podemos olvidar que " No escribo textos de ficción desde hace quince años", como advierte al inicio de "El Reino". Y quizás por ello es prolijo en las referencias autorales: Hyam Maccoby (" Pablo y la invención del cristianismo", Ernest Renan (" Historia de los orígenes del Cristianismo") y muchos otros

"Confiando en averiguar más, recurrí a las notas de la Biblia de Jerusalén y de la traducción ecuménica de la Biblia, a las que en lo sucesivo llamaré familiarmente BJ y TEB. Estas dos traducciones son las que tengo permanentemente en mi mesa de trabajo. Al alcance de la mano, en una estantería, tengo también la Biblia protestante de Louis Segond, la de Lemaître de Sacy, denominada "Biblia de Port Royal", y la más reciente, la de Éditions Bayard, llamada "Biblia de los escritores", de la que sin duda volveré a hablar porque colaboré en ella" (pág. 119)

La literatura dentro de la literatura

Emmanuel Carrère: Como ya señalé en la entrada que hice para "Una novela rusa" (leerla aquí) Carrère pertenece al gremio de autores que viven en literatura, esos seres cuya vida literaria y no literaria se funden de tal manera que resulta harto difícil distinguir una de la otra. Sin embargo, no sé si por ser éste mi segundo encuentro con el escritor francés o por el tema tratado, el Cristianismo, las referencias culturalistas (literarias, cinematográficas, musicales, etc.), así como las propiamente biográficas no me han resultado tan complicadas esta vez. Quizá puede que hasta en esta ocasión haya menos aunque siguen teniendo, como es habitual en el escritor, un papel importantísimo, en especial como término de las distintas comparaciones que el autor realiza en su escrito. He aquí algunos ejemplos:

  • Para justificar que en la lectura de sus antiguos cuadernos se salta las reflexiones teológicas dice que lo hace igual "que nos saltamos las explicaciones de geografía en las novelas de Julio Verne",
  • A su modo de escribir parece que le encuentra similitudes en las "Confesiones" de San Agustín,
  • Las opiniones de San Pablo sobre la vida de Jesús las compara con las explicaciones que Platón da sobre que "toda nuestra vida se desarrolla en una sombría caverna donde sólo percibimos vagos reflejos del mundo",
  • El final místico cristiano de Philip K. Dick le sirve para enlazar con la opinión que Borges tenía sobre el Cristianismo y su teología ("una rama de la literatura fantástica")
  • El "Hesicanismo", corriente mística que existe desde hace más de quince siglos en la iglesia ortodoxa, "tiene una inesperada descendencia moderna: dos cuentos de J. D. Salinger, Franny y Zooey, que fueron una de las grandes pasiones literarias de mi juventud."
  • La idea cristiana de que no sabemos el día ni la hora y que siempre habrá que estar preparados para la visita de inspección definitiva la relaciona con "El inspector" de Gogol
  • El modo de obrar del emperador Vespasiano: "Como al general Kutuzov en Guerra y paz, a Vespasiano no le gustaba precipitarse, daba tiempo al tiempo."
  • Y así otros casos de analogías realizadas con Simone Weil, Michel Simon, Dostoievsky, etc.

Dentro de este aspecto de la literatura dentro de la literatura quiero señalar la evocación de otras obras actuales de contenido semejante que "" ha despertado en mi mente. Durante su lectura constantemente mi cabeza se iba a "El evangelio según Jesucristo" de José Saramago, obra de ficción que el escritor portugués escribió en 1991, un evangelio que no existió pero que quizás sería el más necesario de todos. Carrère en su novela lo que intenta es acercarse lo más posible a la verdad que se halla en la base de la denominada Verdad. Así cuando se relata la Anunciación que el arcángel san Gabriel hace a Isabel de que está encinta y que parirá al que será San Juan Bautista y a María, la esposa de José, le dice que nacerá de ella el Cristo al que llamará Jesús, no he podido por menos que recordar la manera como Saramago imagina esta escena.

Del mismo modo cuando Carrère comenta el encuentro de Emaús del que sólo se habla en el Evangelio de Lucas y que es la única "certidumbre" de que el Cristianismo tiene alguna base, mi cabeza no hacía más que recordar la lectura del maravilloso libro de Alessandro Baricco, "Emaús" (ver reseña aquí). Esta novela de Baricco la recomiendo vivamente a cualquiera que ame la buena literatura, le interesen los temas de iniciación a la vida adulta y sienta cierto interés por la cultura católica sobre la que países del sur de Europa (Italia, Francia, España y algún otro) han construído su propia entidad.


Y como para cualquiera que haya leído algo de Carrère es bien sabido, su propia obra entra de lleno a formar parte de la que está construyendo. Al comentar "Una novela rusa" (2007) ya señalé la cantidad de ocasiones que en ella EC nos remitía a "El bigote" (1986); del mismo modo en "El Reino" son frecuentes las referencias a su novela anterior, "Limónov" (2011), novela que aún no he leído pero que caerá en breve dado que lectores exigentes como Rafael Chirbes, recientemente desaparecido, o mi buen amigo y excelente lector David Fernández la consideran como lo mejor que han leído de este autor. Pues bien en un momento de la novela que comento el escritor dice que muchos lectores le han escrito a propósito de "Limónov" comentándole tal o cual cosa; en concreto, dice, le preguntaban sobre " el hecho evidente de que la vida es injusta y los seres humanos desiguales", a lo que él responde en esta novela que comento que

"¿Acaso las personas a las que esto escandaliza son personas que no aman la vida? ¿O se pueden ver las cosas de otro modo? La primera es el cristianismo: la idea de que en el Reino, que no es desde luego el más allá, sino la realidad de la realidad, el más pequeño es el más grande. La segunda la expresa un 'sutra' budista [...] del cual un número sorprendente de lectores de "Limónov" han comprendido que era el corazón del libro, la frase que merece que retengan y trabajen en secreto, en su fuero interno, cuando las quinientas páginas en que está engarzada se hayan borrado desde hace mucho de su memoria: 'El hombre que se considera superior, inferior o incluso igual a otro hombre no comprende la realidad'" (pág. 431)

Y de entre las anteriores a " Limónov" es sin lugar a dudas "El adversario" (1999), el relato que realizó a raiz del juicio que hubo en Francia contra Jean-Claude Romand, ciudadano francés tristemente célebre por haber asesinado en 1993 a su mujer, a sus hijos, a sus padres y a su perro; y por haber ocultado durante dieciocho años su verdadera vida a todos sus allegados, la obra a la que hace más referencia. A Carrère le impulsó a escribir esa novela la mentira continuada en la que vivía ese hombre que decía que era médico cuando no lo era y que hablaba familiarmente con Dios (" vete a demostrarle que cuenta o se cuenta historias" -dice EC en " El Reino"-). A este asesino era imposible desalojarle de la mentira en que vivía. Este hombre

"tiene un miedo horrible,constante, no de mentirnos, creo que eso ya no es su problema, sino de mentirse a sí mismo. De ser esta vez también el juguete de lo que miente en el fondo de sí mismo, que siempre ha mentido, a lo que yo llamo el Adversario y que ahora adopta el rostro de Cristo.Entonces lo que yo llamo ser cristiano, lo que me indujo a responder que sí, que yo era cristiano, consiste simplemente en decir, ante la duda abismal de Romand: ¿quién sabe? Consiste, estrictamente, en ser agnóstico. En reconocer que no lo sabes, que no puedes saberlo, y porque no puedes saberlo, porque es indecible, en no descartar totalmente la posibilidad de que Jean-Claude Romand tenga que lidiar en el secreto de su alma con algo distinto al mentiroso que lo habita. Esta posibilidad es lo que llamamos Cristo, y no fue por diplomacia por lo que dije que creía en él, o intentaba creer. Si Cristo es eso, incluso puedo decir que sigo siendo creyente." (pág. 302)


En la literatura reflexiva de Carrère el humor es un rasgo esencial. Le sirve para dar agilidad y dinamismo al texto que escribe. Los procedimientos que utiliza son muy variados. He aquí algnos ejemplos:

* Atrevidas comparaciones anacrónicas que mueven a sonreír:
  • "Se seguía invocando el nombre de Zeus, pero el pueblo lo hacía para mezclarlo, en un sincretismo muy new age, con todas las divinidades orientales que estaban al alcance de la mano" (pág. 104)
  • "Pues bien, Paul Veyne dice que los lugares de culto en el mundo grecorromano eran pequeñas empresas privadas, el templo de Isis de una ciudad tenía con el templo de Isis de otra la misma relación que, pongamos, dos panaderías entre sí" (pág. 132)
* Clasifcación taxonómica peculiar de los primeros cristianos en dos grupos:
    La Iglesia de la circuncisión y la del prepucio: Aprovechando la gran catástrofe romana, la Iglesia de la circuncisión había ganado y la del prepucio se batía en retirada", (pág. 341).
    Y la cosa debía de haberse puesto tan mal para los segundos que "algunos judíos helenizados se hacían reconstruir quirúrgicamente el prepucio: esta operación se denominaba "epispasmo"." (pág. 133)
* Uso del lenguaje coloquial actual para comentar alguna situación evangélica:
    ""Te he visto cuando estabas debajo de la higuera." No se sabe lo que Natanael hacía debajo de la higuera. Quizá se la estaba cascando," (pág. 46)

Emmanuel Carrère:

    "si el lector no conoce a Catherine Pozzi, que fue la amante de Paul Valéry y una especie de cruce entre Simone Weil y Louise Labé, que busque y lea un poema titulado Ave." (pág. 20)
    "Y bien, ya estamos en Roma, hacia finales de los años setenta del siglo I. Lucas empieza a escribir su Evangelio. En cuanto a mí, les invito a que vuelvan a la página [268] para releer en el tercer párrafo las palabras a Teófilo. Adelante, les espero. ¿Las han releído? ¿Estamos de acuerdo?" (pág. 391)
    "y en ese cuchitril minúsculo, similar a aquel donde los Thénardier hacen dormir a Cosette en Los miserables, está, el lector lo ha adivinado, el baúl de Jamie." (pág. 61)
"Mateo, no posee leyenda, carece de rostro, de singularidad y por lo que a mí respecta, aunque he pasado dos años de mi vida comentando a Juan, dos traduciendo a Marcos, siete escribiendo este libro sobre Lucas, tengo la impresión de no conocerlo." (pág. 422)

Emmanuel Carrère a lo largo de esta novela intenta dar con el verdadero significado de la expresión "" que con tanta frecuencia se repite en el Nuevo Testamento ("Mi Reino no es de este mundo", " Señor, acuérdate de nosotros cuando estés en tu Reino", "Es más difícil que un rico entre en el Reíno de los cielos...", etc. ). Es un Reino que no se atiene a las normas usuales, un Reino en el que prima la humildad, en el que no hay que buscar ser correspondido, un Reino en el que lo fundamental es la fraternidad. Por eso, Carrère tras haber estado durante toda la obra interpretando los textos sagrados y viendo qué evangelista dice mejor o peor lo que predica la Iglesia llega a la conclusión siguiente:

"Al escribir este libro me he interesado mucho en saber si este evangelista Juan era Juan el apóstol o Juan el viejo, si era judío o griego, y ahora que lo he terminado me da igual, ¿qué más da? Recuerdo solamente la frase que en su edad muy avanzada repetía en Éfeso de la mañana a la noche: "Hijitos míos, amaos unos a otros." [...] Me digo que el cristianismo es esto." (pág. 435)
"He escrito de buena fe este libro que acabo aquí, pero aquello a lo que intenta acercarse es tanto más grande que yo, que esta buena fe, lo sé, es irrisoria. Lo he escrito entorpecido por lo que soy: un hombre inteligente, rico, de posición: otros tantos impedimentos para entrar en el Reino. Con todo, lo he intentado. Y lo que me pregunto en el momento de abandonar este libro es si traiciona al joven que fui, y al Señor en quien creí, o si, a su manera, les ha sido fiel. No lo sé." (pág. 440)

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