Cuando tenemos sueño, cuando nos aburrimos, cuando nuestros pulmones necesitan un poco de oxígeno extra, cuando se nos taponan los oídos, cuando necesitamos refrescar el cerebro... Muchas son las razones que se barajan para explicar el porqué de los bostezos y aún no se ha llegado a alcanzar un consenso. Pero aún existe un misterio aún mayor: ¿por qué se contagian los bostezos? Con enorme facilidad, tan sólo ver, leer o incluso pensar sobre esta acción tan poco controlable, podemos sentir la irrefrenable necesidad de abrir bien la boca y llenar nuestros pulmones. ¿Cómo y por qué ocurre este fenómeno?
La empatía y el bostezo contagioso
Seguramente, el término empatía os resulte más que familiar -de hecho, en El Baúl de la Psique ya hemos tratado este tema en otras ocasiones-. No obstante, es interesante que precisemos un poco más la definición del concepto actual y conocer sus orígenes. En este sentido, la palabra proviene del griego clásico εμπάθεια (empatheia, que significa "pasión/afecto físico"), pero la noción que hoy en día conocemos fue introducida en el ámbito de la Psicología por los autores alemanes Lotze y Vischer, denominándola Einfühlung ( "endopatía" o "sentir dentro"), el cual fue más tarde traducido al inglés por como empathy.
Así, aunque la empatía es un proceso emocional altamente complejo, a través de estas diferentes denominaciones a lo largo de la historia, podemos llegar a una definición global de la misma: se trata de la habilidad cognitiva y emocional de ponerse en el lugar del otro y compartir la emoción que éste está experimentando. Es decir, se trata no sólo de entender las emociones de otra persona, sino de identificarnos con ella, ponernos en su lugar y sentirlas también nosotros/as.
La empatía no debe confundirse con la simpatía o la compasión, ambos conceptos relacionados pero en ningún caso sinónimos. En primer lugar, la simpatía hace referencia al sentimiento que experimentamos al comprender y preocuparnos por los sentimientos de otras personas, sin llegar a sentir lo mismo que ellas. En segundo lugar, la compasión tiene lugar cuando sentimos que otros/as necesitan ayuda, lo cual nos motiva a ayudar o consolarles.
El bostezo empático
Y diréis: ¿qué tiene que ver todo esto con los bostezos? Pues bien, parece ser que los procesos que subyacen a la empatía podrían estar detrás del contagio de los bostezos. Esta es la conclusión a la que habrían llegado numerosas investigaciones tras analizar diferentes situaciones y utilizando muestras de muy diversa índole.
Por un lado, se ha observado que el bostezo espontáneo aparece por primera vez en la etapa fetal, aproximadamente en el segundo o tercer trrimestre de embarazo. En cambio, frente a este precoz inicio, el bostezo contagioso no tiene lugar hasta los 4-5 años de edad. Esta gran diferencia sugiere que los procesos que subyacen en cada caso pueden ser similares pero poseen diferente significado. En este sentido, cabe señalar que no es hasta esa edad cuando los/as niños/as desarrollan lo que se conoce como , la capacidad para atribuir estados mentales propios o de otras personas e identificar las diferencias que existen entre unos y otros. De esta manera, podemos ponernos en el lugar de los demás e inferir lo que piensan o sienten, incluyendo la necesidad de bostezar.
Por otro, el contagio del bostezo parece estar ausente en las personas que sufren algún tipo de trastorno relacionado con la empatía. Por ejemplo, se ha observado esta ausencia en casos de niños/as con Trastorno del Espectro Autista, variando según el nivel de afectación; aquellos/as con diagnósticos más severos no parecen contagiarse socialmente del bostezo, mientras que en casos más leves sí es más probable que tenga lugar algún contagio puntual (es el caso de niños/as con Trastorno Generalizado del Desarrollo no especificado; PDD-NOS). Asimismo, algunas investigaciones muestran también que aquellas personas que sufren Trastorno de Estrés Postraumático, esquizofrenia o poseen rasgos de personalidad esquizotípica (esto es, aquellos característicos del Trastorno Esquizotípico de la Personalidad) son menos susceptibles a los bostezos contagiosos, ya que en estos casos la capacidad de atribución de estados mentales estaría igualmente afectada.
Finalmente, cabe señalar también aquellos estudios que han relacionado el contagio de los bostezos con el grado de familiaridad y cercanía con otras personas; parece ser que el bostezo contagioso está directamente correlacionado con el nivel de apego social, no sólo en los seres humanos, sino también en diferentes especies de primates (sobre lo que profundizaremos más adelante en esta entrada). Cuanto mayor y más estrecho sea nuestro vínculo emocional con la otra persona, mayor será la probabilidad de que nos contagie. De la misma manera, también suele ser frecuente entre personas con características similares, emparentadas o socialmente cercanas.
Bases cerebrales del contagio: las neuronas espejo
Además de todo lo anterior, también se han llevado a cabo estudios de neuroimagen que han permitido conocer los mecanismos cerebrales puestos en marcha en los momentos de contagio de bostezo. De manera breve, estas investigaciones han revelado, principalmente, que cuando los/as participantes observaban a otras personas bostezar, se producía una actividad significativa en la corteza cingulada posterior y en el surco temporal superior, ambos implicados en los procesos empáticos de atribución de estados mentales.
No obstante, los elementos neuropsicológicos más característicos de los procesos empáticos y también presentes en los bostezos contagiosos son las neuronas espejo. Se trata de una red de neuronas visomotoras que se activan cuando llevamos a cabo una determinada acción, pero también cuando observamos a otra persona realizarla. Por ejemplo, si vemos a una persona utilizar un martillo para golpear un clavo, estas neuronas tan particulares activan en nuestro cerebro el mismo patrón que si fuésemos nosotros los que estuviéramos realizando la acción de clavar con un martillo. De la misma manera, cuando observamos a alguien bostezar, la red de neuronas espejo comienza a funcionar, generando así la percepción y la emoción compartida, esto es, el proceso empático.
El bostezo contagioso en otras especies
Como mencionaba anteriormente, este curioso contagio también parece darse en otras especies aparte de la humana, como es el caso de los primates. En concreto, los chimpancés son una de las pocas especies que se conoce que sean capaces de reconocerse a sí mismos, ya sea en un espejo, una foto o una imagen, por ello, no es extraño que numerosas investigaciones hayan señalado la posible manifestación de empatía en los bostezos contagiosos entre estos animales. Asimismo, los bonobos, el macaco rabón y los babuínos gelada también parecen sufrir este contagio empático.
En todos estos casos, se trata de primates con un desarrollo evolutivo bastante alto y similares a los seres humanos en numerosos aspectos. No obstante, recientes estudios han mostrado que los perros domésticos también son contagiados por los bostezos de otros. Y lo más curioso es que no sólo se produce este tipo de contagio entre perros, sino también entre humanos y cánidos. ¿Será que los bostezos contagiosos requieren una especialización evolutiva de nivel elevado a la cual únicamente llegan primates y perros?
Y, para finalizar, me gustaría que mirárais con detenimiento el siguiente gif:
¿Cuántos de vosotros/as habéis bostezado al verla?
Referencias
Giganti, F. y Esposito Ziello, M. (2009). Contagious and spontaneous yawning in autistic and typically developing children. Current psychology letters: Behaviour, brain & cognition, 25, 1-12.
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Helt, M. S., Eigsti, I-M., Snyder, P. J., y Fein, D. A. (2010). Contagious Yawning in Autistic and Typical Development. Child Development, 81, 1620-1631.
Platek, S. M., Critton, S. R., Myers, T. E. y Gallup, G. G. Jr. (2003). Contagious yawning: the role of self-awareness and mental state attribution. Cognitive Brain Research, 17, 223-227.
Romero, T., Konno, A., Hasegawa, T. (2013). Familiarity Bias and Physiological Responses in Contagious Yawning by Dogs Support Link to Empathy. PLoS ONE, 8, 1-8.