Revista Coaching

Empotradores

Por Soniavaliente @soniavaliente_

Pasa continuamente. Va en el metro o pasea por la calle. Va o vuelve del trabajo y ve cómo un chico y una chica se cruzan. Él voltea la cabeza y la escanea. Dependiendo de la edad de él, musita entre dientes algún improperio disfrazado de piropo. Las mujeres no suelen hacer eso. Miran –miramos-, claro, pero con discreción. No se trata de elegancia o recato, quizá sea algo cultural. Al igual que lo es el concepto de virilidad.

Según el sociólogo Michael Kimmel, la virilidad no es tan estática como social. Es decir, su construcción es colectiva. Como lo es el concepto de belleza, el cual ha ido cambiando con el correr de los siglos. Lo que era bello para Boticelli, ahora sería una aberración calórica en las pasarelas. Si bien es cierto que, como animales, en el terreno sexual la virilidad es clave para una mujer para la perpetuación de la especie.

Empotradores

En la foto, un empotrador cualquiera

La atracción sexual es una pulsión que reside en el mesencéfalo. Se puede luchar contra ella, por supuesto. Pero por ello es tan complicado no equivocarse cuando se cruza la persona equivocada. Porque un ataque de deseo es como un ataque de hambre. Invalidante. No se puede pensar en otra cosa hasta que se sacia.

Para muchas mujeres, la frontera entre lo viril y lo sexy anda bastante diluida. En su imaginario colectivo como hija de los 70, un hombre viril sería una mezcla entre Marlon Brando y Homer Simpson: bebedor, fumador, vago y mujeriego. Y añadiría que sepa de fútbol, fume, tome café, sepa cambiar una rueda y colgar un cuadro. En el terreno personal, fundamental que tenga talento y sea un hombre vivido. Y en el sexual, hace unos años, se habría pedido para Reyes un empotrador. Ahora, como mujer over forty, que un hombre luzca apañadas las uñas de los pies y tenga pelo en la cabeza, le parece el colmo de la seducción.


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