Revista Cultura y Ocio
Supongo que todos tenemos un año favorito. Ese año en el que lo pasamos especialmente bien, en el que conocimos a alguien especial o en el que descubrimos cosas que nos marcarían de por vida.
Yo tengo tres años favoritos: 2012 por motivos obvios, 1984 que comentaré en otro momento y 1992 que es el año del que quiero hablar.
En 1992 conocí un grupo de gente realmente interesante. Nos reuníamos en la cafetería de la Casa del Estudiante de Valladolid, cerca de la facultad donde pasé unos años, y se formaban tertulias realmente apasionantes sobre temas diversos: deportes, arte, política, cine, actualidad, filosofía, literatura...
La retroalimentación que se formaba entre esas 5 ó 6 personas era realmente constructiva: cada uno aportaba sus conocimientos y vivencias; y el resto iba rellenando sus carencias con esa información que, sin darnos cuenta, nos iba formando como personas.
En el fondo, aunque no eran papeles asignados, cada uno tenía una especialidad en cada rama del saber. Cómo me gustaría haber grabado esas decenas de tertulias que muchas veces transcurrían desde la mañana hasta bien entrada la tarde.
Alguna de aquellas cosas que me descubrieron esas personas se han convertido en pilares de mi jerarquía de valores y, por supuesto, en cuestiones que me apasionan, sin las que hoy no podría vivir.
Recuerdo con muchísima nostalgia las tardes en casa de Toño jugando al ajedrez, partidas convenientemente regadas con esas botellas de Chivas, cortesía sin saberlo de su padre. De aquellas me convertí en un auténtico especialista en el gambito de dama aceptado.
Fundamental fue el que me hicieran descubrir el Cine Groucho, al que ya dediqué una entrada en este blog. También tuve la suerte de que me mostraran ciertos escritores sin los cuales hoy no sería quien soy: John Kennedy Toole, Milan Kundera, Henry Miller, Anaïs Nin, Fernando Arrabal, Séneca... y tantos otros que ocuparían decenas de líneas en esta entrada.
Y cómo no recordar aquellas bandas que me fascinaron desde que escuché sus primeros temas en casettes que me prestaban y que, como si fueran objetos sagrados, introducía en mi reproductor y escuchaba sentado en el suelo sin poder dejar de mirar cómo giraban las ruedecillas de la cinta, mientras esa música producía en mi sensaciones que la música posterior ha sido incapaz de igualar.
Quería compartir con vosotros una de esas bandas que, aunque se habían disuelto hacía cinco años, conocí en aquel 1992 y, desde entonces, son los más grandes para mi: The Smiths.
Todas sus canciones me apasionan. La música tan personal que producían Johnny Marr con su guitarra y las letras de Morrissey creo que no se han superado hasta hoy.
Aunque para mi es imposible hacer una lista de las mejores canciones de The Smiths os dejo tres que reflejan la genialidad de Morrissey y su banda.
I know it´s over
Cementry Gates
Paint a vulgar picture
Extraordinario aquel 1992. Le debo mucho