Editorial Malpaso. 161 páginas. 1ª edición de
2010; ésta es de 2016
Con la lectura de En
cinco minutos levántate María acabo, hoy mismo, hace un rato tomando un
café en una de las cafeterías de mi barrio, con la trilogía que el argentino Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) dedica
a la familia Reyes, del barrio de Avellaneda.
Si en El origen de la tristeza
el narrador era Gabriel, un niño de doce años, quien nos habla (ya adulto, el
narrador está evocando) de su vida de niño de suburbio en 1978, y en La
ley de la ferocidad es Gabriel Reyes, ya adulto, quien nos habla de
cómo vivió los días correspondientes al velorio y el enterramiento de su padre,
y de paso lleva a cabo un profundo ajuste de cuentas de la relación que tuvo
con su progenitor, en En cinco minutos levántate María se
recrea todo este mundo ficcional pero, ahora, desde una nueva y original
perspectiva: desde el punto de vista de la madre.
María es la madre de Gabriel,
igual que –claro- de Alejandro (el hermano mayor de Gabriel) y de Julia y
Manuel, los hermanos pequeños. Además de ser la mujer de Ángel, el padre muerto
en La ley de la ferocidad.
María se desvela en la noche, y
aunque no le gusta estar despierta en la cama y se dice a sí misma que se da
cinco minutos más antes de levantarse, desde la cama, en la oscuridad, empieza
a mantener un intenso diálogo consigo misma, en el que repasa durante horas (o
una gran suma de cinco minutos postergados) los acontecimientos clave de su
vida familiar.
María tiene, en el día que narra,
“sesenta y pico de años, cuatro hijos y cinco nietos.” (pág. 14). En ese
momento Gabriel tiene treinta y cinco, y (para no revelar sorpresas) diré que
el tiempo narrativo es próximo al evocado en La ley de la ferocidad y
el padre (que duerme al lado de María) se encuentra cercano a su muerte.
María habla consigo misma en la
oscuridad de su cuarto sin ventanas (como ya sabíamos los lectores de Ramos por
los otros libros que completan la historia de esta familia), iluminado de vez
en cuando por la presencia de una luciérnaga, que será invocada y recordada
durante bastantes páginas de este libro (sobre todo al final de los capítulos)
con el nombre de luciérnaga-hada.
El tono de este nuevo libro ha
cambiado bastante respecto al anterior: si la voz narrativa de La ley de la ferocidad era desgarrada,
poderosa y violenta, la voz narrativa de María es mucho más tierna y de una
poesía que a veces puede bordear lo cursi (como esa invocación que ya he
comentado a la “luciérnaga-hada”, por ejemplo), pero que en realidad se acaba
revelando como la de una mujer fuerte y luchadora; una mujer que decidió dejar de
llamar “mi marido” al hombre que duerme a su lado y lo cambió por “este hombre”
el primer y último día que “este hombre” le puso la mano encima para darle una
cachetada. “Porque para él si vas a un psicólogo estás loca, si vas a un
ginecólogo varón sos puta, y no sé los miles y miles de prejuicios con que la
madre, la santa madre que tenía, le habrá rellenado la cabeza. Conozco muchos
de los prejuicios de este hombre pero estoy segura de que ni por asomo los
conozco todos.” (pág. 132)
“Desde que me casé que no me
acuerdo ni de quién soy. Crío hijos, cocino, lavo, y no hago eso porque tengo miedo de quedar
embarazada nomás de hacerlo”, le confiesa María a su primo en una conversación
que se evoca en la página 124. María, como mujer de su generación, sometida en
gran medida a los mandatos de un hombre autoritario y machista, en más de un
momento de su vida se ha llegado a sentir una sombra, alguien anulada, alguien
que arrastraba un dolor tan grande que ha querido desaparecer. En este sentido,
se recrea aquí, desde el punto de vista de la madre, un episodio que el lector
de El origen de la tristeza ya
conoce, narrado por Gabriel: el intento de suicidio de María mediante la
ingesta de pastillas.
No es éste el único episodio de
los otros libros que se vuelve a narra en este tercero desde otro punto de
vista; en este sentido destacaría la narración del día en que Gabriel se pierde
en la playa, contado ya, desde el punto de vista de este último, en La ley de la ferocidad.
Pero también es mucha la
información nueva sobre la familia Reyes que el lector recibe en este tercer
libro: en este sentido destacaría las historias del tío Héctor o de la
bisabuela gallega de María. O la creación de algún personaje memorable como el
niño Pablo que María conoce en el hospital cuando tienen que ingresar a su hijo
menor, Manuel. Y también vuelven a aparecer aquí viejos amigos de la familia y
del lector, como el trabajador del cementerio Rolando o el vecino homosexual
Fernando.
María es una mujer creyente que
evoca a Dios, pero que a veces también duda de su fe. Nos habla de sus hijos,
pero el discurso hace especial hincapié en la relación que mantiene con
Gabriel, quien sabe que ha sido el más propenso a sufrir por la relación con el
padre. María sueña con seguir tratando de crear un puente de comprensión que
parece imposible entre padre e hijo.
“¿Por qué nacemos predestinados a
perseguir una felicidad que vive siempre donde nosotros no estamos”, se
pregunta María en la página 44, y este discurso pesimista a veces entronca con
el de Gabriel en el segundo libro, pero ya he apuntando anteriormente que a
pesar de que María se lamenta de no haber podido vivir más su vida (no ha
podido viajar a España, por ejemplo, con lo que soñaba) como le hubiera gustado,
y ha tenido que asumir el rol de madre y esposa, el tono de esta novela es muy
distinto al de la anterior. María no es un pozo sin fondo de dolor, María es
una mujer que ha aprendido a estar conforme con su vida a pesar de los
sinsabores del pasado.
La voz narrativa de María me ha
parecido muy creíble, una construcción notable tras la la feroz creación del
narrador del libro anterior. Creo que En
cinco minutos levántate María ha sido un cierre original y brillante para
estar trilogía. Aunque digo cierre y dudo de mis palabras, imagino que es
posible que Pablo Ramos vuelva a hablarnos de esta familia Reyes y de su
alterego Gabriel.
He tardado doce días en leer las
648 páginas de estos tres libros. Han sido doce días intensos, dedicados a una
apuesta narrativa de voltaje potente, con páginas tiernas y evocadoras, pero
también con otras terribles y desgarradas. Todo un mundo narrativo consistente
ha sido levantado ante mí y creo que estos libros se merecerían en España una
suerte superior a la que me parece que están teniendo.
Esperemos que la editorial
Malpaso se anime y nos acerque los dos libros de relatos que el autor tiene
publicados en Argentina.
Si pinchas AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.