Leo a Juan José Millás en El País Semanal de este pasado domingo y no puedo evitar contestarle mediante este artículo.
Yo nunca he utilizado los servicios de un limpiabotas, bien porque me gusta limpiarme los zapatos, bien porque me he sentido violento al pensar en hacerlo (mal por mi también), bien porque no lo he considerado necesario…no lo se. El caso es que entiendo ese servicio como otro más, como el que va al zapatero y deja allí sus zapatos sucios, gastados o rotos y se los devuelven impecables.
Se que me dirá que no es lo mismo el limpiabotas que el zapatero, correcto, no es lo mismo, pero trabajan en la misma cosa oiga. Igual que no es lo mismo el taller del coche, que el lavadero de coches, pero todos ofrecen un servicio que pasa por tu coche.
Juan José Millás utiliza una imagen para adornar su artículo que en si misma es ya una declaración de intenciones, un chico negro limpiando las botas de un chico blanco (ambos de no más de 12 años). Y claro, nos habla de la humillación, de las connotaciones sexuales de la dominación, etc. Todo muy aparente para decir, en resumen, que quienes se limpian los zapatos con un limpiabotas son unos cerdos capitalistas, que disfrutan de la supremacía blanca y que gozan con el espectáculo de ver a un tipo arrodillado ante ellos.
En este breve artículo de la página 15 de esa revista dominical, Millás también habla de que “En España desaparecieron los limpiabotas con la democracia, pero la crisis política los ha vuelto a traer.”. ¡Ojo al dato!, la crisis política, es decir, que no es la economía, es la política la “culpable” de que la gente limpie botas en la calle. Sin entrar en esa falacia, me centro en lo de la democracia y me pregunto ¿el señor Millás habrá paseado por la Gran Vía de Madrid? porque siempre han estado allí los limpiabotas, junto al edificio Allianz, a la altura de Callao. ¿El señor Millás habrá visitado el Café Central de Málaga, donde trabaja como limpiabotas Don Javier Castaño, experto en marketing y alias @xabel, en twitter?. Los limpiabotas están ahí desde siempre, no han desaparecido señor Millás. ¿Que hay gente que ha recurrido a ese trabajo por la crisis? pues seguro que si, la mayoría seguramente.
Pero es un trabajo tan digno como el que limpia dientes, limpia pies, limpia coches, limpia cristales, limpia vasos o limpia las calles. ¿Acaso no se agacha el barrendero para coger papeles?, ¿es que no se agacha el/la peluquero/a para depilarte las ingles?, ¿no se agacha el que te limpia el coche?.
Pongo aquí un enlace a un artículo del año 2010, muy interesante, sobre Fernando, el limpiabotas del numero 37 de la calle Gran Vía de Madrid. http://periodismohumano.com/sociedad/fernando.html y cito una frase que viene muy al pelo “…que la dignidad no proviene del trabajo que uno realice. No se obtiene en un despacho ni se pierde limpiando zapatos: la dignidad se consigue viviendo honradamente.“
Todos nos agachamos alguna vez en nuestros trabajos, señor Millás, la cosa no está en la posición física, sino en la posición mental. Si alguien tiene reuma y no puede limpiarse bien los zapatos porque le duelen los dedos y prefiere pagarle “x” euros a un señor, que dignamente limpia zapatos, pues qué mal hay en eso. Y si alguien quiere gastarse los dineros en que le limpien los zapatos, como los hay que se los gastan en que le limpien el coche, ¿qué mal hay en eso señor Millás?.
Veo más igualdad en limpiar los zapatos de alguien, durante un tiempo determinado, con un precio fijo (o la voluntad) que en los becarios que trabajan en los periódicos, como El País, cobrando una cantidad miserable comparada con lo que cobran algunos VIP de esos medios.
Lo que hace humillante el trabajo de alguien no es el propio trabajo, sino las opiniones de quienes tiran por tierra ese trabajo y a ese profesional.