Revista Cine

En el cine no se llora

Publicado el 08 abril 2010 por Francissco
En el cine no se lloraPájaros de papel.  De Emilio Aragón (glub)
Para cambiar de tercio y escapar de vez en cuando del cine hiperactivo y sincopado,  resulta bueno acudir a una película española hecha con buenas intenciones y sensibilidad standard, justo como las que recomendarían algunas madres de familia, así como ciertas compañeras de trabajo a las que impresiona Imanol Arias.  Que luego mas tarde me arrepienta profundamente refuerza mi vocación de mártir cultural.
Porque este hombre, Imanol, es un buen actor y de seguro se moriría un gatito si no lo señaláramos. A tal punto se toma su trabajo en serio que, ya hace años, le dijeron que interpretara a Antonio Alcántara en Cuéntame y todavía no ha dejado de hacerlo, vaya por la historia fílmica que vaya y le dirija quien le dirija, lo cual es todo un tributo a la Escuela de la Mueca Única.
Su personaje en aquella serie topicona era el mayor compendio de generalidades y estereotipos que se le podía atribuir a un español medio de la época franquista, adornados con las virtudes esperadas para la época democrática. Una mezcla letal que le sigue allí por donde va, toda una  lástima, tan solo sea por cierto talento que parece poseer de fondo.
Como lo dirige E. Aragón, en lo que creo que es su opera prima y todo eso que se dice, el Alcántara que lleva dentro consigue imponerse con todos sus tics habituales. Los modales apresurados como por exceso de cafeína, el hablar seco y rápido diga lo que diga, aunque sean frases tiernas, que importa, si lo que siempre urge es escupir los párrafos enfadado y con cara muy seria. Cuenta para ello con el apoyo de un guión con menos matices que un  tablón pintado de negro.
Esta  dicción  como de metralleta que mencionaba arriba es, por cierto, una de las maldiciones de la interpretación hispana, aaag, vocalizar y gesticular como si tuvieras los dedos metidos en un enchufe.
En esta  historia se pretenden mostrar algunas de las  andanzas de una compañía de cómicos de segunda fila (y viendo como buscan la risa mas bien de tercera) en la posguerra dura y totalitaria, con una importante pérdida familiar que acompaña a Arias y que conseguirá que no cambie la cara en casi toda la película. Milikito, el director, intenta de un solo plumazo hablar de todas, pero de toditas todas, las intolerancias de aquella época, exceso de ambición que se paga caro.
Porque después todo se queda en un cuadro difuminado, en una historia que intenta en vano buscar la lagrima tranquilita  pero no pasa de la anestesia emocional. Y es que es imposible que te toque la vena un huerfanito incomprensible, ya maduro antes de haber crecido y con habilidades extra de todo tipo, como una especie de pitufo empeñado en hacer de hijo y psicoanalista de Imanol.
Y si no te emocionas un poquito con el huérfano, menos lo harás con la tragedia de un padre que no se expresa mas que en una escena de desahogo más bien tardía, cuando la atonía emotiva lleva rato haciendo estragos.
Y no me pretenda usted, señor Aragón, llegarnos al alma con una aparición oportunista y homenajeadora para con su señor padre, Miliki.  Los recursos maníqueos se deben usar con más garra, si los tales se pretenden eficaces y no hay mas que sosez y falsa dignidad en la escena final, en esa despedida escénica del huérfano que fue, ahora ya mayorcito y triunfante en nuestra época.
Y el caso es que se intenta, Esa salida del camerino, con la aparición de un fan entusiasta, joven y con rastas que, no obstante, transmite felicitaciones de sus padres. Con ellas conseguimos la coincidencia intergeneracional y, con las rastas del muchacho, una insinuación de bendiciones pijoprogres, así pues, todos felices.
Y el discurso final, pues eso, un decir que eres muy torpe y viejo para conseguir que te digan que noo, que de eso nada, que tu sigues valiendo mucho, aunque seas mas soso que los membrillos. Y de las verdaderas penurias y  miserias de una época atroz  olvídate. Porque lo que importa no es contarlas ni entenderlas sino enarbolarlas como estandarte, ay, que lástima de  abueletes puteados de ambos bandos.
Bueno, pues un saludo con naftalina. Que es que todo el público era del Inserso, je, je. Ojalá disfrutaran.

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