Si algo caracteriza a nuestra época es la dependencia de un número creciente de personas de las nuevas tecnologías, presentadas en aparatos cada vez más pequeños y sofisticados. Lo que se nos vende como una absoluta conexión con el resto de la humanidad a veces esconde la trampa de la más absoluta soledad del individuo, aunque se trate de una soledad expuesta a la mirada pública. No es que el hombre del siglo XXI llegue a sentirse solo, pero el narcicismo continuo al que invitan las redes sociales hace que nos aislemos en nuestros propios intereses y obsesiones y que palabras como solidaridad vayan desapareciendo del vocabulario más común. Así solo queda un ansia constante de experiencias nuevas y expectativas casi en exclusiva a corto plazo: nada de pensamientos complejos, nada de actividades que requieran la dedicación de muchas horas, pero a su vez dependencia absoluta de unos aparatos que, a la vez que nos conectan al mundo, nos crean toda la ansiedad del mundo.
Byung-Chul Han, el filósofo de moda, resulta ser un lúcido observador de estos excesos contemporáneos y denuncia que estas presuntas libertades al final pueden trocar en algo muy distinto:
"Hoy, en efecto, estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su movilidad, transforman todo lugar en un puesto de trabajo y todo tiempo en un tiempo de trabajo. La libertad de la movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en todas partes. En la época de las máquinas el trabajo estaba ya delimitado frente al no-trabajo por la inmovilidad de las máquinas. El lugar de trabajo, al que había que desplazarse, se podía separar con claridad de los espacios de no trabajo. En la actualidad esta delimitación está suprimida por completo en muchas profesiones. El aparato digital hace móvil el trabajo mismo. Cada uno lleva consigo de aquí para allá el puesto de trabajo como un campamento. Ya no podemos escapar del trabajo."
Tampoco podemos escapar del ocio, de la novedad constante, de los cambios de estado y de las valoraciones que puedan tener en facebook nuestras más nimias acciones. Todos estos estímulos aplastan nuestra capacidad crítica, nos domestican y nos vuelven seres aislados y previsibles. A veces un exceso de información es tan perjudicial como la falta de la misma, puesto que los detalles importantes se pierden en el mar de datos:
"El exceso de información hace que se atrofie el pensamiento. La capacidad analítica consiste en prescindir, en el material de la percepción, de todo lo que no pertenece esencialmente a la cosa. En definitiva, es la capacidad de distinguir lo esencial de lo no esencial. El diluvio de información al que hoy estamos expuestos disminuye, sin duda, la capacidad de reducir las cosas a lo esencial. Y, de hecho, pertenece esencialmente al pensamiento la negatividad de la distinción y la selección. Así, el pensamiento es siempre exclusivo.
Más información no conduce necesariamente a mejores decisiones. Hoy se atrofia precisamente la facultad superior de juicio por la creciente cantidad de información. Con frecuencia un menos de información produce un más. La negatividad de la omisión y del olvido es productiva. Más información y comunicación no esclarecen el mundo por sí solas. Y la transparencia tampoco lo hace clarividente. El conjunto de información por sí solo no engendra ninguna verdad. No lleva ninguna luz a la oscuridad. Cuanta más información se pone a disposición, más impenetrable se hace el mundo, más aspecto de fantasma adquiere. En un determinado punto, la información ya no es informativa, sino deformativa; la comunicación ya no es comunicativa, sino acumulativa."
Con estas premisas, incluso se pone en peligro la visión tradicional de la politica como un proyecto para desarrollar el interés general, tutelado por la vigilancia constante de los ciudadanos a las actividades de sus representantes. Ahora, al contrario, son los ciudadanos los que se encuentran constantemente vigilados y manipulados sin saberlo. Mucha gente preferiría dejar de tener que acudir a las urnas si su poder de decisión se redujera a darle a me gusta o no me gusta en su ordenador respecto a las resoluciones de los gobernantes.
Pero de lo que poca gente es consciente es de la monstruosa maraña de datos que todos y cada uno de nosotros como un rastro que, quien sabe seguirlo, va a llevar directamente a nuestros gustos, a nuestros hábitos y, a veces, a nuestras más estricta intimidad. Los llamados Big Data se van sofisticando a pasos agigantados:
"Cada clic que hago queda almacenado. Cada paso que doy puede rastrearse hacia atrás. En todas partes dejamos huellas digitales. Nuestra vida digital se reproduce exactamente en la red. La posibilidad de una protocolización total de la vida suplanta enteramente la confianza por el control. En lugar del Big Brother aparecen los big data (grandes datos). La protocolización total, sin lagunas, de la vida consuma la sociedad de la transparencia."
Un terrorífico ejemplo que el filósofo de origen coreano expone en su ensayo: Acxiom es una empresa que posee datos personales de 300 millones de ciudadanos, prácticamente todo Estados Unidos. Sabe más que el FBI. Es como un servicio secreto que se vende a quien esté dispuesto a contratar sus servicios. ¿Qué pasará cuando los algoritmos del Big Data sean capaces de predecir tendencias sociales o actos individuales? ¿Existirá la justicia preventiva, como en Minority Report de Steven Spielberg? Internet de las cosas hará que cada aparato, cada electrodoméstico esté conectado a la red. Las neveras de un futuro inmediato nos dirán cuando tenemos que volver a comprar comida, o quizá los mismos botes de refresco sean los que nos digan que hay que ir al supermercado para reponer. Las Google Glass, están a un paso de esos implantes que llevan los personajes de Black Mirror, que les permiten estar permanentemente conectados a la red a través de sus ojos y a su vez grabar todo lo que ven. Byung-Chul Han define nuestra existencia como la de los prisioneros del Panóptico de Bentham, con la diferencia de que nuestras cómodas celdas son de cristal.
Chris Anderson, redactor jefe de Wired, la Biblia de la tecnología. Define una nueva ciencia, capaz de arrastrar a muchas otras disciplinas, la psicopolítica digital:
"Queda atrás toda teoría de la conducta humana, desde la lingüística hasta la sociología. Olvide usted la taxonomía, la ontología y también la psicología. ¿Quién puede decir por qué los hombres hacen lo que hacen? Lo hacen simplemente, y podemos constatarlo y medirlo con exactitud sin parangón. Cuando disponemos de suficientes datos, los números hablan por sí mismos."
En el enjambre es una de las visiones más lúcidas del futuro inmediato que nos espera, que en gran parte ya está entre nosotros. Un futuro en el que los conceptos de intimidad y privacidad tendrán que ser redefinidos, ya que difícilmente podrán ser protegidos de la maraña tecnológica que nos facilitará la vida y que también nos creará nuevas servidumbres.
Revista Cine
En el enjambre (2013), de byung-chul han. el panóptico digital.
Publicado el 07 abril 2015 por MiguelmalagaSus últimos artículos
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