Ignorantes. Definitivamente, el mundo, al menos el que conocemos, es de los que no saben nada, de los que nunca se dan por aludidos pese a su olfato para los negocios propios y sus másters y experiencia al frente de renombrados organismos y entidades financieras nacionales e internacionales. Otro trozo del pastel de este mundo corresponde también a aquellos que no se dan por aludidos, aun intuyendo que saben. A esos se les llena la boca pidiendo moderación salarial y persiguiendo a pequeños autónomos sin IVA. Y esa misma boca se les vuelve chica y se arruga cuando sacan su cartera de piel, impoluta, ese apéndice, con todas las ranuras repletas de tarjetas gold, black, platinum, tarjetas opacas que no dejan pasar la luz. Muy oscuro todo, sobre todo en las aguas profundas, también oscuras, donde este iceberg del timo del que apenas hemos visto la punta asomada alcanza toda su magnificencia, albergando una vida abisal de parásitos, monstruos marinos y depredadores al acecho entre las grietas.
Dinero de plástico, tan duro como sus caras, tan contaminante como ellos: políticos, banqueros, asesores de medio pelo borrachos en la fiesta del dinero a espuertas. Una fiesta que pagamos todos. Ahora que se ha hecho de día, toca devolver lo robado, con su multa y sus intereses de demora correspondientes. No es saña, es lo que estaría obligado a hacer cualquier paria de la sociedad y, tras todo eso, a la cárcel hasta que se reinserten en la sociedad a la que ahora tanto desprecian. Feliz martes.