Por Alejandra González Romo para Gatopardo
En el arte contemporáneo, el feminismo aún tiene camino por recorrer. Tres curadoras e historiadoras dan un recuento de esta aventura.
Inmóvil y de rodillas, Yoko Ono estaba sobre el escenario de la Sala de Conciertos Yamaichi, en Kyoto, mientras los espectadores se acercaban a cortar trozos de su ropa con tijeras hasta desnudarla. Era el 20 de julio de 1964. En este performance, Cut Piece, Ono cuestionaba la neutralidad entre el espectador y el objeto de arte, al revelar la agresión implícita al cuerpo femenino, representado a lo largo de la historia como objeto de deseo anónimo.
The Dinner Party, de Judy Chicago —quien lleva el nombre de su ciudad natal como apellido para desvincularse de cualquier hombre—, se exhibió por primera vez en el Museo de Arte Moderno de San Francisco el 14 de marzo de 1979. La instalación, una enorme mesa triangular con platos y copas para 39 comensales, revelaba una vajilla pintada a mano que sugería la forma de una vagina. Cada lugar estaba dedicado e inspirado por una mujer que marcó su tiempo, desde la faraón Hatshepsut, hasta la escritora Virgina Woolf y la artista visual Georgia O’Keeffe.
The dinner party, Judy ChicagoEl feminismo, de la mano de nombres como Mary Kelly, Griselda Pollock, Barbara Kruger, Cindy Sherman, Miriam Schapiro, Ana Mendieta, Suzanne Lacy, Leslie Labowitz, Eva Hesse y Laura Mulvey, entre muchas otras artistas, historiadoras y críticas, estaba entonces en proceso de convertirse en el movimiento político de mayor impacto en el arte desde la II Guerra Mundial. Sin embargo, hasta ese momento, salvo algunas excepciones, se hablaba de género como una categoría independiente y no relacionada a temas de raza, etnicidad y clase, como lo explica Amelia Jones, curadora, crítica e historiadora del arte. Como resultado, muchas artistas negras no se identificaron con el feminismo, ya que lo entendían como una causa de mujeres blancas y occidentales.
Ana Mendieta
Para los ochenta, las Guerrilla Girls, enfundadas en sus disfraces peludos, demostrarían con estadísticas duras e incriminatorias que más allá de las divisiones, el feminismo es una lucha en la que todos los frentes no solamente son válidos sino totalmente necesarios. “Menos de 5% de los artistas en las secciones de arte moderno son mujeres, pero 85% de los desnudos son femeninos”, rezaba una leyenda en una de sus piezas, sobre el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.
“Hay una gran diferencia entre arte feminista y arte hecho por mujeres, y se trata de una diferencia metodológica”, dice Susana Vargas Cervantes, curadora e historiadora del arte mexicana. Entre los teóricos, hay quienes hablan hoy de postfeminismo, parafeminismo, o incluso de varios feminismos, para categorizar la producción artística. “Lo que yo veo en el Cono Sur es que hay muchos artistas renuentes a etiquetar su trabajo como feminista, aunque ciertamente lo es”, afirma la antropóloga ecuatoriana María Amelia Viteri. El colectivo Mujeres al Borde, por ejemplo, está conformado por hombres y mujeres de Colombia, Argentina, Chile y Paraguay, y se definen a sí mismos como disidentes del género y la sexualidad. “Muchos son bastante críticos de la agenda mainstream, ya sea feminista o LGBT, y al serlo están creando nuevas forma de politizar el arte”, comenta la antropóloga.
Colectivo Mujeres al borde
Sin embargo, la evolución del feminismo en el arte no significa que se hayan ganado muchas batallas. Las instituciones culturales siguen mostrándose renuentes a exhibirlo o reconocerlo. Un buen ejemplo es el trabajo de la curadora Camille Morineau en el Centre Pompidou de París, donde pasó años intentado montar una muestra de arte feminista, sin éxito. Cuando por fin le autorizaron curar la exhibición “elles@centrepompidou” en 2009, que fue un éxito rotundo, tuvo que presentarla como una muestra de arte hecho por mujeres sin la etiqueta de “feminista”. Al terminar el proyecto decidió dejar la institución en busca de mayor libertad creativa. “Ni siquiera en Francia están listos para admitir que el feminismo es popular”, dice Amelia Jones.
Marlene Dumas en la muestra elles@centrepompidou“En las esferas más altas del arte, seguimos encontrando hombres, en su mayoría blancos, que se sienten amenazados por cualquier forma de arte que exponga el enorme poder que tiene toda representación, y eso es lo que hace el arte feminista”, sentencia Jones. “En México, más allá de la exhibición del trabajo de Mónica Mayer, el arte feminista, queer o LGBT suele estar restringido a un museo y cualquier cosa que se haga fuera de ahí suele ser muy controversial”, dice Susana Vargas Cervantes. Como éstos, hay innumerables ejemplos que demuestran que los grandes museos no son siempre esos espacios abiertos para la crítica y vanguardia. Tras décadas de lucha, aún urgen espacios donde se pueda abordar el género como una pregunta y no como una respuesta.
En la portada: Performance de Mónica Mayer