En mi última entrada, estuve comentando con el gran compañero Pedro sobre la falta de una mentalidad de “trabajadores” que se ha perdido mucho en España y otros países occidentales. Le dije así: “Lo que comentas sobre el trabajo es bastante interesante porque muy poca gente tiene este debate. Esto es, generar una cultura de trabajadores o de “rentistas”. A mi me parece que actualmente, por desgracia, España va encaminada a ser un país de “rentistas” en la élite, y masas empobrecidas por completo. A eso juega el PP. Además, sin trabajadores como “mayoría”, se hunden las opciones democráticas ya que precisamente el “alma” de los partidos políticos son los trabajadores que necesitan algún instrumento no monetario para defender sus intereses. Y creo que este concepto se está perdiendo en España a pesar de que estaba muy arraigado en comparación con EEUU”.
Y todo esto nos trae a un creciente fenómeno que he ido notando en los últimos años, pero pienso que es perjudicial a la mayoría de trabajadores. Debido a mi suerte en la vida, normalmente estoy rodeado de gente con su vida resuelta. En los últimos años, lo que más he ido notando con respecto al trabajo es lo siguiente:
“Debes hacer lo que te gusta. Ama lo que hagas”.
Estos mandamientos son cada vez más repetidos en todo tipo de blogs y reuniones de gente que, no sé, podríamos etiquetar como acomodada en cierta medida. Salen en decenas de muros de Facebook, como si de un nuevo mandamiento divino se tratara.
No hay duda de que “trabaja en lo que te gusta” (TELQTG) es el nuevo mandamiento de la época. Qué bien suena, ¿no? ¿Por qué entonces me opongo? El problema es que no conduce a la salvación sino precisamente a la devaluación del trabajo real, incluyendo aquél trabajo que pretende elevar y lo más importante, la deshumanización de la gran mayoría de trabajadores.
Visto superficialmente, TELQTG es un buen consejo, animándonos a contemplar qué es lo que nos gusta. Y claro, es verdad que sería una sociedad mucho más deseable si la gente cobrara menos que ahora haciendo lo que realmente les gusta hacer.
El “problema” es que esta idea nos mantiene centrados en nosotros mismos y nuestra felicidad individual. De esta manera, TELQTG nos distrae de las condiciones laborales de otros mientras que aprueba nuestras opciones y nos libera de cualquier obligación para con “los pobres”, aunque sería preferible decir dado el contexto, “la mayoría de los trabajadores”.
Según esta forma de pensar, el trabajo no es algo que uno hace a cambio de un sueldo, sino un acto de amor propio. Si no le siguen los beneficios, se debe a que la pasión del trabajador o sus esfuerzos no son suficientes. Se impone la ilusión, totalmente falsa, que los trabajadores piensan que sirven sus propios intereses y no los de otros, mucho más poderosos.
“Trabaja en lo que te gusta” tiene diversos orígenes filosóficos, pero el misionero moderno más conocido de esta idea se llamaba Steve Jobs, de Apple.
En su discurso a la Universidad de Stanford en 2005, le dijo así a los jóvenes: “Debes encontrar lo que amas. Eso es tan aplicable a tu trabajo como a tus amantes. El trabajo va a llenar mucho en tu vida, y la única manera de estar totalmente satisfecho es haciendo lo que te gusta, amarlo”.
En principio, todos se preguntarán, ¿y qué tiene de “malo” todo eso? Lo “malo” es que el enfoque es totalmente individual, pero ignora el resto de la cadena productiva. En su caracterización de Apple como ejemplo del amor individual, del suyo, Jobs ignoró la labor de miles, miles y miles de desconocidos que laboran en las factorías de Apple, muy convenientemente escondidas de nosotros al otro lado del planeta, donde hay trabajo infantil y dnde existen las condiciones laborales óptimas para que Jobs pueda decir lo mucho que ama su trabajo.
La violencia de esta omisión debe denunciarse en nuestros escritos. “Trabaja en lo que amas” suena precioso. De hecho, claro que sería lo mejor para todos. ¿Acaso no he dicho yo aquí muchas veces que debe haber un cambio de mentalidad y la gente debe conformarse con menos dinero a cambio de ser más feliz? Pero no es eso lo que denunciamos aquí. La visión de Jobs es lo contrario a la visión utópica del gran liberal decimonónico, de origen puritano por cierto, Henry David Thoreau. En su obra, “La vida sin principios”, Thoreau escribió lo siguiente:
“Sería una buena economía si un pueblo pagara a sus trabajadores tan bien que no sentirían que estuvieran trabajando en lo más bajo de la cadena, para comer, sino para fines científicos, e incluso morales. No contrates nunca a un hombre que trabaja por dinero, sino aquél que trabaja por el amor al trabajo”.
Thoreau sabía que la clase capitalista que generaba trabajos (y no todos los capitalistas generan empleo, por cierto, conviene recordarlo) debía intentar generar empleos bien remunerados y con sentido de algún fin noble si era posible. Al contrario de esta visión, el criterio “jobsiano” del siglo XXI exige que todos miremos hacia dentro, hacia nosotros mismos. Nos absuelve de cualquier obligación o conciencia del mundo global, subrayando su traición a los intereses de la mayoría de los trabajadores.
Una de las consecuencias más visibles que ha generado esta idea es la división entre “clases” de trabajadores. Es algo que noto muchísimo en Nueva York pero no sé si se nota tanto en España. En Nueva York, una ciudad que ha recibido un flujo de “ricos” en los últimos años, convirtiendo a Manhattan y partes de Brooklyn en un centro comercial empresarial (eso sí, muy seguro), se detectan dos clases: una clase ama a su trabajo (se hacen llamar gente creativa, intelectual, socialmente tienen prestigio y la mayoría es de raza blanca, de todos los orígenes europeos existentes) y luego están los “curritos”, los que hacen trabajos repetitivos, nada intelectuales, nada distinguidos, sin prestigio alguno. Aquellos que “aman” lo que hacen tienen muchísimo más privilegio, en cuanto a las oportunidades de educación, riqueza familiar, influencia, raza y los privilegios que ésta conlleva en nuestras sociedades racistas, como por ejemplo más influencia y poder político, pero son una pequeñísima minoría de la fuerza laboral. La cuestión es que ellos, los que “aman”, no se perciben como “trabajadores”, sino como gentes de algún oficio. Y yo creo que en eso sí es distinto a España y gran parte de Europa, incluída Inglaterra, donde la gente se suele percibir más “trabajadora”, salvo que sean de la aristocracia o algo cercano en cuanto a riqueza personal.
Piensa en la gran variedad de trabajos que permitieron a Jobs ser el ejecutivo privilegiado cada día: su comida venía de los campos de cultivo, luego transportada por camioneros viajando largas distancias. Sus productos tienen que empaquetarse, hay todo un ejército de marketing, abogados, gente de la limpieza para todas esas oficinas y papeleras, etc. Pero esta “masa” de trabajadores es invisible para aquellas “élites” “disfrutando” lo que hacen en sus despachos, con esas vistas de lujo en todos esos rascacielos de NY. Por eso mismo, los liberales hemos perdido el norte francamente. Por eso la gente no nos puede respetar. Hemos contribuido a que la “masa” sea invisible y no tratamos los temas que realmente sufre la gran mayoría — sueldos de pena, gastos de guardería en muchos casos inasumibles,etc. Estos debates ni siquiera se plantean en ningún partido político, que además se centran, abiertamente en la “clase media”. Y a mi juicio, ser de “clase media” no es otra cosa que una pretensión, ser lo que realmente no eres. Eres un trabajador, probablemente en un trabajo que no te gusta pero como tienes un poquito más de seguridad y te siente (probablemente) superior a los que trabajan en el Mcdonalds, te sientes más cómodo haciéndote llamar “clase media”. Pero tú puedes llamarte como quieras, aunque lo cierto es que si dependes del capital ajeno para comer, no eres realmente “libre” ni de “clase alta”. Eres un trabajador, sin más.
Esta idea también entonces, como consecuencia, borra el trabajo en concepto. ¿Para qué intentar ser más libres o los trabajadores intentar mejorar sus condiciones si no existe el “trabajo”?
“Haz lo que te gusta” esconde el hecho de que para elegir una carrera o trabajo que te guste personalmente es un privilegio sin mérito. Un diseñador gráfico cuyos padres pagaron por sus estudios y son sus avalistas financieros para que pueda vivir en ese barrio “fashion” de Brooklyn a precios de alquiler por las más altas nubes mientras otros residentes de antaño se tienen que marchar, puede despachar consejos tales como “haz lo que te gusta” a todo aquél que sienta un poco de envidia por no disfrutar de esos privilegios.
Si piensas que trabajar como emprendedor en Manhattan o como acólito de un “think tank” liberal en Washington D.C. es “amarnos” o “hacer lo que nos gusta”, ¿entonces qué pensamos de las vidas y esperanzas de aquellos que limpian los hoteles y nos traen la comida a casa? La respuesta es sencilla: nada.
Sin embargo, tuve que contemplar esto el otro día gracias a que mantuve conferencias personales en el Fontainebleau para actualizarme de la situación. Es que, durante años me acusaban de “no enterarme” de lo que hace la “gente normal”, que estaba en una “burbuja” así que invité a distintos representantes de grupos vecinales en Miami para hablar conmigo cara a cara, en un proyecto de investigación. Hablé con trabajadores del Mcdonalds, con recién titulados de todas las razas, hablé con gente que pensaba ser de “clase media”, hablé con gente nacida aquí de raza negra, de los barrios más duros, y la verdad es que fue muy enriquecedor, te abre los ojos a ver las cosas desde su perspectiva.
Y no me cabe otra que llegar a una conclusión: trabajos poco remunerados, malos, tediosos es lo que le espera a cada vez más occidentales, incluido norteamericanos. Según el “US Bureau of Labor Statistics , los dos empleos que más se están generando son los de asistentes del hogar, y el cuidado de ancianos. Los salarios no superan en la media los 20.000 dólares anuales. Ensalzar ciertas profesiones denigra la labor de todos aquellos que trabajan en empleos sin “glamour” pero que son absolutamente imprescindibles para que funcione nuestra sociedad.
No solo hace daño a estas profesiones que nos permiten vivir cómodamente haciendo lo que nos gusta. También ha hecho mucho daño los trabajos profesionales que supuestamente ensalza. Fijaos en lo que ha pasado en el mundo universitario, académico. El estudiante típico a principios y mediados de siglo decidió hacer lo que realmente le gustaba y no meterse en finanzas (dinero fácil) para malvivir cobrando un sueldo paupérrimo universitario (alguna beca o “stipend” como dicen aqui) para poder estudiar su pasión verdadera, sea por la mitología germánica o la historia de la música Afro-cubana.
¿Y la recompensa? El 41% de los profesores universitarios actuales trabajan a la voluntad del empleador, contratados por horas o temporadas, mal pagados, sin beneficios de ningún tipo como la sanidad, sin despacho propio, sin seguridad labral y sin ningún sentido de obligación o pertenencia hacia las instituciones donde trabajan.
Es una mentalidad muy arraigada en el mundo académico – “haz lo que amas”. Esta identificación personal tan intensa es lo que nos explica por qué los profesores, incluido y sobre todo los “de izquierdas”, no dicen nada de nada acerca de sus sueldos o sus condiciones laborales. Ojo, hablo de nuevos profesores, no de los que llevan décadas. Esos son los privilegiados, los que vivieron la época dorada de EEUU, empleos para todos, sueldos altísimos, coche, hipoteca, etc.
Esa fe que tienen, que sus trabajos ofrecen recompensas no-materiales y son más importantes para la identidad de un profesor que un “trabajo normal” los convierte en empleados ideales para los que pretenden extraer lo más que puedan de su labor, es decir, extraer el máximo valor de su trabajo a coste mínimo.
Esta idea también genera otros vicios – como ya saben los españoles, muchas horas acaban siendo no remuneradas en no pocas profesiones: Periodistas que ahora tienen que hacer el trabajo de los fotógrafos despedidos, el 46% de los trabajadores deben responder y estar pendientes de sus correos los fines de semana y cuando están enfermos (ojo, esto me parece muy bien, pero no deja de ser trabajo no remunerado) pero convencerles, a los trabajadores, que están haciendo lo que “aman” es un chollo para todo aquél que no quiere pagar por sus trabajadores. Porque, independientemente de que te guste o no tu trabajo, sigue siendo trabajo. Que nadie se olvide eso jamás.
Lejos de generar empleados “felices” y bien remunerados, nuestra época es una época del profesor contratado a tiempo parcial sin beneficios, el becario no remunerado (aunque por suerte esto ya lo prohibieron en Nueva York), e incluso gente que ha tenido que pagar por trabajar. Sí, en serio. ¿No me crees? Fíjate en la cantidad de anuncios, en España incluso, donde ofrecen un título de algún tipo y “prometen empleo” después. El TOEFL es un ejemplo, para los profesores de inglés. En Nueva York la situación llegó a tales extremos, que dos empresas famosas dedicadas a la moda (Valentino y Balenciaga) pusieron en subasta su programa de prácticas para becarios. Sí, sí, SUBASTARON sus programas y cobraron a los becarios – el que más pagó obviamente fue el que consiguió el empleo (no remunerado).Ah y dijeron que ese dinero ganado en la subasta iba a ser destinado a la “caridad”. Sí, sí.
Nunca ha habido tantos becarios gratis en el mundo desde la época en la que la esclavitud era normal y legal. También es verdad otra cosa – tanto en EEUU como en España, muchos becarios vienen de familias acomodadas. Si trabajan de gratis se debe a que buscan ganar capital social, no un sueldo. Trabajan por el “prestigio” de la institución codiciada, no por el dinero. Pero la grandísima mayoría de la población necesita trabajar por dinero. Así pues, no solo se calcifica el estancamiento económico y profesional, sino también protege a esas industrias “de lujo” para que no tengan que contar con la diversidad de perfiles y voces que existe en el país.
También hay un componente sexual en todo esto: en los trabajos mal pagados o programas de prácticas, el porcentaje de mujeres supera al de los hombres.
El “haz lo que te gusta”, como muchas otras mitologías norteamericanas, es superficialmente democrático. Efectivamente, los doctorados pueden hacer lo que aman en “libertad”, escribiendo ensayos interesantes sobre la época victoriana británica para luego ser publicados en el “New York Review of Books”. En América, “todos tienen la oportunidad de hacer lo que aman y ser ricos”.
“Haz lo que te gusta y nunca tendrás que trabajar un solo día en tu vida”! Antes de arrodillarte ante el timador que te dice eso, deberías preguntarte, ¿quién, exáctamente, se beneficia de que yo piense que mi trabajo no es trabajo en realidad? Bueno, lo que ocurre es que la ideología que algunos quieren inculcar busca que el trabajador piense que disfruta de muy buenas condiciones laborales.
Es inaceptable que los liberales aceptemos esto. Nosotros luchamos por la libertad de todos, por mejorar las condiciones de vida de todos para tener países más seguros, educados y prósperos pero justos. Algunos no quieren que los trabajadores reconozcan lo que hacen como trabajo. Porque, de ser así, quizá exigirían límites adecuados para lo que hacen, exigiendo un sueldo más justo y horarios razonables que permitan conciliar la vida familiar y el ocio. De ser así, entonces la mayoría podría hacer lo que realmente le gusta. Pero claro, eso no conviene decirlo ni saberlo. Me canso muchas veces de los que me rodean en mi entorno cotidiano. Suelen ser personas que analizan las cosas de forma superficial o su educación ya roza lo demasiado exquisito en cuanto a modales se refiere. No me gusta el excesivo protocolo y me “entiendo” bastante más con, precisamente, aquellos que son mecánicos, fontaneros y demás gente que, sin tener formación “elitista”, al menos no pecan de excesiva formalidad y protocolo en las cosas. Porque, una cosa es ser un “esnob” (y motivos tengo para serlo) y otra es ser un piji-tarado.
No pienso jugar ese juego. No acepto la falsedad ni los mitos. No me gustan los mitos ni los argumentos simplones, superficiales e interesados. Lo mío es analizar algo, todos los datos y hechos, analizarlos y luego sacar las conclusiones lógicas, caiga quien caiga. Debemos plantear este debate más a menudo. La ilusión siempre será la opción preferida de aquellos que no quieren que la gente piense en su miserable y traumática existencia.