Las Damas de Blanco pasean con una foto mía, exigiendo que me liberen. Es una inmensa contradicción que estas valientes mujeres, que reciben ultraje y abusos físicos todos los días del año y por todo el archipiélago, sean quienes con su aptitud política y pacífica griten sobre la injusticia judicial, lo que les agradeceré siempre; y esto sucede cuando próximamente se cumplen dos años de mi encarcelamiento, y de aquella horrible e injusta recogida de firmas por parte de las agraviadas mujeres de la UNEAC, que por mandato de la Seguridad del Estado, fueron convocadas, ultrajadas también, a realizar.
Pero como ya sabemos lo que les sucede a aquellos que se niegan –y las dádivas otorgadas a los que aceptan– resulta comprensible, por mucho que nos duela, que las manipulen. Lo peor es que eran ellas quienes debían haberme defendido, y ante la duda, mantenerse calladas o distantes, pues contra mí no existe prueba que me acuse, sólo pruebas inventadas, como el video del falso testigo, que prepararon en mi contra. Recuerdo que todo ese distanciamiento de las féminas de la UNEAC, casualmente, ocurre a raíz de la apertura de mi blog y de mi marginación como creador de las actividades culturales en el país.
Recuerdo también cómo, en uno de mis primeros post, criticaba a la delegación de escritores cubanos que enviaron a la Feria del Libro de Guadalajara sin dieta para la alimentación, cuando se había pactado con los organizadores que la pagarían con el boleto de aviación. Pero resulta que luego de que se filtró el testimonio de los escritores que preferían el silencio para “no buscarse problemas”, una escritora integrante de la comitiva, y comprometida con el régimen, escribió, a pedido oficialista, asegurando que la participación había sido todo un éxito y una maravilla para ellos como invitados, e invirtió la realidad. Entonces, si los otros saben, porque lo vivieron, que mintió, cómo es posible que hagan silencio ante una cobarde convocatoria para justificar el horror de la dictadura.
Hay que llegar a la inconsolable realidad de que si son incapaces de defenderse a sí mismos, qué se puede dejar para los demás. Si son capaces de mentirse a sí mismos, de sacrificar sus honores para no contradecir al gobierno, cómo entonces no aceptarles que sean capaces de pedir –oficina por oficina, puerta por puerta, teléfono por teléfono, con esa “voluntariedad” que nos acostumbraron en cada tarea masiva del Partido Comunista– firmantes para confeccionar aquella lista, donde muchos ni siquiera habían escuchado hablar de mí.
Por suerte, en mi admirado género femenino, hay mujeres como las Damas de Blanco que lavan la honra de muchas.
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión Unidad de Guardafronteras. La Habana. Febrero de 2015.
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