Lo urgentes es fraguar una alternativa a la derecha que fomentó la desigualdad. El conservadurismo dominante suele refugiarse en el utilitarismo y apelar al sentido común como si de una doctrina se tratara. "El mundo es como es", sentencia mientras esboza una situación caótica para después inducir a la parálisis mediante un condescendiente "¡No está el horno para bollos!". En otras ocasiones gusta del tono paternal para advertir de los riesgos: "¿Sabes el suelo que pisas?". Y cuando la cosa se complica, recurre al miedo. Es lo que hace ahora, cuando la izquierda puede presentar alternativa a la derecha. Cuatro años de un Gobierno indecente, al servicio de la banca y desamparo de los de los ciudadanos, son suficientes para construir una alternativa. No se entendería que la izquierda no lo intentara, no lo hiciera.
En mano de los partidos está la necesaria unidad contra el paro y la precariedad o la sustitución de la legislación aprobada en materia laboral y educativa. La configuración del Congreso posibilita un frente para erradicar la pobreza infantil y la energética, para garantizar el derecho a la vivienda y el acceso universal a la sanidad. También, para impulsar la investigación científica, detener el proceso de privatización de los servicios públicos y abordar una reforma fiscal para que el "Hacienda somos todos" no quede circunscrito al ámbito de la publicidad. El electorado ha posibilitado éstas y otras medidas igualmente necesarias, Cataluña, por ejemplo, o las referidas a la transparencia e higiene democrática. Ahora todo está en el tejado de la izquierda.
Si, como tanto se airea, llegó la nueva política, lo sabremos con el paso del tiempo; cuando la teatralización deje paso a la política. De momento, con el inicio de la legislatura, lo que se observa es el panorama de siempre con un ejército de analistas y paleopolíticos dispuestos a reincidir en vicios antiguos, regresar a los ecos de sociedad y a la descalificación por las pintas. Ya sabes, si no vistes, peinas o esnifas sus polvos, eres una basura maloliente y piojosa.
La caverna pierde los nervios cuando un grupo de ciudadanos, al ser elegidos diputados, deciden no amoldarse a los usos y costumbres de la ortodoxia más tradicional. Ellos, se creen investidos de alguna cualidad extraordinaria para certificar qué gente es de fiar y cual no, bajo el criterio de su aspecto exterior. Si entre los diputados hay uno de chaqueta y corbata que está siendo investigado por trapicheos varios, le resulta poco importante; si vuelve a nombrarse vicepresidenta a la señora Villalobos como signo de renovación o si la Audiencia de Madrid ordena investigar al PP por destrucción de pruebas, resulta irrelevante. La polémica está en las rastas o en las fórmulas alternativas al prometer el cargo.
Corresponde a la izquierda formar un gobierno para los ciudadanos; colocar a este en el centro del debate político. Sería deseable que los cálculos electorales, las presiones y las ataduras, no lo impidieran; sería deseable que la nueva política tenga más de representación democrática que de representación escénica. Como la pelota está en el tejado de la izquierda, solo cabe esperar que no tengamos que exclamar decepcionados el viejo lamento de "no era esto, no era esto".
Es lunes, escucho a Nat Birchall Quintet:
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