En La noche de los dones -magistral revisita de Borges a la campaña bonaerense, al corazón de las pampas, tierra de héroes populares y gauchos matreros, de luchas a facón limpio bajo el claro de luna-, el narrador (y protagonista involuntario de un legendario acontecimiento en la tradición gauchesca y en el romanticismo hispanoamericano), en aquel entonces un niño próximo a cumplir trece años, se asombra con la historia de una muchacha a la que llamaban la Cautiva. Cuando me trajeron de Catamarca yo era muy chica. Qué iba yo a saber de malones. En la estancia ni los mentaban de miedo. Como un secreto, me fui enterando que los indios podían caer como una nube y matar a la gente y robarse los animales. A las mujeres las llevaban a Tierra Adentro y les hacían de todo. [...] Fue como si los trajera el pampero. Yo vi una flor de cardo en una zanja y soñé con los indios. A la madrugada ocurrió. Los animales lo supieron antes que los cristianos, como en los temblores de tierra. La hacienda estaba desasosegada y por el aire iban y venían las aves.
Debo confesar que "La vuelta del malón" me transporta automáticamente al referido cuento de Borges, a esa noche de 1874, y a un territorio que conozco, pero que está muy lejos de ser el que era a mediados del siglo XIX. Siento que, en los rostros de esos indios, curtidos por la intemperie y la batalla, en los desorbitados ojos de los caballos, avanzando a todo galope por el pantano, en las lanzas que empuñan esos salvajes, elevándose sobre el gris horizonte de la pampa tormentosa, en los despojos de una capilla profanada, exhibidos como trofeos de una guerra desigual, en la resignación de la mujer blanca semidesnuda, presa de esa desenfrenada carrera hacia las tolderías, en todo eso, y en la zigzagueante panorámica del malón en su pico de euforia, se condensa una de las imágenes fundantes del imaginario popular argentino. Será por eso que esta pintura de 1892 ha quedado fijada, en mi memoria emotiva, como la cabal representación visual de la vieja disyuntiva que provocó un reguero de sangre en la inhóspita geografía de las pampas: civilización o barbarie.
Cuando Ángel Della Valle imaginó este magnífico óleo de casi tres metros por dos -que se puede apreciar en el Museo Nacional de Bellas Artes, enclavado en uno de los puntos más hermosos de Buenos Aires-, el flagelo de los malones no era sino un mal recuerdo, cercano, pero definitivamente aniquilado. La pintura fue exhibida en el pabellón argentino de la Feria de Chicago, y no debe sorprender en lo más mínimo la temática si se tiene en cuenta que por aquellos tiempos se prolongaban los festejos por un nuevo aniversario de la llegada de Colón a América (mal llamado Descubrimiento de América), definitivo hito civilizador en la historia del continente. La fe en el positivismo imperante, la urgencia de expansión territorial, el afán de progreso y desarrollo ilimitado, la necesidad de preservar las blancas instituciones importadas de la mejor tradición francesa, sirvieron para justificar lo que en Argentina se conoció como la Conquista del Desierto, "el quitamiento de las tierras a la raza estéril que las ocupaba", o, lisa y llanamente, el genocidio de los pueblos originarios.
José Pablo Feinmann lo sintetiza a la perfección cuando elucida: La civilización ejerce la violencia en nombre de valores que se proponen como constructivos. La violencia de la civilización no se piensa a sí misma como nihilista. Siempre está por construir un mundo. Y la construcción de ese mundo implica el aniquilamiento de los diferentes.
Y, al contemplar una vez más la galopada indómita hacia la oscuridad de las pampas, hasta puedo percibir los alaridos tribales, el olor inconfundible del ganado aunado con la humedad del ambiente, el repiqueteo advenedizo de la tropilla y la polvareda convertida en un manto de advertencia para quien no tuviera sangre india. Intuyo que, como al parque Lezama en el que Sabato ubicó algunos de los pasajes más bellos de Sobre héroes y tumbas, siempre he de volver al primer piso de este museo, para encontrarme de frente con el malón, la cautiva y esa fuga desesperada hacia ninguna parte, hacia todas partes.
Fuck!
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