Edición: Errata naturae, 2013 Páginas: 176 ISBN: 9788415217190 Precio: 16,90 €
Torre de la televisión, Berlín.
¿Se puede sentir fascinación por un escritor sin haber leído su obra? Yo la he sentido por Brigitte Reimann (Burg, 1933 – Berlín Este, 1973), una autora que vivió en la República Democrática Alemana y tuvo una existencia intensa, marcada por cuatro matrimonios, un intento de suicidio y una prematura muerte de cáncer a los treinta y nueve años. En la ciudad del mañana recopila una parte de su correspondencia (desde 1963 hasta su muerte) con Hermann Henselmann (Roßla, 1905 – Berlín, 1995), uno de los arquitectos más importantes de la RDA, conocido por construcciones como la Torre de la televisión de Berlín, los edificios de la Avenida Stalin (ahora Karl-Marx-Allee) y la Casa del Profesor. Los dos eran grandes desconocidos para mí, pero la lectura de sus cartas —y de artículos, fragmentos de diarios y otras misivas de Reimann que se incluyen en el libro— me ha cautivado tanto que tengo la firme intención de buscar Los hermanos (1963), la única novela de esta autora que se ha traducido al castellano y que es, además, la que marcó el inicio de su amistad con Henselmann, dado que él le escribió por primera vez para transmitirle su entusiasmo por la obra. Una correspondencia crítica Tanto Reimann como Henselmann son dos intelectuales que reflexionan de forma crítica sobre literatura, arquitectura, política y la vida en general. El hecho de tener profesiones diferentes no les resta capacidad de análisis cuando no se refieren a su especialidad, porque ella está interesada en la arquitectura para definir a la protagonista de la novela que está escribiendo —Franziska Linkerhand, obra que dejó inacabada y que fue publicada en 1974— y él es un hombre muy leído, de quien la propia Reimann dice que no es menos escritor que ella y los demás autores profesionales. En la ciudad del mañana es, por lo tanto, una correspondencia que nos acerca al pensamiento de dos personas de inteligencia indudable en el marco de la RDA, sin la rigidez del academicismo y con la pasión que derrocha el estilo epistolar.Es usted, me parece, tan escritor como cualquiera de nosotros, y si hay una palabra que lo diferencia de los profesionales, no es, desde luego, la palabra diletante, sino más bien amateur, que implica un amor de entendido […] que no escribe él mismo pero hace de mediador e instigador para escritores. Usted siente los libros, no puedo expresarlo de otro modo. B. R., pág. 87.
Karl-Marx-Allee.
Teniendo en cuenta las particularidades del contexto histórico, un tema ineludible entre ellos es la relación de los artistas con el partido. Como es bien sabido, el periodo de la RDA fue de esplendor en la creación artística, pero se exigía a los autores que se posicionaran favorables al sistema; de lo contrario, se les apartaba duramente (resulta inevitable acordarse de la película La vida de los otros al leer estas páginas). En este sentido, la postura de los protagonistas era muy diferente: mientras que Henselmann correspondía al prototipo de triunfador fiel al partido, Reimann estuvo años sin publicar y se cuestionó mucho más su fidelidad al régimen; en las cartas clama que le gustaría poder escribir de forma más independiente. Los dos debaten sobre el tema con la sensatez de los sabios que saben escuchar al otro y argumentar sus ideas sin caer en el enfrentamiento, una situación tan alejada de la cultura de la inmediatez y los lugares comunes de las discusiones públicas de hoy en día que no he podido evitar admirar (y envidiar) a ambos por razonar de forma tan meditada y lúcida, sin tratar de imponerse.
Tengo la impresión de que mi relación con el partido es, por momentos, la de un adolescente con un padre estricto contra el que se vive en permanente rebeldía, que todo lo sabe mejor […], una le hace jugarretas para sacarle la lengua a sus espaldas y a la vez espera todo el tiempo que le dé una palmadita amable en el cogote por el trabajo bien hecho y le diga: eso lo has hecho bien… B. R., pág. 132.
En relación con la literatura, En la ciudad del mañana también es un testimonio de alto valor sobre las dudas de una escritora durante el proceso creativo. Reimann, pese a ser una mujer brillante (o precisamente por eso), se muestra insegura con frecuencia, le da miedo decepcionar a Henselmann con su próxima novela, tarda años en decidir cómo enfocará la obra y se siente frustrada cuando pasa años sin publicar. En cierto momento ella se refiere al asunto como el problema de tener más ambición que talento, pero yo no creo que ese sea su caso; las grandes obras requieren tiempo, dedicación y una autocrítica constante, una fase en la que resulta complicado no pasar por momentos de debilidad, de replantearse las cosas. Las reflexiones sobre la creación literaria están acompañadas de un rico intercambio sobre obras ya publicadas, con abundantes referencias a autores —muchos de ellos alemanes desconocidos en España, aunque también se habla de figuras como Stendhal, Goethe, Semprún o Mann—; en definitiva, un verdadero intercambio entre humanistas que saben explotar el jugo de sus lecturas. A propósito del tema, Reimann fue contemporánea y amiga de Christa Wolf, y el libro incluye una carta dirigida a ella.
[…] escribe sobre la invención de personajes. Pero ¿puede hablarse realmente de «invención» cuando no hay nada en nosotros que no hayamos tomado de fuera? Me llama la atención que el más imaginativo de los utopistas [Thomas Mann] no sea capaz de inventar alienígenas chocantes de verdad; ya pueden tener la apariencia más extravagante, con cinco pies y orejas de antena, que siempre resultan «conocidos», recompuestos a partir de cosas que hay aquí en la tierra. B. R., pág. 95.
Casa del Profesor.
El otro gran asunto que abordan es la arquitectura. No hablan de materiales, piezas y diseño —así que no hace falta tener conocimientos previos para seguir el hilo—, sino que conversan sobre el papel de la construcción en un momento de cambios en la ciudad y el modo en el que el urbanismo influye en el ánimo de la gente. Reimann establece un paralelismo entre arquitectura y literatura, puesto que en ambas existe una vertiente artística y otra de tipo funcional, pensada para cubrir unas necesidades, no para crear belleza. Tal vez son cuestiones que por la distancia física y temporal nos resultan un poco ajenas, pero merece la pena descubrirlas para aprender a mirar la ciudad de otra manera. Además, esto se enlaza con la educación de los estudiantes universitarios —a los que Henselmann imparte clases—; en concreto, hablan de la dificultad de potenciar el talento individual en un ambiente más bien orientado a formar personas de forma rígida y sistemática, un tema que sigue vigente e incluso se ha acentuado.
Me parece que [la arquitectura] contribuye a conformar el alma en la misma medida que la literatura y la pintura, la música, la filosofía, y la automatización. B. R., pág. 18.
El lado personal
Podría terminar la reseña aquí y dejar que el lector piense en este libro como un documento interesante para conocer las ideas de dos intelectuales de la RDA. Sin embargo, En la ciudad del mañana es mucho más que eso, porque si algo bueno tienen las cartas respecto a los ámbitos académico y periodístico es su lado personal, la libertad para dar rienda suelta a cavilaciones y sentimientos. Por eso, antes que un debate humanístico, En la ciudad del mañana es la prueba de una amistad entre una mujer de vida poco convencional y un hombre triunfador que a simple vista tiene poco que ver con ella. En este punto hay que aclarar que enseguida se conocieron en persona, cogieron confianza y, por lo tanto, su relación fue mucho más rica que lo que muestran las cartas —que ni siquiera se recogen todas, aunque esta selección es más que suficiente para maravillarse—.
Tengo que confesarle que ni siquiera me remuerde la conciencia por no haberle escrito en tanto tiempo. A algunos todavía les escribo, cosas educadas, amables, también reflexivas, pero tan de pasada y con la mano izquierda… Con usted siempre me he entregado a fondo, y no quiero mandarle ahora una carta que oculte determinadas circunstancias, ideas, emociones, sólo porque no sean comunicables… B. R., pág. 82.
Jen-Tower.
En general, Reimann se muestra mucho más apasionada y transparente que Henselmann, quizá por su juventud, por su personalidad desbordante o porque sus circunstancias fueron más proclives a ello —su enfermedad, que deja una recta final amarga, con la autora consumida por los dolores, luchando por terminar su Franziska Linkerhand; y pequeños detalles como desear salud en primer lugar desde que enfermó por primera vez—; de todas formas, también hay que señalar que a medida que se avanza hay muchas más cartas de ella, por no hablar de los fragmentos de su diario, así que es probable que esta sensación se vea potenciada por esto. Él, en cambio, en algunos momentos adopta un papel más paternalista, aunque cuando se trata de debatir se respetan como iguales. Quizá lo más llamativo de la obra es la sinceridad de Reimann en su diario al confesar que en ocasiones se siente decepcionada por algunas posturas de Henselmann, sin dejar de apreciarlo por ello. Estas notas hacen aún más real este testimonio, porque demuestran que los verdaderos amigos son aquellos que se quieren a pesar de sus diferencias.
Creo también que la mayoría de nosotros muestra una disposición tan fuerte como tímida a amar y a adorar. Pero frente a lo absoluto, a lo perfecto o aparentemente perfecto, somos escépticos, pese a que, para nuestros amigos y nuestros modelos escogidos, no deseamos otra cosa que la perfección. B. R., pág. 132.
En contraste con su facilidad para expresar inquietudes y pensamientos, Reimann y Henselmann apenas hablan de sus vidas personales, solo se comentan de pasada (él, casado y con muchos hijos; ella, tres compañeros distintos a lo largo de esta década, sin hijos). Esto me impide poder decir que los conocemos en profundidad, pero, en cualquier caso, sí que descubrimos una parte importante de ellos: su mente activa, incansable, su brillantez y su talento, su forma de ver el mundo, su lado humano cuando se ayudan. En el libro no hay ni una gota de sentimentalismo; lo que encontramos es realidad pura, un ejercicio de reflexión y fuerza que lleva bien el paso del tiempo y sigue resultando de lo más estimulante.
Todo un descubrimiento
Hermann Henselmann.
En la ciudad del mañana en conjunto me ha entusiasmado, pero sobre todo me ha seducido Reimann, una escritora de quien no pongo en duda el talento pese a no haber leído (todavía) sus publicaciones literarias. En algunos momentos uno se para a pensar en la necesidad de ciertas recuperaciones (¿rescatan una obra porque realmente merece la pena o porque esta práctica es una especie de tendencia en la edición independiente?); no obstante, en este caso su interés me parece incuestionable, no solo por su calidad, sino porque la lectura inspira una reflexión sobre el género epistolar —tan olvidado hoy en día— y, en particular, aquello en lo que las cartas superan a Internet —escritos más meditados y profundos; la inmediatez del correo electrónico y las redes nos dan una cercanía que a menudo se carga el trabajo de planificación obligada del redactado convencional—. También sobre la necesidad de debates como los de Reimann y Henselmann en la actualidad, porque, aunque las circunstancias sean diferentes, siempre quedan asuntos por discutir y el pensamiento humanístico puede (y debe) encontrar los espacios adecuados para hacer aportaciones útiles.Brigitte Reimann.
En conclusión, En la ciudad del mañana nos presenta una selección impecable de cartas y otros documentos que son una muestra del pensamiento crítico en el marco de la RDA y del ímpetu de una escritora por su trabajo. La edición, prologada, traducida y anotada por Ibon Zubiaur, me parece impecable en todos los aspectos; Errata naturaeestá siendo mi otro gran descubrimiento del año por sus apuestas arriesgadas y sus cuidadas ediciones. Este libro ofrece mucho más que el testimonio de una época; es una lectura apasionante, brutal, inmensa, excepcional, altamente recomendable para lectores de mente inquieta, interesados en las humanidades, la historia del siglo XX, la reflexión crítica y, por supuesto, la buena literatura.Nota: acompaño la reseña de fotografías de algunos de los edificios más emblemáticos de Henselmann.