Cerca de la orilla deambulan los personajes de
Tiempo de silencio. Son fantasmas venidos a menos, pero todavía violentos. No conviene asustarles ni demostrar miedo. Uno debe aparentar que está allí por derecho y que nada le importa.Nos sentamos en el salón de los pinos, sobre el suelo terroso, recostados en el delgado tronco, a la espera de que llegue la hora del lamentoCuando la noche se cierra comienza el triste el mugir de las reses que fueron sacrificadas en otro tiempo. Uno piensa en la tristeza animal y en tristeza humana. Se mezclan los silencios, los sonidos de allí y de aquí, de ellos y de nosotros. La confusión nos alcanza. Desearíamos ser árbol, piedra u objeto inerte, y ocultos tras la máscara de la serenidad, hacemos esfuerzos por entender las conversaciones que se mantienen cerca de nosotros. Conocemos las palabras pero no alcanzamos a entender el significado de las frases, porque es un discurso pronunciado por sombras y nosotros somos cuerpo, simples testigos que no pueden influir en la trama soñada. En la otra orilla se extiende un laberinto iluminado. Si uno lo mira fijamente, se despierta. Entonces la imagen de la ciudad se hace borrosa y escapa entre las pestañas, y con ella, los personajes de Martín Santos, los animales del matadero y nuestro propio miedo. Y solo nos queda una lágrima.