Revista Cultura y Ocio

En la periferia

Por Calvodemora
Se ha perdido la lentitud, se la está apartando, ha quedado como anomalía, sin que su presencia se tenga por buena para nada o sin que se la busque. El vértigo lo está ocupando todo. Interesa más correr que andar, se fomenta más la idea de que la velocidad es la única vía para aprovisionarse de todo lo que la sociedad ofrece. De premiarse la lentitud, el mundo se vendría abajo, el mercado se colapsaría. Es cosa de los mercados, por supuesto. Las prisas son buenas porque eluden el acto de pensar. La propia concepción de la red hace que rehusemos la morosidad. Un vínculo me conduce a otro. La dispersión es la norma de la casa. No estoy en un lugar, estoy en todos. No interesa que me acuartele en uno y lo explore y me satisfaga: es mejor que picotee en cien y deje rastro en todos ellos, haciendo ver a los demás que estuve allí y disfruté (o no) la visita. Tampoco interesa la felicidad por la travesía. No es importante que paladee el trayecto: basta con que lo recorra y algún algoritmo inefable lo registre. El mundo es de los algoritmos, de los indexadores y de las estadísticas. Se vive para engordarlas. La información no es el tesoro, sino la estadística. En el fondo, adoramos la lentitud. Se tiene de ella la idea romántica de que es buena y conforta o alivia. Se posee esa imagen porque la velocidad nos hiere y nadie quiere ser herido. Anoche, al sentarme en casa, en mi sillón favorita y abrir mi libro (Cicatriz, Sara Mesa, en este caso, acabándolo ya) pensé en que la lectura no tiene nada que ver con el mundo que nos rodea. En el libro de Sara, en Cicatriz, Sonia recibe cientos de libros. Se los envía Knut, al que nunca ha visto. Se conocieron en un chat en internet. Quedaron en que él se los mandaría sin un pago a cambio. No querría una relación amorosa; tampoco la amistad al uso, la de quedar en un bar, tomar un café y pasear los parques. Se limitaría a que ella los leyese y después contestara las preguntas de Knut. Una cosa cultural, fría y cultural. Knut roba los libros. Lo hace de un modo eficiente. Tiene sus trucos. Hay muchos knuts en el mundo. Knuts y sonias. Gente violenta y gente violentada. Sin que ninguno considere que está violentando o siendo violentado. Gente que se cuelga de un modo de entender la vida. La de los libros, la del cine, la de las series televisivas. Gente que se ofrece sin que nadie pida que lo haga. Gente de inclinaciones exhibicionistas. Se ha alcanzado el acuerdo (tácito) de que todo es materia pública. No hay nada relevante o irrelevante: a todo se le puede extraer un significado. Seguro que alguien aprecia lo que otros desprecian. Es una sociedad pensada para la repetición o para el bucle. Vi una página en la que alguien se fotografiaba a diario. Llevaba haciéndolo años. Se advertían los destrozos del tiempo, las veleidades de la moda, las inclemencias del ánimo. Otros publican en las redes qué hacen o dejan de hacer. Como no es posible procesar tanta información, y tan diversa y de tan variado pelaje, se consume a dentelladas, se mira, se deja uno querer por la apariencia y no arrima voluntad alguna a ahondar en ella, a considerarla más respetuosamente. Es el respeto al producto lo que se ha perdido. Se tiene a mano tanto que ver y que escuchar y que leer (por citar tres destrezas) que difícilmente podemos elegir a conciencia. Incluso se gasta el tiempo del que se dispone eligiendo. Como el que roba libros y los regala. Como el que los compra y no los lee. Se vive en la periferia. 

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