Hace apenas unos días que llevo pensando en un acontecimiento que se dio en torno a un gimnasio y posteriormente en un hospital. Un movimiento en falso y la vida parece que se empieza a torcer. Un leve movimiento y los planes parecen que se trunquen. Un tonto movimiento y las alarmas del pasado comienzan a sonar. Un movimiento que podría no haber sucedido porque no estaba en la rutina, pero ese día sucedió. Así. Sucedió. Sin poder pensar, ser consciente ni impedirlo. Aunque se reciben tantas ayudas por todas partes que sólo queda a uno aceptar, pedir, dejarse hacer, conocerse ahí. Hay una parte que quiere hacer por sí mismo, ser autónomo, valerse, verse bien y no tan mal. Hay como cierta prisa por pasar el mal trago y poder volver a la normalidad. ¿Por qué? Si no es tan malo ni tan dramático. Pero todo sale bien. Todo sale como tiene que salir. Sólo toca aceptar la pura realidad junto con los hechos que se suceden después y responder a las miles de preguntas que se empiezan a amontonar en la cabeza. ¡Y fue tan sólo cuestión de un segundo! Ese movimiento trajo desestabilidad. Y miedos. Mucho miedo.
De volver a pasar por lo mismo otra vez, pero en diferente rodilla. De volver a ser dependiente como la vez de la caída del caballo, pero con otras personas. De volver a notar la fragilidad del cuerpo y de la vida, pero en un entorno cambiado. De volver una y otra vez a la vulnerabilidad. De volver, siempre volver, a aprender algo tras lo vivido. De volver, ¿hasta cuándo? Y siempre se repite la misma pregunta en cada suceso de ruptura interna o externa: ¿cuándo será la última vez? Los miedos se disipan cuando se viven en compañía y así se ha hecho experiencia en cada movimiento en falso vivido. El dolor está ahí, nadie te lo quita, pero el hecho de saberse acompañado en ese dolor marca la diferencia de la vivencia. Solos, el dolor (emocional) se intensifica. Acompañados, el dolor (físico y emocional) parece que pasen a un segundo plano. Ya desde el mismo gimnasio hasta llegar al hospital se dieron un sinfín de atenciones por parte de rostros que ya son familiares. Cuántos pequeños detalles se suceden que no pasan desapercibidos para quien sufre. Entonces sin poderlo frenar sale un gracias con una mirada, otro con una sonrisa, otro con un abrazo y otro que permanece en el corazón.
Llegados a la sala de espera toca la parte más dura. ¿Por qué?
La sala de espera, ¿de qué? Estando ahí a uno le sobreviene esta pregunta: ¿qué espero en estas cuatro paredes? Y, después, toca el turno a la trascendencia ya que es un hospital y se conoce lo que ocurre en él. ¿Es una espera desde la esperanza? Entonces las respuestas empiezan a venir: quizá se esperen no tan buenas noticias o resultados adversos. Quizá sea una espera angustiosa, con miedo, solitaria, abrumadora. Quizá se espere aburrido haciendo scrolling en las redes sociales prestando atención hasta el más mínimo detalle que no tiene nada de importante, pero ahí está para no mirar la realidad que se tiene delante. Quizá sea una espera rutinaria que ya se conoce y no tiene relevancia alguna. En cualquiera de los casos estas respuestas posibles ponen de relieve que la sala de espera es un lugar donde poder observar la vida, y hacerlo desde la perspectiva que otorga un hospital. Da para mucho. Esta perspectiva esconde una belleza poco común. ¿Pero la belleza está en un sitio como ese? Sí, cuando las cosas son lo que son. Cuando las circunstancias se viven como naturalmente piden ser vividas. Cuando el servicio por la vida está en el orden del día. Aun el dolor, la tragedia y los contratiempos, la belleza de la vida está en todos ellos.
En la sala de espera un chico se desmaya tras ponerle una nueva medicación. Todos alrededor, los enfermeros que van y vienen de los diferentes pasillos observan la escena, la médico lo tiene todo controlado, pero sus acompañantes tienen caras de preocupación. Y el resto de personas se pregunta qué habrá pasado, si se recuperará, observa cada movimiento y espera. Espera su recuperación. Algunos rezan para sus adentros. Al poco vuelve a la vida. Un susto vivido y vencido en compañía. En la sala de espera se puede ver el ir y venir de los médicos, doctores y enfermeros que hacen kilómetros y kilómetros en sus jornadas laborales. Uno fija la mirada en el calzado y son todo zapatillas cómodas para tanto caminar, para poder permanecer, para dar siempre un paso más. Son inagotables (pero se cansan, es duro el hospital). En la sala de espera se dan muchas emociones que a veces se desbordan. Unas veces de buenas maneras y otras tantas de no tan buenas maneras. La parte emocional en un entorno como es el del hospital cuesta controlarla. La vida pega fuerte unas veces y no se está preparado para acogerlo. Entonces algo dentro de las personas explota y necesita ser expresado: con rabia, con enfados, con gritos, con faltas de respeto, con un sinfín de gestos y palabras que no invitan a la esperanza. ¿Qué hacer? Acoger ese dolor y acompañarlo. Un día tras otro. Qué labor la de quien trabaje en un hospital y en cualquier ambiente sanitario.
Durante la espera en aquella sala también se puede percibir cierta paradoja en quienes acompañan al herido y quienes están heridos. Y no sólo en una sala de espera también en la vida misma. ¿Qué paradoja? La de que los que están bien vivan en la queja y los que están mal miren a los que están bien y anhelen estar como ellos. Es sutil, pero se percibe. ¿Qué se puede hacer? Vivir en la gratitud. La queja disminuiría si se pudiera mirar con esperanza a las cosas y situaciones que suceden en la vida. El anhelo que no nace de uno mismo desaparecería si se pudiera agradecer cada pequeño acontecimiento que se vive y pone el acento en lo que uno es, puede vivir o anhele desde su interior. Observar hace que se pueda mirar hacia dentro. Observar pone en funcionamiento preguntas acerca de la vida de cada uno. Observar permite conocer la realidad que se vive y con la que se tiene que convivir. Observar lleva implícito pararse y una lesión tras un movimiento en falso viene a decir "observa". Y aquí cada cual sabrá a qué circunstancia tiene que prestar atención.
En la sala de espera ocurren muchas cosas, tantas como curiosidades y anécdotas. Curiosidades como escuchar por el altavoz de recepción que llamaran a una tal Blancanieves para pasar al box 5. Anécdotas como entablar conversación con una señora y caerle tan bien que lanzara una invitación a su casa de Potes. Pero lo que ocurre en todas las salas de espera, en cada una de ellas es... mucha vida.