Revista Cultura y Ocio

En la Semana Santa española

Por Revistaletralibre
En la Semana Santa española
Por María José Fernández Sánchez, periodista
En la Semana Santa española sus calles huelen a canela, a azahar, a miel, a albahaca; a nuestros típicos dulces: buñuelos, pestiños, huesos de santos, etc.  Los campos están preñados de verdor y de aromas celestes. En su noche oscura la Semana Santa huele a misterio, a dolor, a cera delirante, a Pasión derramada  de un costalero descalzo y sombrío que carga el paso de Jesús del Gran Poder.
Un suspiro rotundo, unísono, se escucha al  detenerse  en la noche doliente, caminando hacia el Calvario de algún rincón de nuestra península: es una saeta que ha clavando su daga en nuestro Redentor; y es cuando los ojos de los fieles buscan el fulgor que proyecta el paso del Cristo Nazareno.
   PASIÓN DERRAMADA
   Si  pudiera detener                    al Cristo de los Faroles,   su sangre de girasoles,                    a cambio de comprender...            
   A ver si pudiera ser.
   Y sentiría, tal vez,
   el Cristo de mis amores,    lo chico de mi querer,   a cambio de padecer... 
   A ver si pudiera ser.
  Yo le lanzaría flores  al volcán de sus dolores:  así yo pudiera ver  ¡lo Grande que es renacer!       
  ¡A ver si pudiera ser!
Al terminar la saeta enamorada el paso se levanta con brío y parece besar los faroles de la noche...
Por unos minutos serpentea ondulante por las calles a cuestas, con sus cirios lucientes, el Redentor de rojo florido. El Cristo llagado, majestuoso, va en medio de los hombres conquistando la pena en un transito pausado: a ver si pudiera ser.../  que el hombre pueda entender.../   Si el hombre pudiera entender, bien seguro que el mundo sería diferente; pero, el Cristo, se posa de nuevo a tierra (ahora es su costalero el que rinde súplica), hasta el punto que se para la marcha procesional y se hace un cambio.   
Los pies del costalero están llagados en la noche (porque al ir descalzo se ha clavado un hierro en uno de los pies y en el otro sufre una importante quemadura): ¡Ay, qué pobre costalero./ Si tus pies no están enteros/  en la noche nazarena,/ libera pronto tu pena/o busca a la Macarena...  
Sale del paso y se apoya en una ventana para sobreponerse. En un instante, el costalero, se ha quedado helado en la noche cuajada de tristeza y de fría humedad doliente. Es entonces cuando se da cuenta que detrás va la Madre de Cristo Nazareno...   
...y ve pasar el paso de María Stma en su Soledad, en su Amargura, en su Piedad..., siempre con su Cruz moral a cuesta (en cualquier caso es María, Madre de Dios y Madre nuestra) y le implora consuelo cuando la tiene muy cerca; él se ve como un mendigo espiritual que transita descorazonado y vacilante, al no poder transportar el paso del Cristo Nazareno... La Virgen mira un instante al costalero, con Amor Infinito y le contesta: El alma es como manantial divino/cuanto más se vacía, más colmada queda. 
El costalero ha quedado enmudecido, anonadado, no da crédito a lo que ha sentido: “sin duda es Ella la que ha colmado mi alma con Su Júbilo Fervoroso...” Después se reclinó sobre tierra para ofrecer una oración a María Stma de los Dolores”, mientras pasaba su comitiva.    
  PETICIÓN GLORIOSA 
  Madre Candorosa:  recibo de tus manos la alegría;  soy el volcán de un puro desconsuelo   pues, trasformas mi alma, vida mía. 
  Madre Primorosa:  derrama en mi pecho en Tu valía;  convierte mi zozobra en templanza:  da fuerzas a tu siervo día a día. 
  Madre Altísima, Serenísima... la                                               ¡admirada!,  concédeme la gracia proclamada:  Ten piedad... por mi ansias derramadas. 
Por un momento el costalero ha quedado reconfortado. La noche apremia en su creciente júbilo y desea cuanto antes alcanzar la comitiva de Cristo Nazareno para intentar volver a llevar el paso, si le dejan; sin embargo, una persona intercepta su camino: es un pobre diablo que, con la Semana Santa, andaba todo el día ebrio, padece de corazón y se ahoga. En la calle escucha a alguien que dice: “Hay que llevarlo al hospital, este hombre se muere”. Como nadie lo atiende, y el publico sólo está pendiente al acto procesional, al costalero no le queda más remedio que cargarlo sobre sus hombros y sacarlo del gentío, como un cuerpo muerto, para llevarlo en su coche al hospital.  
Por el camino es consciente de que se está perdiendo el acto, mientras mira al enfermo de soslayo como va recobrando la consciencia; y en ese crítico momento que vuelve en sí, le comenta en estado ebrio: “¡Eh!, nazareno, ya no es hora de disfraces, la función se ha acabado; a ver si nos quitamos el capirucho y nos conocemos”. 
Con el capirote en la mano, el que fue nazareno, vuelve a casa a altas horas de la noche, a la salida del hospital; ahora es un hombre tranquilo, callado y pensativo... Por el camino va mirando al cielo, mientras  comprueba que, la noche oscura, se ha quedado convertida en una preciosa noche lunar, con estrellas. Al pasar por el Convento de las Descalzas, siente como una dulce voz le habla: “Hijo mío, antes de acostarte procura lavarte bien los pies”. 
En ese momento el costalero se acuerda de sus heridas. Se  mira un instante y comprueba que tiene sangre reseca en unos pies completamente sanos... y en la voz cree reconocer a una dolorosa: la Virgen de la Amargura. Entonces, el que fue costalero por unas horas, bendice al cielo y recita con embelesada devoción: Costalero, costalero,/ si tus pies no están enteros/  en la noche nazarena,/ libera pronto tu pena;/ reza a esa Virgen... ¡tan buena!

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