Por Nuria de Espinosa
Desde aquella alborada en la que no descansó,sintió que el reloj avanzaba rápido y veloz.En un instante, el segundero logró detenerse junto a su esfera, sin pábulo y sin conciencia.El día se encalló entre la arena de la nostalgia, y el agua de la tristeza lo inundó todopoco a poco. Sintió el cansancio agotador de las horas yermas obligándole a caminar con escasas fuerzas que limitaban sus días de añoranza y tristeza.
Llegó el amanecer y después apareció entre lucesy envuelto en los brazos de la noche el oscuro crepúsculocon el cielo gris y una hermosa luna en cabestrillo.
Pero solo fueron escenas de un anciano díaque se encontraba envejecido por el paso del tiempo, que afligía su memoria.
Escuchó las campas, campas lejanas, plañideras, en la lejanía de una noche sombría ysintió la caricia de las sábanas en su mejilla, y como una niña, Lloró de tristeza y apatía, por un mundo que no reconocía.