El 15-M, camino Bruselas (Foto: Kai Försterling - Efe)
Las revoluciones sociales nacen mientras el sistema establecido empieza a morir, en ese tiempo de descuento en el que todavía lucha por sobrevivir, aunque sea de prestado. Se le llama regeneración. Porque cuando todo iba bien, nadie daba la importancia que se merecían sus derechos, que ahí estaban, listos para consumir una vez satisfechas las necesidades basicas y cuando se saboreaban los caramelos envenenados que nos daba la bruja del bosque, el mismo que no nos dejaba ver los arboles.
Nada mejor que una crisis que haga saltar por los aires ese puzzle inacabado que fue el estado del bienestar. Qué cerca estuvimos… Pero vinieron los recortes, ese relleno amargo que se ocultaba bajo la capa dulce del caramelo, y se multiplicó la injusticia, ya que la amargura se está cebando en unos muchos con menos poder adquisitivo, mientras que los pocos de siempre siguen disfrutando del dulce caramelo.
El 15-M vuelve a evidenciar una ley incontestable de la física: que el movimiento se demuestra andando. Y así lo hacen: hasta Bruselas, donde tienen previsto llegar el 8 de octubre. Por el camino, se iran uniendo otros afluentes de indignados para, finalmente, llegar hechos un río caudaloso hasta el corazón de este mar espeso en que se ha convertido la UE. ¿Y por qué no van en avión?, podría preguntar un espíritu práctico. La respuesta es obvia. El 15M apuesta por el camino como medio para crecer, por la tranquilidad del paseo, por mantener los pies en la tierra y por ese sencillo ejercicio que consiste en no dar un paso hasta que se ha dado el anterior, que es la esencia de la coherencia. Llegará en forma así este movimiento del 15M al corazón de la Europa política, poniendo en evidencia la grasa acumulada por el aparato comunitario. El 15-M nos ha dado mucho. Algo muy importante ha sido la ilusión, que se había quedado perdida en el último dato del paro, magullada bajo una porra en una ejecución hipotecaria y mareada de vértigo tras la última subida de la prima de riesgo. Es hora de devolverles el favor: con apoyo, con comida, con agua allá por donde pasen, con un aplauso, una sonrisa para que no se sientan solos en ese largo camino que les espera hacia un lugar que nos queda cada vez más lejos física y mentalmente, allá en Bruselas.